EL ENCUENTRO
(Cuento)
Por RENÉ AGUILERA FIERRO
(Escritor boliviano)
Era una tarde como cualquiera, serían como las cuatro de la tarde de aquel 31 de octubre de 1968, los transeúntes iban y venían, algunas caras le eran conocidas por la costumbre. Hacía varios meses que asistía a ese banco de la plaza “Luis de Fuentes” de la ciudad de Tarija. Cumplía con sus quehaceres en la Universidad, realizaba sus prácticas y lecturas e infaliblemente acudía a ese sitio; era como una catarsis, un desahogo personal, solitario, en silencio, observaba el ir y venir de la gente; conocía de memoria cada detalle del caserón de la esquina, detentada por el Dr. Oscar Prada de Campero, conocido abogado, de tendencia comunista, bonachón y amiguero; ahí mismo, frente, se encontraba el flamante hotel Victoria de propiedad de la familia Ferreira: era una esquina afortunada, pues, en la misma esquina, frente a la plaza, estaba el Banco Central de Bolivia, allí, en ese lugar, se decía que tuvo su casa el capitán español Luis de Fuentes y Vargas, fundador de la ciudad. Sobre la misma vereda, sobre la calle La Madrid, se encontraba la modesta casa del célebre médico Fanor Romero. Nunca le faltó tiempo para observar, estudiar las fachadas de las casas circundantes a la Plaza, frente suyo, pasando la calle, estaba una casa vieja, pueblerina de propiedad de un tal Cola Colodro, siguiendo hacia la calle General Trigo, colindante a unas paredes derruidas por el tiempo; en plena esquina se levantaba el suntuoso caserón del Dr. José Navajas, heredero del célebre millonario y terrateniente Moisés Navajas. Podría describir, casa por casa, edificio por edificio que le circundaban.
Sentado en aquel asiento público, desahogaba su juvenil pasado, en aquella esquina de la plaza, fue la última vez que vio al gran amor de su vida. Allí se despidieron para siempre, el orgullo de ambos pudo más que cualquier sentimiento. Recordaba que ella giró su delgado y fino cuerpo, se encaminó por la calle Sucre, pasó la calle Ingavi, llegó a la calle Bolívar, caminó una cuadra a la derecha, hasta llegar a la parada de ómnibus que llegaban y salían a todas partes. Esa esquina era conocida como la esquina del Palacio de Justicia y, famosa, por dos razones, por Bar “El Tufo”, refugio de estudiantes y bohemios y porque en esa esquina, tres meses atrás, el 21 de agosto, los militares habían acribillado a los estudiantes universitarios Oscar Bernal; Wilfredo Loayza; Oscar Ávila y Bethuel Hidalgo, que integraban la manifestación contra el gobierno militar.
Roberto Alarcón, se quedó impasible, acató el deseo de Mónica Lezana, la despedida debía ser con pocas palabras, sin lágrimas y sin acompañamiento hasta esa antigua parada de buses. Desde entonces, no dejó de asistir a aquel sitio, ya no la amaba; sabía con certeza que ella había contraído nupcias y además, era madre de familia en otra ciudad.
Estaba abstraído, estático, sin apuro ni preocupación alguna, hasta se diría que estaba con la mente en blanco. Simplemente observaba, escuchaba, respiraba. De pronto, virtualmente fue despertado por una melodiosa y delicada voz.
La tertulia fue amena, caminaron por la calle Sucre rumbo a la avenida Costanera, a su paso, Alberto le compró una rosa roja en el Mercado de Flores; ella, aspiro su aroma, la besó y pidió colocarla en el libro. Sentía que la gente admiraba a su pareja, los pocos vehículos en ningún momento interrumpieron su plática, agradable y llena de ocurrencias. En su recorrido, disfrutaban del clima delicioso de la ciudad de Tarija, Roberto se sentía en las nubes; en sus lances juveniles, compró manjares de dulce de leche, pepitas en forma de semilla de durazno, bebieron aloja, la llevó al Comedor Universitario y escucharon misa en la Catedral; finalmente la acompañó hasta el Hotel “Bolívar”, se despidieron para verse al día siguiente.
