Alberto Cabredo O. (Escritor y abogado) / PANAMA AMERICA/ Día D
-¡Al fin vino el menor de mis hijos! Me comentó que no le explicaron qué tenía, después me acarició la cabeza y se comió mi almuerzo. Dijo que regresaba, sí claro, algún día regresará el ingrato.
- Mes y medio aquí, mes y medio… y para qué. Me toman la presión, me toman la temperatura y repiten que el médico va a venir a decirme lo que vio en las tomografías. ¡Esta vaina no termina nunca! No sé si será una suerte que estemos tres en el mismo cuarto. Eso de que se muera un paciente al lado tuyo y traigan a otro sin tener la consideración de decirte: “Hombre, fulano se murió de tal o cual vaina” está jodido. Pero por aquí, así es la vaina. Yo me voy, de que me marcho, me marcho. Más de un mes y medio tirado en esta cama es demasiado, ni me curan ni me visitan mis hijos - esos mal paridos se olvidaron de que tienen padre -, ahorita me visto y a otra cosa mariposa.
-Casi lo logro, casi llego al elevador, pero me atraparon. Ahora sí estoy jodido, en la misma cama y con los brazos atados para que no me escape.
-Ojalá me atendieran como me sermonearon: que cómo se me ocurría, que si no quería seguir viviendo, que por lo menos pensara en mi familia (cuál familia, si ni los veo), que si acaso no pensaba que podía morir en la calle. Morirme de qué, si no me dicen qué carajo tengo. Y ahora, para terminar de joder, me traen los tres golpes puntualmente, pero no me los puedo comer. Los ponen en la mesita de noche y se van sin desatarme, cómo voy a comer si no me desatan ni me dan la comida. Por allí llega la familia de los otros pacientes a atenderlos, bueno, apenas a verlos, les cuentan todos los problemas de la casa y cuando se van los dejan peor que como estaban. Pero los míos ni vienen, no aparecen los chiquillos del diantre y esperándolos me voy a morir de hambre.
- ¡Albricias!, hoy vino la mayor de todos, ni siquiera preguntó por qué me tenían atado, dice que estaba algo apurada, que si el transporte, que si los tranques, que si los niños, que no tuvo tiempo de comer y de un soplo se comió mi cena. Pero qué importa, si total, no me sueltan. Y para qué quejarme con ella, seguro pasa por la puerta de la sección y con la prisa de salir del nosocomio se le olvida presentar la queja, chiquilla del diantre, todavía cuando se iba tuvo el descaro de anotar que me observaba algo delgado.
-No es que no comiese un par de veces. Algún pariente de otro enfermo se ha apiadado y me ha dado una que otra comida, no me sueltan ni de a vaina, ya he tratado de irme como cinco veces, pero siempre me atrapan. Al médico no lo he visto, ni a él ni a esos chiquillos del diantre. La última vez que vino Tercero- que así lo bautizamos- me trajo una minuta de alguna notaría. Decía decía, decía, ya sé, testamento abierto decía. Me ordenó apurado: Firma aquí, firma aquí, firma aquí, no seas necio hombre, que todo lo complicas... Y aunque no lo crean, hasta me soltó la mano para que signara allí donde decía. Lo curioso es que luego volvió a atarme. Le dije que tenía hambre, pero no hubo argumento que valiera, se limitó a decir que aquello era necesario, que hablara con las enfermeras. Yo no sé, pero empiezo a creer que estos chiquillos del diantre se traen algo entre manos, y que en este nosocomio alguien les está siguiendo el juego.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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