De bendiciones y de suerte
Era negra, grandota y fuerte. Debo admitir que me impactó su imagen al volante cuando subí al autobús por primera vez en la Avenida Universidad en Knoxville, Tennessee. Tomé el transporte público para acercarme al edificio de Ingeniería Química donde trabajaría por tres meses en un proyecto determinando la energía que se libera cuando se mezclan dos líquidos diferentes, ejemplo: etanol y acetona o cloroformo y aceite.
Good morning – me dijo con una voz tan ronca y fuerte que me estremeció hasta el tuétano de los huesos. – Goog morning – le respondí casi aturdida por su estruendoso vozarrón. Parada frente a ella traté de buscar la moneda para pagar la ruta. No la tenía, y juraba que la había colocado en un compartimento especial del bulto con libros que cargaba.
La chofer se impacientó y con un gesto indescriptible me indicó que me sentara. Por suerte había un asiento disponible en la segunda fila. Ahí me dejé caer con el corazón acelerado y una terrible sensación de vergüenza. Creo que ella notó mi nerviosismo mirándome de reojo por el espejo retrovisor.
Do´nt worry- me dijo, - you pay me next time-( no se preocupe, me lo paga la próxima vez). Los minutos que tardó el inmenso autobús en llegar a mi destino me parecieron eternos. Me levanté y esperé que bajaran otros pasajeros, fui la última en salir del autobús en esa parada y con voz tímida le di las gracias y le dije - I will see you tomorow.
La mañana siguiente esperé el autobús con cierta ansiedad, tenía ya en mi mano las dos monedas. Cuando lo vi aparecer el corazón me dio un salto de alegría mezclado con ansiedad. Deseaba que fuera la misma mujer conductora. Para mi suerte lo fue, subí de un brinco y con una gran sonrisa en mi rostro entregué las dos monedas. Ella casi retuvo mi mano en su inmensa manota negra, y en ese momento pude notar las uñas descomunales que adornaban sus dedos, cada una pintada de un color diferente y con paisajes de flores, soles, lunas y rostros diminutos de personas.
Después de darle los buenos días me senté tres filas más atrás. Desde allí me di cuenta que en el autobús solo viajaban negros, trabajadores, tal vez, conserjes o jardineros por sus ropas un tanto sucias y rotas, yo era la única cargando libros, la única blanca, y de momento me sentí como una alienígena en otro planeta. Sentía sus miradas clavadas en mi espalda, y el hombre sentado a mi lado hacía esfuerzos por pegarse a la pared del autobús y así quedar lo más alejado posible de mí.
Transcurrieron varios días y comencé a sentirme parte del grupo, la chofer me hacía comentarios del clima, la nieve, las lluvias, y hasta me mostró las caritas de sus cuatro hijos pintadas en sus uñas.
Yo les conté que era puertorriqueña, que Puerto Rico es una isla pequeñita en el mar Caribe, que allí comemos patas de cerdo guisadas y lo llamamos mondongo, todo esto en mi inglés afectado por mi acento español, y sin estar segura de que me estuvieran entendiendo, lo cierto es que me miraban hablar embelesados y sonrientes.
Pasados los tres meses ya conocían mi nombre, lo que hacía en Ingeniería Química, detalles de mi vida personal y yo, llegué a entender un submundo de maravillosa belleza, de cuan cercanos son entre ellos, de cuanta unión de familia tienen, y cuanto quieren a sus viejos. En mi último viernes ya para regresarme a Puerto Rico, la chofer me invitó a visitarla en el fin de semana, me entregó un mapa de cómo llegar a su casa, y yo creo que hasta me sentí honrada, deseaba de todo corazón conocer a sus cuatro niños, su marido y a su abuela de cien años que sabía leer mi futuro en las hojas de tabaco hervidas en mi orina.
Ese domingo tomé un taxi, el chofer era negro. Cuando le di el mapa con la ruta y la dirección me miró extrañado, y me dijo: Lady, are you sure you want to go to this place? ( Señora, está Usted segura que quiere ir a esta dirección?). Le afirmé con la cabeza, y dando un suspiro extraño comenzó la marcha.
