Son las cinco de la mañana y otra vez este silencio me encierra, y me recuerda algunos rostros que aún me rondan.
Por muchos años fui el confidente de este Castillo en Kent, donde verdades, traiciones, alegrías y sueños a veces no cumplidos, se reflejan en mí. Muchas veces he reflejado golpes de rabia, miradas de dolor profundo, también he recibido risas, pero pocas caricias.
Estoy viejo, quizás sea el más viejo del Castillo, hasta tengo deslucido el esqueleto, pero me mantengo firme. Ninguna de mis articulaciones se ha debilitado desde el día que me trajo el Doctor Mark, mi único dueño.
A veces hago un alto para mirar hacia atrás y recuerdo sus cabellos rubios y sus ojos melancólicos, que guarde durante todos estos años. También el secreto que lo llevó a la tumba, fui su único testigo.
No retuve nombres, pero mantengo frescas las voces y las expresiones. Hace muchos años, no puedo precisar cuántos, se reunían a mí alrededor, no siempre fueron los mismos. Algunos se fueron antes y cada vez quedaban menos, finalmente fui yo quien los sobrevivió a todos.
Como les decía, no sé cuánto tiempo hace que nadie se acerca a mí.
En el azogue aún retengo a los amigos de mi dueño, como el Conde Williams, un mujeriego arrogante, o el abogado Thompson que logró su fortuna apropiándose del dinero de las ricas viudas de comarcas vecinas. La solterona Alice que estaba enamorada del doctor y murió misteriosamente o el italiano Gino que siempre hacia negocios traficando mujeres sudamericanas para los prostíbulos de Sicilia, también a Michael, el funebrero alemán que aprovechaba las amistades para recolectar clientes, y muchos otros que me cuesta recordar.
Pero si recuerdo la noche que el doctor organizó una fiesta muy especial, esa fue la última vez que estuvieron reunidos. La tarjeta de invitación decía: imprescindible concurrir disfrazados presentarse a las ocho en punto. Los enmascarados comenzaron a llegar y era casi imposible saber quien era quien.
El alcohol corrió toda la noche y el juego comenzó como algo divertido, pero a medianoche la muerte se había llevado misteriosamente a varios de los invitados. Se entrelazaban risas con lágrimas, llantos con gritos. La música y el alcohol ocultaban los sucesos.
Soy uno privilegiado. Ellos me han elegido para contarme sus secretos, como la noche que Susan Kant, la esposa del doctor, me confesó haberlo matado, a él y a Alice, entre otras. Algunos de esos protagonistas se encuentran de este lado del azogue.
Ella aún no ha logrado atravesarme. Deberá continuar viendo como caen lentamente los pliegues de su rostro, hasta que la última partícula de su belleza deje al descubierto la culpa del horror.
Como todos, tendrá que aprender a convivir con ese desconocido que hoy ven reflejado. Yo sigo aquí, mirándola desde este otro lado.
Comentario
Una gran narrativa, Maria Rocio. Mis felicitaciones...
Abrazos,
Tere
buen cuento
un placer leerte
un abrazo
Mirna
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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