El Gaucho Aré
Los caminos en el Chaco son largos, serpentean entre el follaje y el monte bajo. Y se pierden entre las quebradas, atraviesan riachuelos y vertientes. Luego asoman en lontananza como lenguas en el horizonte cuajado de colores. Donde los atardeceres se engalanan con el lucero que brilla como un farol guiando a los viajeros.
La espesura se cimbreaba con la brisa de la primavera, donde reventaban los polvorines y la llovizna formaba pequeños arroyos, debajo de los arbustos espinudos. Allí es donde los quirquinchos bebían la frescura del agua recién caída del cielo. A veces venía un viento sur que remolinaba la copa de los toborochi, chañeres y mistoles. Las pavas levantaban bullicioso vuelo y los chillidos de los monos anunciaban la presencia del tigre del monte.
Los rancheríos se alumbraban con velas, en otros con lámparas de aceite que traían desde los campos de Sanandita. Allí solía brotar un espeso liquido negro, viscoso y que servía de combustible a los lugareños.
Siempre se podía encontrar en el camino una venta de comida, beber un café negro con pan amasado o tomarse un buen trago de vino añejo de San Lorenzo.
Un buen día apareció por el sendero, el gaucho Aré montando su fiel caballo que llamaba Tarik. Y bien empinado en la mesa y con unas cuantas copas de Anís en la cabeza, solía repetir:
- Mi buen caballo es tan fiero como el guerrero musulmán que conquistó España y otros reinos de Europa- El valiente Tarik- Señor del desierto y temor de los cruzados.
Los vecinos de aquellos lugares, se miraban entre sí y sonreían maliciosamente lo que el turco decía, luego preguntaban:
- Paisano- ¿y cuando vale su caballo?-
- Mi buen corcel vale más que el puente de plata que une a Potosí con España-
- ¡Pero es mucha plata amigo!-
- Un buen caballo fino, de raza árabe como el mío... vale pues -su peso en oro-
Y seguía la charla y el vino, corría por la boca de los lugareños y el gaucho Aré trataba de ponerse erguido pero sentía que un peso le hacia corcovear-
- ¡Qué buen bouquet tiene este anís!-
- De donde trae paisano ese licor blanco que tan buen olor tiene-
- Ah- Es el secreto de la mano y los alambiques de mi buen paisano, Jorge Barzón del pueblo de San Francisco Solano-
- Ahhhhhhhhh- ¿ También lo toman los curas?-
- Nó- Los curas solo toman el mejor vino blanco, es especial para ellos, lo traen de las viñas de Camargo. El anís es para todos los paisanos árabes que viven en el Chaco-es un lindo licor... ¿Desean probar un poquitingo?-
- ¡ Nó-paisano!- nosotros somos vineros viejos.
Luego abandonaba a galope tendido el lugar y picaba espuela rumbo a Caraparí. Se avecindaba la fiesta de la Virgen Morena “La Guadalupana”- Allí era el encuentro de todos los promesantes y adoradores de la zona-
Las calles del pueblito se engalanaban con guirnaldas de colores. Y las carpas hacían su agosto, entre guitarras, violines y el bombo que arrancaban una chacarera que hacia saltar chispas en las piedras con las espuelas del gaucho Aré, que trataba de seguir el baile autóctono- Luego tiraba el poncho rojo y sobre el, un mazo amarillento de cartas para jugar
truco. Otras veces rodaban los dados y los hombres se encomendaban a la patrona para lograr unos buenos puntos. Al final el paisano repletaba el cinto con arrugados billetes, alistaba la montura y nuevamente tomaba el camino rumbo a otro pueblo donde otra fiesta le esperaba.
¡Ah!- los caminos del Chaco Boreal son generosos, árboles frutales, otros macizos de buena sombra- Campos tranquilos sin temor a bandoleros, solo con el cuidado de la cascabel. Y la araña mico-mico que podía voltearte y enviarte al mas allá- El Chaco es bello, tanto en invierno, como en otoño, pero con el calor del verano, ¡hace pelar al más bravo!.
El gaucho Aré había venido desde el Líbano a la Argentina. Estuvo un tiempo por Tucumán, luego Salta. Con un montón de telas de bien lino sobre el hombro, entró en la “Aguada de las Pavas”, a vender su mercadería. Y su peregrinaje le llevaron mas tarde a Palmar Chico. Vino la confrontación de la Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia.
