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Por Alberto JIMÉNEZ URE
La madre psicótica
El niño @ Botero regresó de la escuela e Iris, su madre, quien lo esperaba descalza y sentada en una silla de la mesa comedor, le pidió que le limpiara sus pestilentes pies con la lengua. De inmediato, su hijo rehusó hacerlo y ella enfureció.
-No me exijas algo tan asqueroso, mamá –le rogó-. Soy un Ser Humano y no un perro.
La mujer no pronunció palabras. Su enojo se convirtió en iracundia. Tomó un hacha despresadora de pollos que estaba en el lavaplatos y, de un [fortísimo] certero golpe, le segó el brazo izquierdo a su primogénito de siete años. El chico se desplomó abruptamente.
Asustada, la madre lo condujo hasta el garaje de su claustrofijo: encendió su máquina de rodamiento y lo trasladó a un cercano hospital. Allá, en el «Área de Emergencias», los paramédicos actuaron deprisa para evitar que falleciera por desangramiento. Le hicieron transfusiones sanguíneas, le aplicaron antibióticos y suturaron la zona afectada.
Detuvieron la hemorragia y pasaron al pequeño @ Botero a la «Unidad de Cuidados Intensivos» [UCI]. Durante una semana, permaneció recluido ahí. La víspera que lo enviaran a casa, una Fiscal del Ministerio Público [del Departamento de «Violencia Familiar»] solicitó una confidencia privada con el convaleciente. El chico dijo que jugaba con una sierra portátil y automática cuando, de súbito, ocurrió el accidente. A la funcionaria, que lo filmaba, le pareció poco creíble su testimonio. Sin embargo, por mandato de la Ley de Protección del Menor, evitó incomodarlo y partió.
Transcurrió el tiempo y @ llevó una existencia relativamente apacible, hasta el día de su cumpleaños número doce. Era Domingo y, temprano, visitó a su padre [quien se había divorciado de Iris y vivía solo en un apartamento]. Cuando retornó al claustrofijo, le produjo estupor hallar a su madre acostada en el sofá-cama de la sala: desnuda, con las piernas abiertas y un vaso de whisky.
-Que me lamas la vulva y chupes mi clítoris será tu regalo de cumpleaños –pronunció la mujellera-. Acércate, precioso...
@ mostró repugnancia con sus gestos y quiso salir. Furibunda, lo atrapó antes que lo intentara. A rastras, lo condujo hacia la cocina: agarró la misma hacha despresadora y le mutiló el otro brazo. Con la agravante que, el ahora púber Botero, se precipitó contra el piso y se golpeó la cabeza: provocándose una peligrosa, abierta y profunda herida en el cráneo. Nerviosa, Iris, que tenía su lujoso auto Lantigua sin combustible, transportó a su descendiente en un taxi hasta el hospital. @ fue atendido con mayor diligencia, ello puesto que su pulso y la palidez de su rostro preocuparon a los galenos de turno. Lo recordaron y se empecinaron en salvarle la vida. La misma Fiscal especialista en «Violencia Familiar» fue notificada del incidente y, cada día, estuvo a su lado en espera de su recuperación plena. Un mes después logró platicar con el muchacho.
-Dime, @ -lo emplazó-. Fue tu madre quien, sistemática y monstruosamente, ¿te ha lesionado? No temas. Si es culpable, incrimínala. Nosotros te protegeremos y a ella la aislaremos de ti y de la Sociedad. Expertos en inteligencia criminal están persuadidos de que la Señora Iris tiene rasgos psicopáticos. Sus pensamientos y deseos son patológicos. A tu padre, afamado intelectual y a quien afirmas admirar, le otorgaremos oficial y legalmente la responsabilidad de tu custodia.
-Mi madre no me lastimó –cabizbajo, declaró el joven Botero-. Lamento que sospeche de ella. Esa tarde yo podaba el ramaje de una mata de mango, perdí el control de la sierra eléctrica, caí al piso y me amputó. Siempre me gustó jugar con ese aparato.
-¿No quieres vivir en el apartamento del Señor Botero?
-Jamás la perplejidad se anticipa a lo que «por venir» está..
-Hablas como escribe tu padre, @. Eres muy extraño.
@ Botero retornó a su hábitat. Nada nuevo supieron los médicos y enfermeras de él, hasta el día que cumplía dieciocho años. Alguien, no identificado, dejó su cabeza en el umbral del hospital: sangrante, oculta en una caja de cartón, rigurosamente embalada.
Estupro
Aparentemente aterrada, la púber salió del bosque adyacente al río donde pernoctaban sus familiares. La seguía un desconocido de edad madura, quejumbroso y con la entrepierna ensangrentada
-¡Ese hombre me ultrajó¡ -exclamaba la físicamente bien dotada muchacha y lo señalaba.
Al escuchar que la casi adolescente acusaba al individuo de haber cometido estupro, un guardia del Escuadrón Turístico fue hacia él: le golpeó la cabeza con la cacha de su arma de reglamento y lo esposó.
-¡Soy inocente¡ -gritó, adolorido y encorvado, el sospechoso de violación. Ella me llamó cuando yo buscaba mariposas [las colecciono]. Se había bajado la falda y las pantaletas. Me rogaba que me acercase. Creí que la había mordido alguna alimaña y pensé que necesitaba auxilio. Decidí aproximarme y ella me ordenó que desajustara el cinturón de mi pantalón y que le mostrase el miembro. Al negarme a obedecerle, forcejeó conmigo hasta lograr sacarme el falo: succionándolo, me provocó una erección y –ansiosa- se lo introdujo para castrarme con sus filosos labios vulvares. Examínenla, por favor, ¡háganlo...! ¡No les miento!