La verdad que al salirnos de la ciudad y comenzar a recorrer los barrios en las afueras todo se transformó en un arrabal de miseria y basura. Pero mi corazón me decía que no debía preocuparme, y fue así. Al llegar me esperaban unas cuantas personas, niños, viejitos y sobre todo Caroline, la chofer, vestidos con sus mejores trajes, y su patio recién barrido, una mesa en el exterior con un mantel de cuadros y un rajón con agua y flores silvestres de los alrededores. Allí sería la fiesta.
Todos me abrazaron, todos me tocaron como si yo fuera una santa, ufff, que sensación de cariño inmenso recibí, la tarde la pasé escuchando sus cuentos, sus luchas, y ellos, sin entenderme muy bien, riendo con mis anécdotas, incrédulos de mis historias, donde les decía que en mi Isla las muchachas blancas se casan con jóvenes negros, que los jóvenes negros van a la Universidad y se convierten en doctores, en abogados y empresarios. Eso creo que no me lo creyeron.
Llegado el momento de irme después de una tarde irrepetiblemente maravillosa, Caroline me despidió con dos lagrimones en su carota negra y me entregó un regalo en una cajita. No la abrí, la sentía sagrada, la quería abrir en mi apartamento, alejada de tantas emociones juntas. Creo que el pecho me dolía. Le di un fuerte abrazo a cada uno de los niños y a Carolina un beso en su rostro mojado con lágrimas saladas.
Y ahora estoy aquí, narrándoles esta parte valiosa de mi vida y contemplando el regalo de Carolina, un collar hecho por las manos de su abuela con toda clase de sortilegios y cuentas de cristal multicolor para asegurarme dicha y salud. Les aseguro que ha sido muy efectivo, pues desde esa tarde en Knoxville me persiguen y me alcanzan sus bendiciones y la suerte. Qué más puedo pedirle a la vida.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
Comentario
Muchas gracias mi querida Miriam Inés, bendiciones, amiga, Amaralios
Si mi querido Eladio, gracias mil por tu presencia en mis relatos, cierto , acá a la panza de cerdo guisada con calabazas y tomates , sabrosa la llamamos cuajito, yo soy locura con eso, y solo lo hacen ciertos negocios en la carretera, comer en la carretera lo llamamos chinchorrear, Me encanta Venezuela, bendiciones, Amaralis
Xavier, amigo mío, por tus escrito creo conocerte un poco, sé que eres un ser de luz y amor, te deseo se cumplan tus sueños, que se parecen mucho a los míos, bendiciones, Amaralis
Si mi querido Hugo, tienes mucha razón, no le pido más a la vida, me ha dado demasiado, solo quiero salud para seguir ayudando a mi entorno, bendiciones, Amaralis
¡Qué elocuente relato sobre una experiencia única! Mis felicitaciones. En Venezuela el mondongo lo hacen con la panza del cochino. Un abrazo
Decirte que tu relato me ha hecho latir de paz el corazón es una menro pobre de expresar lo que sentí al leerte. En mi tierra no he tenido esta clase de encuentros, sin embargo hace poco fuí al sur, a lo que llamaríamos la España profunda, me sentí acogido, entregué mi buen humor y compartí alegrías... Vivo un instante de protesta contra el gobierno egoista y dicriminatorio... ¡las gentes son eso, amables, vivas, llenar de calor y calidad! Si pudiera hacer que la gente dominara el mundo, sin gobiernos partidistas y traicioneros... ¡Un abrazo y mil gracias por tu relato!
Pues, en mi humilde opinión, Carmen Amaralis, que no le pidas más a la Vida está bien, y que le sigas dando las gracias por tantas bendiciones... ¡está mucho mejor! Sé que coincidiremos. Abreso y mimos.
P.S.: Celebro y comparto las emociones que guarda tu corazón por las experiencias que nos compartiste hoy.
Muchas gracias mi querido amigo Elías Antonio, bendiciones, Amaralis
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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