EL BUEN CONSEJERO
El sabio iba de pueblo en pueblo rescatando almas perdidas y sanando cuerpos enfermos. Cumplida su misión, partía al siguiente pueblo. Así llegó hasta la casa de don Simeón, el hombre más rico del lugar, quien llevaba muchos años sin poder mover sus piernas.
“Te daría toda mi fortuna si pudieras hacerme caminar”, le dijo Simeón al sabio. “¿Seguro?”, le preguntó. “¡Desde luego, soy hombre de palabra!”, aseguró el paralítico. “Bien, pon atención. Dios te puede devolver el movimiento, pero yo te pido que le des una muestra de tu desprendimiento y sentido de solidaridad: reparte tu fortuna entre la gente más pobre de este pueblo”, le dijo el sabio. “Sí, acepto, lo haré pues ¿de qué me sirve tener riquezas si solo puedo moverme con la ayuda de otras personas y en silla de ruedas?”.
El sabio le dijo que tuviera fe y que, al día siguiente, se hiciera llevar al río, se sumergiera en sus aguas mientras oraba pidiendo su sanación y que en ese mismo instante saldría caminando. “Eso sí, apenas camines anda y comienza a repartir tu fortuna”, le recordó el sanador. “Así lo haré”, dijo el rico.
Cumplido lo dispuesto por el sabio, don Simeón salió del río y avanzó por las calles de su pueblo, gritando alabanzas a Dios. Al llegar a su casa pidió que le trajeran al sabio que lo sanara, pero ya no estaba. El rico retomó su vida anterior, asumió sus responsabilidades al frente de los negocios y olvidó lo prometido.
Ya ni recordaba al sabio cuando lo vio plantado en la sala de su casa. “Cómo estás, Simeón”, saludó. “¡Bien y feliz de verte, buen hombre! ¡Te debo mi salud y quiero recompensarte!”, respondió y sin darle tiempo a decir nada más dejó al sabio mientras se iba a buscar un maletín repleto de dinero que le entregó.
“No quiero nada de ti, yo no te sané, fue Dios, a quien le prometiste que repartirías tu fortuna entre la gente más necesitada de este pueblo. Y no has cumplido”, lo recriminó, sin poner mucho énfasis en sus palabras. Antes de irse, dijo como para sí: “Así lo has querido, así ha de ser”, dio media vuelta y salió dejando a Simeón con el maletín en sus manos. Sin explicarse por qué, el hombre rico sintió la necesidad de abrir el maletín: un nido de víboras se desató para enredársele en las piernas y morderlo.
No murió al instante, solo quedó con todo el cuerpo inmóvil hasta su muerte muchos años después, nada más.-
REFLEXIÓN
Esta historia nos lleva a varias reflexiones: Una, no hay otro sanador que no sea Dios. Dos, la fe es el camino directo hacia Él. Tres, debemos cumplir nuestras promesas. Y cuatro, no esperemos que nuestro olvido sea olvidado por el Creador.
PENSAMIENTOS
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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