Perturbada por todo cuanto sucedía y ante la mirada de los curiosos que se agrupaban en derredor, la madre decidió levantarle la falda a su hija y comprobó que de su cavidad vaginal sobresalían dos testículos.
La obesa
Nebula exigió a su novísimo esposo que debía procurarle una existencia sedentaria plena. Quería vivir sin moverse, pero era evidentemente imposible sin el auxilio suyo o de otras personas.
[...] «Si anhelas continuar existiendo, tendré que hacer ciertas y fundamentales cosas por ti –expresó Famulos mientras ella se cobijaba hasta el cuello-: limpiar la casa, asearte, cocinar para ti y traer tu comida a nuestro lecho matrimonial»
Al cabo de pocos meses, la mujer había aumentado ciento cincuenta kilos. Ahora pesaba doscientos veinte, y no podía levantarse de la cama sin ayuda.
-Te he complacido, Nebula –le recordó el marido a su extremadamente obesa mujer-. Empero, ¿qué más puedo hacer para que continúes feliz?
-Siempre me sentí atraída por tu portentosa imaginación, amado mío –respondió la macilenta y casi monstruosa figura-. Podría ser más dichosa el próximo fin de semana, y ello dependerá de tus ocurrencias.
Famulos, quien, diariamente, recogía un mínimo de cinco kilos de materia fecal que su cónyuge depositaba en una excreta portátil colocada bajo su trasero, decidió suspenderle los suministros de alimentos y líquidos durante tres días. Luego de lo cual le dio a beber un purgante especial, para hacerle un lavado estomacal e intestinal completo.
El sábado siguiente ofreció, puertas abiertas, un gratuito banquete –con abundante licor- a los vecinos de la Urbanización Villaverde.
Déspota
El joven Prince Kawa recibió, sin quejarse, un fuetazo en la espalda cuando –arrodillado- limpiaba el piso de la cocina. Virginia, su madre viuda, repetía sucesivamente la vejación y castigo contra su enclenque hijo [de catorce años].
-Mira este aceitado Rabo de Babilla –le decía al muchacho mientras se inclinaba hacia él para golpearle los pómulos y halarle los cabellos-. Ya deberías distinguirlo entre los demás látigos: el Cola de Caballo, por ejemplo, es menos macizo. Tienes que reconocer, sin verlos, los diversos foetes que empleo para templar tu personalidad.
-¿Qué más espera de mi, madre? –sin voltearse e intentando zafarse de las toscas manos de la déspota mujer, interrogó Prince-. Tenga piedad: hago lo humanamente posible para cumplir con sus órdenes.
Tenía los tobillos encadenados y las muñecas esposadas, pese a lo cual lograba acometer las tareas que le imponía su progenitora.
No podía salir de la residencia, ni siquiera al traspatio. Todo el día, permanecía desnudo y en las condiciones descriptas. A partir de las 8 p.m., le ataba las manos a los tubos del oxidado catre donde dormía y lo azotaba durante cinco minutos: hasta surcarle la piel, y renovarle los hematomas de la noche anterior.
Una mañana, con el propósito de informarse respeto a los trámites que se requerían para internar a un paciente, Virginia acudió a uno de los manicomios estatales: al Hospital Psiquiátrico «Sigmund Freud». Logró que, sin previa cita, la atendiera el Director a quien le relató –con insólito histrionismo- que su único vástago estaba demente y se había convertido en una persona peligrosa para ambos y la comunidad:
[...] «Destruye, sin cesar, electrodomésticos y otros enseres del hogar. Prepara promontorios de mis vestidos y su propia ropa para incinerarlos, toma cuchillos y amenaza con asesinarme y suicidarse. En algunas ocasiones se ha escapado hacia la calle para intimidar, con cabillas, a los peatones y lanzar piedras contra las edificaciones…»
Le aseguró que ni siquiera podía llevarlo al consultorio de un especialista, puesto que ella era una mujer solitaria [viuda y sin familiares en la ciudad] y Prince similar a un inatrapable e hidrofóbico perro.
-Documente su historia –le sugirió el hombre-. Sólo tras sustanciar un expediente yo tendría la posibilidad de internarlo en el Psiquiátrico a mi cargo.
-¿De qué forma se sustancia una petición de confinamiento para alguien con las características que le revelé.? –preguntó, intrigada.
-Un video podría ser suficiente. Filme el comportamiento desquiciado de su hijo. Luego me lo trae para someterlo a la Junta de Médicos Psiquiátricos del «Sigmund Freud». Si el análisis determina que la evidencia es buena, ordenaré la búsqueda y traslado del enfermo a este hospital.
Culminó la entrevista y Virginia no cesaba de pensar qué idearía para filmar, enloquecido, a Prince: quien jamás exhibía comportamientos criminales. Parecía un penitente sacerdote de hospicio, de esos que tuvieron por boga someterse a infinitos sufrimientos en la Edad Media.
Cuando salía del Psiquiátrico, fue interceptada y esposada por dos funcionarias de la Policía Científica Nacional [PCN]. La trasladaron a un vehículo en cuya parte trasera estaba su hijo.
Al ser introducida en la máquina de rodamiento, un Fiscal del Ministerio Público que flanqueaba a Prince le notificó sobre sus imputaciones contra ella: Tortura, Tratos Vejatorios, Inmoralidad, Sadismo y Homicidio Frustrado en perjuicio de su adolescente hijo. De un maletín enorme que portaba, extrajo varias cintas de video: rigurosamente identificadas con el año, día, hora y lugar de grabación.
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Comentario
Impecable aporte al portal, saludos
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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CUADRO DE HONOR
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