Cuando duermo
Yo no quiero la ricota del baby en la camisa,
ni a mis amigos en tu lista de enemigos,
ni el trofeo de consuelo en la repisa,
ni el recuerdo de domingos aburridos.
Yo no quiero tus promesas ni reproches,
la división de los bienes comunales,
la pelea por la sabana en la noche,
la erupción de malhumores matinales.
Ni quiero ser amigo de tu madre,
ni que me cuentes las colillas,
ni que preguntes por qué llego tarde.
Ni quiero que te enfades si me enfermo,
ni que espantes las polillas,
solo quiero que me abraces cuando duermo.
Con Agua.
Por los granos de la juventud,
por los caramelos de la infancia,
por los brindis a la salud,
por los ekekos de la abundancia,
por las lagunas de derecho del olvido,
por los viñedos, los sauvignones,
por el después de los puntos suspensivos,
por el verbo amar y sus conjugaciones,
por las utopías,
por los usos y costumbres de la gente,
por la melancolía,
por la cima del Aconcagua,
por la vida antes de la muerte,
brindo con agua.
Del desvarío.
No me importa si se entera la Vía Láctea,
o la chusma barata, vieja arpía,
te deseo como el Dios de las canciones
a la Reina carnal de la poesía.
No me importa si me clavo tus espinas,
ni el temor del corazón, maldita fobia,
no interesa el olor a rifocina,
perfume de la flor de las magnolias.
Antes que nada
cenaría cada madrugada
el vértigo de las curvas de tus labios,
brutal belleza delicada,
nube de una tarde acalorada,
razón del desvarío de los sabios.
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