Vicente Antonio Vásquez Bonilla
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El enjambre de abejas alegraba la comarca con su animado zumbido y con sus vistosas evoluciones. Cualquiera que las viera creería que su pasatiempo era jugar y al hacerlo, volaban de flor en flor, pero no era así. Su trabajo consistía en visitar a todas las flores, libar de su néctar y luego retornar a la seguridad de la colmena para fabricar la rica miel.
Todo transcurría con normalidad y en armonía. Las abejas eran incansables, se sentían realizadas con su trabajo y de paso ayudaban a la polinización de la abundante flora. Sin embargo, un día fueron sorprendidas por un grupo de osos y al descubrir estos, la dulce provisión de miel, procedieron a robarla.
La alarma cundió y pronto se organizó la defensa del dulce hogar. Las obreras atacaron con furia, sacrificando inútilmente sus vidas, porque el pelaje y la gruesa piel de los osos los protegía. Y los plantígrados, orgullosos de su corpulencia y fuerza, reían con burla ante la impotencia de los valientes escuadrones aéreos de las abejas, mientras la miel les resbalaba por la comisura de sus hocicos. Y el festín continuaba con impunidad.
Como la situación no podía proseguir así, las abejas trabajando sin descanso y los osos comiendo de regalado, sin hacer el menor esfuerzo para ganarse el sustento, la abeja Reina convocó a reunión de emergencia, para buscar solución a tan peludo problema.
Ya reunidas, un grupo de obreras propuso el traslado de lugar, buscar un prado lejano y hacer un nuevo panal. Otras opinaron que no, que allí donde estaban era el lugar apropiado por la abundancia de flores, por el bonito paisaje y el buen clima; además, recalcaron, que era el santuario donde descansaban sus antepasados. Después de mil propuestas y discusiones, no se ponían de acuerdo, el tiempo pasaba y mientras tanto, los cuadrúpedos engordando sin ningún esfuerzo.
Tras varios días de deliberaciones y cuando parecía que no se iban a poner de acuerdo, a la joven Carina Abejalia se le iluminó el foco y si hubiera sido luciérnaga, indudablemente hubiera brillado, y dijo con júbilo:
—¡Tengo una idea!
Todas callaron y pusieron atención.
—Hagamos una fiesta e invitamos a los osos a comer miel.
Un murmullo de incredulidad brotó y superó a los ruidos del bosque.
—Un momento, un momento, por favor. Que no he terminado de hablar.
El silencio se resistía a sentar sus reales, pero al fin llegó cargado de expectativas.
—Sí, hagamos una fiesta e invitamos a esa pandilla de ladrones. Les decimos que, ya que no podemos evitar que se coman nuestra miel, aceptamos su presencia y en aras de la paz, la vamos a compartir con ellos, y que para celebrar ese convenio de amistad, los invitamos a una alegre fiesta —el silencio continuaba y las miradas interrogantes eran más que elocuentes—. Luego les decimos que la miel será aderezada con polen para que sea más apetitosa y nutritiva, pero en lugar de polen le echamos cemento en polvo para que les duela el estomago y quizás creyendo que se han vuelto alérgicos a la miel, nos la dejen de robar.
—Sí. Hagámoslo —intervino la reina—, les causará una buena indigestión y con tal lección, no les quedaran ganas de volver a comer miel y así nos dejaran en paz.
La fiesta se hizo de acuerdo a lo programado y los plantígrados comieron hasta hartarse. Pero como un autocastigo a su desmedida gula, en lugar de indigestarse, como era lo planeado, el excesivo polvo de cemento ingerido se les regó por todo sus órganos, solidificándose.
Desde ese día la paz volvió a la colmena y el bosque se conoce como La floresta de las estatuas. FIN
Nunca hay que menospreciar a los pequeños, como pueden ver, no hay enemigo chico. Hasta el más corpulento puede sucumbir ante la astucia del sagaz contrincante.
San Agustín (354-430): El orgullo la fuente de todas las enfermedades, porque es la fuente de todos los vicios.
Comentario
Estimada Olguita: Gracias por tu lectura y tu amable comentario. Besos dulces, Chente.
Estimada María Beatriz: Me hacías falta. Tu dices todo eso, sólo porque me quieres. Pero gracias. Besos, Chentelo.
Estimada Vilma: Gracias por tu visita y por tomarte el tiempo para el mensaje. Besos con miel, Chente.
Estimado Cástor: Gracias por tu lectura y tu polinizado mensaje. Un abrazo de oso, Chente.
Bonito cuento aleccionador.
A no desestimar al enemigo pequeño. Es que no lo hay!!! El enemigo siempre nos perjudica a menos que agudicemos el ingenio y podamos hacerlo sucumbir.
Gracias.
Vilma
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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