Nuestra historia literaria se inicia con el nombre de Cristóbal Colón que nos dejo, en su diario marítimo y en sus cartas, las primeras descripciones sobre el verdor de la naturaleza de la isla y el cual supo sentir y expresar como nadie los encantos del paisaje nacional y aún transmitirnos sobre él una visión poética y a veces sobremanera literaria.
Es evidente y de suma importancia señalar que el eximio geógrafo no fue un artista verbal no un escritor de estilo. Pero la naturaleza del trópico es reflejada cada vez que de él se evocan sus escritos con toda la frescura y con toda la viveza de la primera impresión.
Esta hazaña la cual es recordada después de V siglo seguirá latente en nuestros corazones, porque es el nacimiento de nuestro idioma el cual sigue extendido y renovado como el primer día.
Para los actos con que fueron conmemorado en el año de 1892, el Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, sobresalió la publicación en Madrid de la ‘’Historia de la Poesía Hispanoamericana’’ del insigne polígrafo Marcelino Menéndez y Pelayo. En dicha obra monumental se afirma que la supervivencia de la Isla Española, la predilecta de Colón, es un milagro que sólo se explica por la tremenda vitalidad de nuestra raza y por la persistencia, dentro del ámbito geográfico que ocupamos, del idioma español, base de nuestro ser nacional durante la colonia y todavía hoy principal soporte de nuestras estructuras como nación independiente.
Pero para el 1606, con las devastaciones ordenada por el Gobernador Osorio, nuestra población, abatida constantemente por negreros y piratas, se había reducido a menos de seis mil almas, prácticamente abandonadas a su suerte por la Metrópolis en medio del Océano.
Creemos, aleccionados que nuestra propia experiencia histórica, que todo intento de cohesión o como hoy se dice de integración entre los países de nuestro hemisferio debe tener como principal sostén la lengua que nos transmitimos, juntamente con su sangre, los descubridores.
Es por medio de todo y necesario que si Iberoamérica existe no es porque seamos miembros de una misma raza ni porque formemos parte de una misma civilización sino porque nos comunicamos en el mismo idioma. Existimos, sin la menor duda, gracias a la lengua en que somos capaces de comunicarnos.
Es por consiguiente, que podríamos citar aquí caso similar al de la Isla de Santo Domingo, que puede también señalarse como prueba de la indiscutible grandeza y de la indiscutible perennidad de nuestra cultura; el de la Isla de Puerto Rico, que salió en el 1898 de manos del imperio español para caer bajo el dominio de otra nación de lengua y de fisonomía distinta. Puerto Rico, sin embargo, sigue hablando español y representa en el Caribe, juntamente con Cuba y con Santo Domingo, un testimonio vivo de la invulnerabilidad de ese instrumento de expresión y del poder que tiene para unir a los diversos componentes de nuestra estirpe con lazos imperecederos.
A de tomarse también, en cuenta que el primer monumento poético de nuestra lengua en los últimos tiempos, tan grande para nosotros como pudo haberlo sido quizás La Ilíada para los griegos, lo encontramos en el poema heroico que lleva por título ‘’Tabaré’’ del Uruguayo Zorrilla de San Martín. Pero en 500 años, algo insignificante para ambos, los que vinieron del Viejo Mundo y los que ya éramos dueños de estas vastas regiones del planeta, hemos realizado mucho en beneficio propio y en beneficio de todo el género humano.
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