Vicente Antonio Vásquez Bonilla
Virginia de diez años de edad, se encuentra sentada en el suelo de su cuarto. Tiene una pierna extendida y la otra encogida, con el calcañal cerca de su distintivo de mujer.
—¿Qué hacés? –la interroga una voz imperiosa que la sobresalta. Es la voz de su madre.
La niña, con rapidez, esconde las manos, colocándolas atrás de ella.
—¿Qué hacés, pregunté. Y qué es lo que escondés?
—Nada, mamita —responde con voz temblorosa—. Nada.
—¡Mentirosa! Si no estabas haciendo nada ¿por qué te asustaste y por qué escondés las manos? ¡Contestà!
—No estaba haciendo nada y no escondo nada. ¡Te lo juro!
—¡Picara! —ante las negativas, la madre se enfurece cada vez más—. Me decís que hacías o te juro que te apaleo. ¡Quiero ver qué tenés en las manos!
—Nada, mamita linda. Por Diosito, que nada.
Se encuentra verdaderamente asustada y a punto de llorar, pero persiste en las negativas y en esconder las manos.
Como no cedió, la madre toma un chicote para caballos y antes de aplicarle la paliza prometida, lo moja en la batea que contiene agua para los perros.
La niña tiembla de terror y la madre de cólera.
Es azotada sin misericordia. Sus gritos resuenan por todo el rancho. A punto de desfallecer, mostró el contenido de sus manitas: Un trozo de pita.
La madre quedó sorprendida. Esperaba algo diferente, algo que según la posición en que encontró a la nena y su maliciosa manera de pensar, sirviera para la autocomplacencia.
—¡Una pita! ¿Y por qué no me la querías mostrar?
En medio de sollozos, la patojita contestó.
—Me estaba midiendo el pie.
—¿Y se puede saber para qué jodidos te estas midiendo el pie?
—Pues, como siempre me decís que cuidado como resulto con una pata más larga.
La respuesta iba cargada de tal inocencia, que la conmovió. Se sintió mal por haberse dejado dominar por la ira y por haber pensado con ligereza.
El pecado sólo estuvo en la mente de ella. Pero el daño estaba hecho y dejó huellas en el cuerpo y en el subconsciente de la niña, que ese día, no supo ni tan siquiera el por qué del castigo.
Dos años más tarde. Virginia toma su baño cotidiano, como siempre lo hace, con su calzoncito puesto.
La madre así la acostumbró.
Al contacto con el agua, le dan deseos de orinar y decide usar el inodoro.
Su sorpresa es grande y más que sorpresa, susto. Después de orinar, descubre que hay sangre y su calzón está manchado. Alarmada, echa agua en el inodoro y lava la prenda y se la coloca para continuar con el baño.
Se mancha de nuevo.
Lava el calzón varias veces, mientras llora desesperada. Su escasa educación no le permite comprender el fenómeno.
La nana de Virginia se encuentra lavando en la pila vecina al baño y escucha el llanto.
—¿Niña, qué le pasa?
—Nada, Toyita, nada.
—Bueno, apresúrese, porque no tarda en venir su mamá.
—Vaya.
Continúa con el problema. La sangre sigue fluyendo y vuelta a lavar la prenda.
El tiempo pasa, más de lo normal para darse un baño.
—Vamos, nena, métale –reitera la nana-, su mamá está por llegar.
Como única respuesta, se escucha el llanto.
—¿Quién está con usted? ¿Por qué no sale?
—Nadie, Toyita.
El llanto prosigue.
—¡No. Alguien está con usted! ¡Ábrame la puerta!
La niña abre y la nana comprueba que no hay nadie más.
—¿Qué le sucede niña? Dése prisa.
Toyita prosigue con su labor.
Minutos más tarde, llega la madre y pregunta:
—¿En dónde está la nena?
—En el baño, doña. Ya tiene buen rato de estar allí y no sale. Sólo llora y requete llora.
La madre se altera:
—¡Patoja babosa! ¿Qué estás haciendo? ¡Abrime!
El llanto es la respuesta.
—¡Abrí la puerta! —ordena, somatando las tablas de la misma.
Virginia con el terror pintado en su rostro, abre y retrocede.
—¿Qué te pasa, por qué lloràs y por qué no abrías?
—Es que ya metí las patas —contesta, sumergida dentro de un mar de lágrimas.
—¡¿Cómo que ya metiste las patas?! ¿Y con quién? —iracunda, la interroga.
—Con ninguno, yo solita.
—¿Cómo que yo solita?
Como puede, explica lo sucedido.
La madre se da cuenta de lo que acontece, comprobando una vez más, la ignorancia de su hija, a la que por los tabúes existentes no ha explicado el proceso del desarrollo.
No pasó de ser un susto más.
La doña, se enamora de un jornalero de la región, quien llega a vivir al rancho.
Se percata que Macario, así se llama su marido, observa a su hijastra con ojos maliciosos, lo que la lleva a ver detenidamente a la adolescente que se va llenando de encantos tentadores. Este descubrimiento le despierta el demonio de los celos; más aún, cuando Macario hace comentarios referentes a la felicidad que debe sentir un hombre cuando tiene la suerte de estrenar a una hembra. Suerte que él nunca tuvo.
La doña ve en Virginia a una rival. La sola posibilidad de que el atractivo que ejerce la niña sea una tentación para su marido, le roba el sueño y decide anular ese encanto que significa un peligro.
La lleva al río con el pretexto de darse un baño. Con solicitud inusual, se presta a enjabonarla. Virginia, con la mansedumbre que impone la tiranía y la confianza que da la madre, se deja.
En el momento preciso, con brutalidad y a sangre fría, desflora a la patoja utilizando sus rústicos dedos.
Según ella, le ha quitado a su hija la fascinación que pudiera ejercer sobre su hombre.
Virginia, adolorida y asustada, no alcanza a comprender el proceder de su progenitora, pero queda aterrorizada. Siente un odio mayor al que ya sentía por ella y al mismo tiempo se odia así misma y a la perra vida que le ha tocado vivir.
Las dos volvieron del río, en silencio. Una de ellas salió virgen y retornó mujer, sin conocer los encantos de la metamorfosis.
Virginia, cabizbaja, se negó a almorzar y por la tarde salió de nuevo rumbo al río.
Ese día no volvió.
A la mañana siguiente, su cuerpo sin vida, con su antiguo calzoncito de muñequitos, fue descubierto flotando en la poza, en donde tantas veces nadó de niña.
En esa poza siempre se había sentido feliz y libre.
Quizá, en esta oportunidad, fue en busca de esa libertad.
¿Y quien sabe si hasta la felicidad encontró?
Comentario
Estimado Chente, lamentablemente aún hoy día con tanta tecnología, existen en la tierra estos tabúes que originan múltiples ocasiones de castigo y desesperanza, a mi forma de pensar debido no la falta de cultura, sino de confianza entre padres e hijos.
Muchas gracias por éste excelente texto
Pobre chiquita!! Una historia muy triste con un impactante final que nos motiva a meditar sobre el lado feo de la vida.
Excelente historia para levantar conciencia. Felicitaciones, Vicente!
Estimadas Nuria y María: Gracias por leerme y por sus comentarios. Es cierto, es un cuento triste y crudo, pero lamentablemente parte de hechos reales. Hay oportunidades en la realidad supera a la ficción. Aún hay mucho que hacer para educar a nuestras gentes y lo más difícil, luchar contra las flaquezas humanas. Besos, Chente.
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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