Esa noche, se durmió repasando lo vivido en la víspera, lo que hizo o lo que no debió hacer. Muy temprano se levantó, quizá más temprano de lo acostumbrado, puso en orden sus trabajos prácticos, cumplidas sus obligaciones estudiantiles; pasado el mediodía, fue al Hotel “Bolívar” a buscar a Alicia Vinueza y recoger su libro que se quedó con ella.
-No, no, creo que usted está equivocado, quizá se haya hospedado ahí al frente, en el Hotel “América”, porque aquí no hay ninguna persona hospedada con ese nombre –dijo severamente el propietario del Hotel.
- Pero yo la acompañé hasta aquí… fue anoche, cerca de las ocho, usted estaba ahí…
¡Correcto! Yo también lo vi a usted, estuvo en la puerta, pensé que deseaba preguntar algo, pero se marchó.
-Yo estaba acompañando a Alicia, Alicia Vinueza, su huésped…
-Usted estaba solo, creo que hablaba consigo mismo –Estaban en eso, cuando el conserje que había escuchado la conversación, dijo:
-Patrón, anoche, alrededor de las ocho, una señorita me dejó esta Dirección, indicó que vendrían a preguntar por ella: Calle15, Cubículo 120.
-Señor, por favor revise su cuaderno de hospedados, se llama Alicia Vinueza, es una joven…
-¡Ese… ese! Ese es el nombre de la muchacha que me dejó la dirección –Roberto Alarcón, confundido, se despidió, dio media vuelta, al salir, miró al otro lado de la calle, se leía “Hotel América”. Caminó pensativo hacia la Plaza “Luis de Fuentes”, se sentó en su Banco preferido. Estaba cavilando sin respuesta alguna, la belleza de aquella muchacha era para enamorarse, para amarla, pero, apenas si la llegó a conocer. Abrigaba la esperanza de volverla a encontrar, ahí estuvo, como dormido. Frente a él, se detuvieron sus dos compañeros de curso, uno de ellos con su enamorada.
-Che, vamos a pasear, vamos al Cementerio, es churo, va mucha gente, mañana es Todos Santos –Atontado, como un autómata se paró y los acompañó, pero no fue difícil entrar en bromas y conversaciones de muchachos, además, convivían rutinas diarias en la universidad y fuera de las aulas. Entusiasmado, les contó que conoció a Alicia Vinueza, una chica bellísima, se explayó en detalles sobre su paseo con ella, dijo, hasta le regalé una flor roja. Sus amigos festejaron la conquista.
Evidentemente, el Cementerio General de la ciudad de Tarija, estaba colmada de gente y deudos que asistían a visitar a sus muertos, el tránsito peatonal era impresionante, la iluminación con velas y focos, le daba un cuadro diferente al Campo Santo, en este trajinar, de pronto vio: Calle 15 y los nichos estaban nominados como Cubículos.
- ¡Epa Roberto! Que te sucedió, ni que hubieras visto a tu suegra… -pálido y confundido, solo atinó a decir:
- Che, por favor acompáñenme, deseo visitar el Cubículo 120.
No sabía que tenías parientes aquí –dijo uno de ellos, mientras caminaban miraban entre todos a un lado y otro del pasillo, hasta que finalmente llegaron, allí estaba el Cubículo 120. Lentamente se acercó, acompañado de sus amigos, habían unas personas recién llegadas que se disponían a hacer limpieza y colocar flores.
-Perdón… puedo saber a quién pertenece este Mausoleo –La señora, vestida de oscuro, con respeto y solemnemente dijo:
- Esta es la tumba de mi hijita –mientras proseguía manipulando la puerta de la lápida.
-Y… como se llamaba su hijita –replicó Roberto.
-Mi hija falleció hace cuatro años, se llamaba Alicia, Alicia Vinueza.
-¡Dios mío! No, no puede ser, ayer, ayer en la tarde estuve paseando con ella, fuimos a misa –sorprendida, la señora exclamó:
-Mire… mire que es esto, un libro abierto con una flor –Roberto, con la voz ronca, quebrada por el dolor y con profunda tristeza, dijo:
-Es mío, es mi libro de Geología y esa flor yo se la regalé… FIN
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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