Al Papa Juan Pablo II
Si hay alguna manera de llamarte
te llamaría Apóstol de Cristo,
el peregrino de la paz,
el misionero del amor,
el papa viajero.
Un hombre con cara de ángel
un hombre con sonrisa de niño,
un hombre carismático,
un hombre cauteloso.
El hombre que nació para unir
para que se amaran corazones.
Quién vino a enseñarnos a sonreír
a perdonar con humildad.
¡La grandeza fuiste tú!
Envuelto siempre en sencillez
siempre al lado de la humildad,
que fueron los caminos que seguiste
cuando besabas la tierra que pisabas
como símbolo de humildad y bendición.
La dulzura de tus gestos
fueron el reflejo de un corazón al natural
que no dañó persecución alguna,
suavizando siempre relaciones entre tu pueblo.
Siempre fuiste protector del necesitado
el amigo siempre fiel del pobre
el enlace de Dios con el mundo de los niños
siempre de la mano de nuestra Virgen Madre.
En cómplice te convertiste de jóvenes
necesitados de afectos y cariños,
de indígenas ignorados por gobiernos
y por sociedades que más merecedores se creían
hasta ellos, llevaste tu misericordia siempre.
¡Buscaste siempre el perdón de Dios!
Invocando fuera más grande su misericordia
que tú debilidad y tú indignidad
como prueba de tu sencillez, ante su grandeza.
“Divina Providencia, implorabas,
busca tú interceder ante mi Dios
para darme la Sabiduría de seguir
con la misión aquí en la tierra”
Misión, seguramente, sabes que lograste
acortando distancias entre diferentes religiones.
Visitando pueblos de gobiernos diferentes .
Sembrando la sonrisa fácil de un rostro amoroso
en la mirada y corazones de millones que hoy te anhelan.
Hasta siempre, hombre sabio.
Hasta siempre, gran amigo.
Hasta siempre, misionero incansable.
Hasta siempre, Juan Pablo II.
Hasta siempre, Santo Padre.
Carlos M. Valenzuela Quintanar
Hermosillo, Sonora a 14 de Abril de 2007
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