EL PUENTE DEL PRIETO
“En ocasiones los dioses confabulan con la vida, para que se cumplan las ilusiones”
Ahí estaba Pedro, mirando el arroyo crecido, acariciando la crin de su caballo para que se mantuviese tranquilo, de la piel del caballo salía vapor con el calor de la silla de montar y el agua que escurría del capote que cubría de los hombros a la rodilla de Pedro, no así la cabeza; que portaba un sombrero que no era suficiente para evitar que parte de la llovizna que aún se mantenía de forma pertinaz, corriera lenta y fría por sus mejillas, su pelo, su espalda y empapaba su ya de por si mojada y enlodada ropa de campo.
Pedro debía cruzar el arroyo para esperar a su papa que había acudido a la parada de autobuses desde esa mañana, para trasladarse al pueblo más cercano a cobrar la venta de la cosecha de temporada y con parte de ese dinero traer los ingredientes necesarios para que su madre preparara la cena navideña para él y sus 7 hermanos.
Era ya la tarde noche del 24 de diciembre y el arroyo no cedía, por el contrario parecía que el nivel seguía subiendo, de intentar; cruzar, el caballo y Pedro serían fácilmente arrastrados por la corriente y seguramente morirían ahogados o golpeados por alguna roca o tronco pesado que el agua arrastraba.
Esa mañana Pedro se levantó, tan temprano como de costumbre, mucho antes de que el sol se asomara, al alba, su papa ya estaba en la cocina, arrinconado junto al fogón que acababa de encender con leña de madroño y ocote de pino, esperando que su esposa terminara de preparar el café que tomaba todas las mañanas antes de salir al campo a reunir a las vacas.
Prácticamente a tientas para llevarlas al corral, ordeñarlas y vender la leche que servía para manutención de la familia.
Cuando Pedro entró a la cocina su padre le dijo: te dejo que hagas las faenas del corral y la milpa, yo me voy al pueblo a cobrar, me dijo mi compadre Ramiro que ya pagaron los de la bodega de Conasupo, de paso compro lo de la cena, me regreso en el camión de las 7 de la tarde, ensillas el caballo prieto y vas por mí.
Todo había transcurrido bien durante el día, entre sudor, mugre, y gritos Pedro había logrado concluir con cierto éxito todas las tareas encomendadas, con la ayuda y en algunas otras ocasiones con el estorbo de sus hermanos más pequeños. Pedro tenía 12 años y era el mayor, de pronto como a las cuatro de la tarde grandes nubes negras, se posaron sobre las copas de los árboles del cerro Azul.
-Pedro tapa la leña que la tormenta del cerro Azul si llega. Madre es Diciembre, en Diciembre caen lloviznas no tormentas y siguió arreglando la crin de su caballo prieto. Pero su madre tenía razón, en minutos gruesas gotas de agua levantaban polvo de la tierra suelta y cayo una inusual tormenta que hizo que los arroyos pequeños y también el grande llamado La Barranca crecieran de manera desproporcionada, con tristeza recordó que él debía de cruzarlas, para en una hora más ir por su padre.
Sus hermanitos estuvieron felices todo el día, hablando entre sí, que su papá había ido por la cena de Navidad y por los juguetes a los que tenían derecho una vez al año y ese era el día. Coincidía con el pago que su padre recibía por las cosechas de maíz y de frijol del año. Pedro vio su maltratado reloj con el último reflejo de luz de la tarde y la superficie helada del agua arcillosa del arroyo, eran las 7:30 de la noche, su padre ya debería estar en el paradero de autobuses que estaba a 7 kilómetros de su casa, tomo una temeraria decisión, obligaría a Prieto a cruzar tomando un poco de vuelo para que el caballo tomara impulso, así lo hizo echó al caballo unos veinte metros atrás y se abalanzó contra la corriente del arroyo, los cascos del cuaco sonaron como botellas de acero contra la piedra y lodo del terreno y empezó a cruzar, el caballo era arrastrado arroyo abajo, luchaba con todas las fuerzas de su musculoso cuerpo, Pedro jalaba las riendas para tratar de guiarlo, ramas, troncos, arena y piedras pequeñas golpeaban contra el pecho del caballo, los estribos de la silla rasgaban la piel más débil de la pierna izquierda de Pedro; apretó las mandíbulas para no chillar de rabia, de pronto un tronco subterráneo en forma de orqueta golpeó las patas delanteras del caballo y este dio una voltereta sobre su flanco derecho, llevándose a Pedro en el viaje, Pedro se aferro al cuello del caballo con ambas manos y con las piernas se aferró a la silla de montar, el agua arcillosa entró por sus ojos y oídos.
