Detrás de un vidrio empañado, dos ojitos se deslumbran
por el color y las luces de un árbol alto, muy alto,
que se erige, omnipotente, llenos, sus pies, de regalos,
junto a una mesa servida donde los dulces abundan.
En su embeleso no nota que otros ojitos lo estudian,
pues le llaman la atención el niño que está espiando,
y se acerca a la ventana y en ella apoya sus manos
y los ojitos intrusos se dan, de pronto, a la fuga.
El dueño de esos ojitos, de piel color aceituna,
mira sus manos ajadas, de tanto arrastrar el carro
con el que va por las calles buscando restos de algo,
y no logra hallar respuestas a sus constantes preguntas.
Los ojitos de la casa, por la ventana, lo buscan,
les intriga, de los otros, qué es lo que estaban mirando
y lo descubre, a lo lejos, revolviendo, revisando
y comprende que aquel niño vive de lo que junta.
Pasada la Nochebuena, por una sala, a oscuras,
los ojitos de la casa, en una bolsa, juntaron
comida, frutas y dulces y hasta un camión con soldados
que fueron, entre otras cosas, al lugar de los que juntan.
A la mañana siguiente, cual una inmensa fortuna,
los ojitos de la calle descubren lo que han dejado;
miran hacia la ventana y en ella los ve, observando,
a dos ojitos piadosos que lo miran con ternura.
NORBERTO CALUL
Argentina