Y comenzó su negocio de proveedor de víveres a la tropa boliviana. El Alto Mando se ubicaba en el pueblito de San Antonio, en la margen derecha del río Pilcomayo. Y es así como el buen paisano árabe se involucró en la contienda. Junto un grupo de valientes chaqueños conocedores de la región, buenos baquianos para rastrear en la agreste geografía.
Por las noches el gaucho Aré y su gente cruzaban la frontera entre Bolivia y la Argentina, aprovechando las sombras. Entre el monte camuflado llegaban a Tartagal, donde los paisanos le esperaban con los víveres. Cargaban la mercadería en robustas mulas y emprendían el regreso entre tortuosas quebradas, esquivando el paso de las patrullas de la gendarmería . Algunas veces tuvieron que amordazar a los soldados guardianes, sin causarles daño alguno. Así podían tranquilamente pasar la carga al lado boliviano. Del otro lado de la quebrada, el astuto gaucho Aré les hacia seña con el dedo. Al rato sentían la descarga de las armas de fuego de los calientes soldados, pero estas no alcanzaban a su gente y riendo emprendía viaje al pueblo de San Antonio.
Cierta vez cruzando las brechas al este del poblado de San Francisco Solano, fue sorprendido por una patrulla del ejercito boliviano. Fueron detenidos y traídos al Alto Mando. Allí fueron acusados de espías y que trabajaban para los “pilas” (paraguayos), no valieron las explicaciones. Los encerraron en una celda común. Los baquianos cantaron algunas coplas para matar el tiempo y el gaucho tiraba los dados con los soldados centinelas, los que caían como tortolitas a la astucia del turco.
Un día, la Maria Chali, una buena paisana le vió detenido y aviso a la comunidad árabe, la que era numerosa en la zona. No lograron convencer a los capitanes del ejercito boliviano. Entonces la Maria Chali, hizo colocar un radiograma a la Paz, donde estaba el capitán Quispe, quien había encargado al gaucho Aré, la misión del abastecimiento de la tropa. Llegó el último día, esa tarde sería el fusilamiento a los acusados de espías. Antes del medio día llega la orden desde el Alto Mando desde la ciudad de La Paz, liberar al turco y sus hombres. Los oficiales pidieron las disculpas del caso y el gaucho Aré y su gente terminó de farra por una semana, sabían salvado su pellejo.
Es así como el gaucho Aré vino a Palmar Chico, encontró a la Manuela una buena mujer trabajadora y le ofreció matrimonio. Pero el gaucho no dejó de jugar y de ir de pueblo en pueblo siguiendo las fiestas religiosas. Un buen día tal vez cansado colocó un hotel
en el pueblo de San Antonio. Al que llamó “Hotel Beirut”, muchos paisanos árabes tenían su venta y restauran como el del tío Zurate como le decían amistosamente los niños. Por las tardes mirando el río Pilcomayo bajar, se sentaban bajo los árboles a beber anís que solía traer el paisano Jorge Barzon, el famoso “Flores de Siria”, ¡Ay! ... que lindo licor decían los lugareños. Era blanco como la leche y había que mezclarlo un poquito con agua para bajar su aroma.
El gaucho Aré, volvió nuevamente a los caminos. Y en toda la comarca se hizo famoso su tapete verde, las cartas amarillentas y los dados rodar.
Su fiel Tarik, el buen caballo de pura sangre árabe conocía cada sendero y brecha. Aunque el gaucho dormitaba sobre la montura, el animal le retornaba a casa. La buena Manuela, a veces refunfuñaba y renegaba, mas el turco decía: -¡No mas habibi, ahorita me portare bien!- Mas las brechas, sendas y las fiestas le llamaban y ensillaba la bestia para luego perderse entre el monte. El caballo Tarik semejaba al viento por los caminos, serpenteaban quebradas, atravesaban cristalinas vertientes, al caer la tarde entraban a los pueblitos.
Despuntaba una mañana de primavera. El cielo se pintaba como un arco iris. Brotaban los mistoles, los toboroche y chañares. Las aves entonaban sus mejores gorjeos. Sonaron los violines y rasgaron las guitarras, alguien punteaba una chacarera y el sonido del bombo rompía el silencio.
La espigaba figura del gaucho Aré pasó raudo montando a Tarik. Los poblados quedaron atrás, rodeó la cordillera del Aguarague, dejando tras sí un polvo de estrellas, hasta perderse en lontananza. Vino un surazo que remolinó todo el chaco boreal. Destelló el cielo, los relámpagos estallaron en la serranía y llovió...el cielo pareció llorar por la partida del turco, hacia el más allá.
Amir Ibn Tawfik
Enero 2005
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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