Polvo y niebla

[Julio Serrano Castillejos]

Polvo y niebla tenía mi caserío colgado de las sombras ambarinas del Tacaná umbroso y pude saborear en sus vergeles las uvas del café y sus esquirlas y el sumo del sureste en tiempos de mi núbil derrotero.

En las lajas tendidas sobre el río a caballo crucé las horas muertas de la ablución precaria y supe paladear en la montaña el aire siempre fresco que envuelve en sus fragancias el misterio.

El misterio perenne y hechicero del ruido espiritual de las chicharras, del faro de la noche que brilla en la laguna quejumbrosa con lujuria certera y campesina y siempre se sonroja en los umbrales de la paz supina.

La lluvia con clamor de la campiña zumbaba en los veneros de mis cuitas. Volaba el pensamiento, las penas marchaban solitarias y eran mis noches tan solas y plenarias como el toque cautivo del palpitante ardor que se marchita.

Y cuanta soledad tenían los campos sostenidos tal vez con ardua inercia. De tarde deambulaba con cruel incontinencia y rítmica pavesa de sabia sobriedad de castidades en los entornos de los nichos fatuos.

La faz del Soconusco se cimbraba en verdes y floridos cafetales. La voz de la conciencia festejaba con pasos postineros el quiebre de las horas y el rostro de inocencia del presagio de hondos manantiales.

Polvo y niebla tenía sin albedrío el tiempo inoportuno de cosecha y en suave desafío del trópico imprudente llevaba la corriente de aquel río la pulpa de la fruta del cafeto a nuevo monterío.

Y viví muy feliz en la montaña del trópico feraz y calcinante de todo mi alboroto en los sobrios y  amplios humedales. Y fui así feliz en la vertiente de perfumes y bellas armonías y supe acomodarme en el resumen firme de mis días.