Menos mal,
que yo nací,
más tarde;
a mediados de los cuarenta
de este siglo pasado;
pero mi padre:
-se chupó-
tres años de la contienda.
Según me contaba:
-en la Batalla del Ebro-
hasta se comían a las ratas
y cuando avanzaban un metro
otro más retrocedían
y, al día siguiente,
y, se podían contar:
más de veinte muertos.
La lucha se daba:
de cuerpo a cuerpo,
con las bayonetas caladas,
la humedad entre los huesos,
y dormían en las trinchera,
todas cubiertas de barro
y de grandes sanguijuelas.
No llegaban, ni las municiones;
mucho menos las comidas;
entre los juncos y el barro,
ellos: cazaban sus ratas,
que después se las cocían,
metidas en una gran lata.
Los piojos se paseaban,
como si fuesen avispas
por los filos de los gorros
y, algún que otro soldado,
armado de un finísimo palillo,
como a hormigas,
en las selvas de Bucaramanga
u otros lugares del mundo:
los cazaban, sin trampas
y los saboreaban con placer
-muy contentos: por cierto-
se los comían, sin mojar;
pues no los tenían que cocinar,
pues era a cielo abierto.
Comentario
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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