Su instinto le decía que su única opción de vida era mantenerse pegado como sanguijuela a Prieto, por fin tras largos y angustiosos segundos Prieto logro tomar la vertical, sus poderosas patas delanteras se aferraron a un pequeño árbol de la orilla, el árbol empezó a ceder se derrumbo el paredón y las piedras que lo soportaban y esto hizo que el caballo tuviera salida hasta la orilla, después de unos minutos y con la ropa desgarrada, el rostro pálido y el setenta por ciento de su cuerpo con contusiones Pedro lavó sus heridas y el pelo de su caballo con agua cristalina de un venero que nacía en la ladera de la barranca. Estaban con vida.
De pronto oyó un ruido seco en la barranca se acercó un poco asustado para ver que sucedía, en el arbolo y piedras que había derrumbado el Prieto para escapar por ahí, se atoró un pesado tronco, la lluvia había cesado, el cielo se abrió y apareció la luna como festejando que Pedro y Prieto habían derrotado las fuerzas desatadas de la naturaleza.
El tronco horizontal hizo que otros troncos se atoraran y Pedro vio escéptico que se había formado un puente como de unos dos metros aproximadamente; con un poco de temor se acercó para sensarlo de manera exacta. Un extremo del tronco quedó entre las piedras que movieron los cascos de Prieto para poder escapar y el otro extremo, al dar la vuelta encontró un recoveco en la pared opuesta de la barranca.
Pedro tomo una rama de tejocote y la arreglo en forma de bastón, fue caminando y tocando las bases y extremos del naciente puente, los troncos no se movieron, prieto esperaba expectante en la orilla, los ojos le brillaban, mas de miedo que por el brío de su estirpe. Pedro confirmó que el puente ero sólido, y regreso por su caballo, le dio unas palmadas en el pecho y alisó su crin para darle confianza aunque su piel aun temblaba, el noble caballo entendió que no había riesgo, y siguiendo a Pedro cruzó el arroyo.
Una vez del otro lado resoplando por sus poros muy abiertos Prieto emprendió el galope, con Pedro en su mal trecho lomo, al encuentro del papá y la cena navideña.
Unos kilómetros adelante Pedro lo divisó con la luz de la luna; su padre al ver que no llegaba empezó a caminar a su casa con su carga a cuestas pensando que con lo fuerte de la tormenta su hijo no podría cruzar el arroyo, por lo que al menos se acercaría para cruzar al día siguiente con la pena de que su familia pasaría noche buena sin cenar, cuando se encontraron su padre le dijo: Que paso mijo como pasaste, Pedro orgulloso le dijo “construí un puente”
Sin entender muy bien, los tres Pedro, Prieto y Padre emprendieron el camino a casa cuando llegaron a la barranca su padre le dijo: Cúbrete como puedas, quita las riendas al caballo para que como algo de zacate durante la noche; en la madrugada que baje el nivel cruzaremos, no padre tengo un puente contestó Pedro, lo construí en la mañana aquí abajo donde da vuelta la barranca, vente; su padre atónito vio como cruzaron el arroyo sin riesgo alguno con las aguas turbulentas pasando bajo los troncos, pregunto a su hijo, y bien como se llama tu puente, todos los puentes tienen un nombre “puente del Prieto” contesto orgulloso Pedro mientras el caballo movía sus orejas hacia atrás halagado, esa
Noche aunque tarde los niños se despertaron al ver los juguetes, la familia tuvo se cena de noche buena y Prieto comió su paca de avena en su seco cobertizo.
Luis Guerrero