MI REGALO DE NAVIDAD
Hoy es Navidad… Ya la preciosa figura del niño Dios está en el pesebre que con tanto cariño hicimos entre todos. Estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, la unión y el amor de nuestras familias y pidiendo por la paz del mundo de una manera muy especial. Siempre acostumbramos una celebración la víspera porque ha sido una tradición en la mayoría de nuestros pueblos, pero de papá aprendimos que la verdadera fiesta debe ser hoy, 25 de Diciembre.
La familia se reunió anoche por un rato; saboreamos una deliciosa cena, sin excedernos en nada, contamos anécdotas y estuvimos muy contentos. Pocos nos quedamos a pasar la noche en esta vieja pero acogedora casa llena de recuerdos. Mamá insistía en que había espacio para todos: hermanos, primos, sobrinos, nietos; éramos por lo menos 30 personas. Decía que por una noche no deberíamos sentirnos incómodos sino muy satisfechos de estar reunidos, pero muchos tenían el compromiso de visitar a otros parientes y no podían quedarse, a propósito, no tengo idea de cuantos se quedaron. A mí me convenció de inmediato con la tentadora invitación de hacerme el desayuno más delicioso que haya tenido en los últimos años. El famoso Desayuno Navideño, en el cual nos servía de todo lo que hubiese quedado del día anterior; era prácticamente un buffet con comidas frías y calientes, de sal y de dulce, café o chocolate y cualquier cosa adicional que deseáramos. Mamá me recordó que el cuarto de huéspedes estaba desocupado; ésta había sido mi alcoba hasta que me fui a vivir a la capital. Si, me quedaré, le dije muy contenta. Será muy bueno recordar viejos tiempos mientras descanso en mi antigua habitación, pensé. Miro el reloj y creo que ya mamá debe estar preparándome el desayuno, son las 8 a.m. y aún no he logrado bajarme de la cama.
Me acosté poco después de la media noche y como no lograba conciliar el sueño, salí al patio delantero con la esperanza de ver alguna estrella fugaz, mientras me refrescaba un poco. De repente vi como la pequeña alfombra de la puerta de entrada se deslizaba suavemente hacia el prado que hay a la izquierda del patio; a medida que ésta se alejaba de la puerta iba aumentando de tamaño; los colores de sus hilos se volvían mas vivos y radiantes, también pude apreciar mejor la forma de la figura en el centro de la misma: un hermoso elefante blanco que aunque no cargaba ninguna princesa o rey, tenía todos los adornos, montura y lujos acostumbrados en la corte persa. Los pequeños arabescos de antes parecían ahora bordados en oro. Instintivamente me dirigí a ella cuando comprobé que ya no seguía agrandando su tamaño. Me senté en el centro de la misma y al palparla sentí una suavidad que no podía compararse a la del más preciado terciopelo o finísima seda. Gradualmente fue elevánose hasta quedar un poco más alta que el techo; no sentí temor alguno, una voz me decía que confiara y me dejara llevar.
Tuve el viaje más increíble que ser humano pueda llegar a imaginarse. Viví las horas más lindas de mi vida; todo desde una altura que no me producía ninguna ansiedad porque la alfombra se adaptaba al nivel de los techos y de los árboles. Yo sentía que era únicamente mi espíritu el que viajaba y no corría ningún peligro. Pude probar el agua lluvia desde sus cimientos: esas hermosas nubes que aunque altas no me producían frío, era fresca, pura y cuando la saboreaba sentía que ese era el sabor de la vida; hubiera podido seguir bebiéndola sin cansarme ni sentirme hastiada.
Me embargaba una sensación de paz y tranquilidad jamás imaginada. Podía vislumbrar la vida y los sentimientos de todas las personas que observaba; nadie miraba hacia mí, pasaba desapercibida; quería gritarles pero no lograba modular una sola palabra. Los paisajes navideños eran hermosos, las luces aún estaban encendidas en las casas de esas pequeñas villas, cubiertas de provocativos copos de nieve. Adornos alusivos a la natividad en techos, patios y parques iluminaban nuestra ruta. A través de los amplios ventanales de la mayoría de las casas se podían ver las chimeneas encendidas, los bombillos de colores en sus cuidados árboles de pino natural; se podía percibir el aroma de los mismos. Al parecer todos los niños dormían placidamente porque ya no se escuchaban sus risas, se habían acostado cansados y ansiosos pensando en el regalo que encontrarían hoy al pie de su arbolito navideño; algunos hasta le habían enviado carta a Papá Noel pidiendo sus regalos y haciéndole promesas. No sentía el rigor del invierno, nada perturbaba el encanto de esos sitios que recorríamos. Ya habíamos cruzado por muchos pueblos y delicadas colinas, con casas hermosamente decoradas cuando repentinamente dimos un giro y emprendimos el regreso, y digo emprendimos porque tanto la alfombra, como el elefante y los arabescos parecían tener vida propia. Hubo momentos en que me sentí volando sobre un pesebre gigantesco y fantástico.
Finalmente la alfombra se posó delicadamente en el mismo lugar de partida; mientras caminaba hacia la casa, ésta recuperó su tamaño original y regresó a la puerta de la entrada. Pero esto ya no me asombró, todo lo que ocurriera esa noche, luego de tan fantástico viaje me parecía completamente natural. No supe la hora del retorno pero se que aún estaba oscuro. Me sentía cansada pero hubiese querido continuar el viaje.
Al entrar a la sencilla pero confortable habitación pude recordar toda mi niñez con una rapidez asombrosa, lo que no me había pasado en mis anteriores visitas. El cuadro en la pared, al que no miraba con detenimiento desde hacía muchos años, me recordó los consejos que me daba mi madre. Era una pintura antigua de una niña y un niño pasando un puente y un hermoso ángel los llevaba de la mano. Casi sin darme cuenta me encontré diciendo: “ángel de mi guarda, mi dulce compañía...” y aunque no se cantar, comencé a entonar esa hermosa melodía “Noche de Paz, Noche de Amor…” En pocos minutos estaba rodeada de todos los que quedaban en la casa quienes atraídos por mi voz se unieron a mi canto.
Bien, creo que por fin iré a tomar ese delicioso desayuno que seguramente ya estará listo; tambien abriremos los regalos que nos trajo el Niño Dios. En nuestra familia, desde pequeños, estos se abren el 25 al levantarnos, los encontramos debajo de la almohada y cuando el paquete es muy grande estará a un lado de la cama o debajo del arbolito, aunque se que a mamá esto no le llama la atención; ella prefiere que tengamos la sorpresa justo en el momento de despertarnos. ¡Ah! ¡Acá hay un paquete! ¿Que será? Lo abro presurosa y no puedo creer lo que veo: Una pequeña alfombra exactamente igual a la que me llevó anoche a ese viaje fantástico. ¡No puedo creerlo! ¿Será que me atrevo a contarles? Seguramente no me creerán, pienso mientras acaricio suavemente mi regalo de navidad. ¡Mejor me guardo mi secreto!
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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