EL MARAGATO...

 

No hace tanto tiempo que Pedro -el maragato- estaba arando las seis cuartillas de tierras de la olla, que formaban los olivos de su finca. Se levantó. como cada día con las primeras luces del alba. Volvió a echarles un buen pienso de avenate a los dos mulos, revuelto con paja de trigo, para que fuesen comiéndoselos, mientras él terminaba de asearse y tomaba un poco de café de pucherete, que su mujer le estaba preparando desde que saltó de la cama.                                               A media mañana los dos mulos ya estaban sudorosos y medio agotados, de tanto esfuerzo, como su amo les estaba demandando y, hay que decir en honor a la verdad, que Pedro apretaba la mancera del arado tanto como podía para que el surco fuese profundo y la reja llegase a arrancar todas las raíces de aquél tupido suelo. Afortunadamente a comienzos de esa misma semana, había estado lloviendo dos días seguidos y la tierra estaba muy propicia para ser arada.               El gañán, no se dejaba un camellón y pocos eran los encuentros de los olivos, que iba dejando a su paso, pues sabía que más tarde el mismo los tendría que cavarlos con el azadón de la viña.                                                                                       Este andaluz, criado en las vertientes sur del Torcal, siempre se jactaba de ser un individuo poderoso -muy fornido- y, desde su juventud siempre iba presumiendo de ello, especialmente en la barbería, cuando iba cada semana a cortarse el pelo y afeitarse, con la única excusa de enterarse de todos los chismorreos, que pululaban por aquel recinto y referente a los acontecimientos más sensibles del pueblo.                                                                                                           Con el paso de los años, la rudeza de su entorno e influenciado por su propio carácter, se había convencido, de que el poder y la gloria los daban: el tener una fuerte cartera -siempre a mano-, ser duro con los demás y, en definitiva, no mostrar signos de debilidad ante los amigos, vecinos y muy especialmente ante los propios miembros de su familia.

Ya llevaba -el maragato- aradas dos vezanas, cuando acertó a pasar Agapito -el recovero de la zona- por el camino de herradura que bordeaba el trozo de la finca, que estaba arando; quien llevaba su caballo blanco tras de sí, tirando del cabestro, que llevaba echado sobre los hombros y el cabo, cogido con la mano derecha y de cuando en cuando se daba un cordelazo sobre los bajos de sus pantalones, como si tratase de espantarse las moscas o el polvo del camino -realmente, lo hacía, porque era un tanto supersticioso y creía que con ello espantaba el mal fario, que otros transeúntes hubiesen dejado aparcado por los bordes del camino, antes de que él estuviese transitando lo; mientras que con la mano izquierda llevaba sujeto un cigarrillo entre los dedos índice y corazón, del que pausadamente daba alguna que otra calada y al expirar el humo, decía a media voz: "deja paso ladrón y Dios nos guarde a los dos". Al llegar a la altura donde se encontraba arando el maragato, le dió un medio bocinazo en forma de saludo: ¡kiaaa..., zoquete!; ¿te va cundiendo el tajo, verdad...?. Pedro, lo interpretó claramente, como si le hubiese dicho: ¡qué hay...!; vente a echar una tabacada; entonces el gañán paró la yunta de mulos y clavó la vara de arrearlos en el suelo -donde amarró ligeramente las riendas-, al tiempo, que ordenaba a sus mulos:       ¡quietos paraos!, las dos bestias le obedecieron al instante. Pedro pasó a grandes zancadas el pedazo de terreno ya arado para acercarse al recovero, que en cuanto vio las intenciones de acercarse de Pedro, paró su caballo y empezó a entablar esta breve plática: -la tierra tiene que estar buena para la maquinilla, porque se ve que te cunde el tajo y se te está dando muy bien los surcos; o es, que te viniste muy temprano -no contestó Pedro-, es que mis animales son fuertes y el rejón no encuentra muchos tropiezos en esta tierra a pesar de estar plagada de tantos yerbajos gatunos. Cuando llegó Pedro a la altura de Agapito: el recién llegado, le interpeló: qué llevas ahí en esos dos pellejos de cabra, -a lo que respondió el recovero-: llevo aceite de oliva de esta primera cosecha, que acabo de cargar en la cooperativa del pueblo y se la llevo -al dos luces-, que me la encargó la semana pasada, pero el primer aceite no ha salido hasta misma mañana; este fue el momento en que sacó su petaca Agapito y ofreció tabaco a Pedro, quien lo aceptó de buen grado, pues fue el motivo de su acercamiento y charla inicialmente, ya que se había olvidado su tabaco y los enseres para liar en su casa; más cuando llegó a donde estaba el recovero, no quiso pedirle directamente tabaco e inició la conversación con lo de la carga del caballo.         Allí estuvieron unos minutos, mientras fumaban y discutían el precio de la carga del aceite y finalmente llegaron a un acuerdo, por el cual Agapito llevaría la carga de aceite a la casa de Pedro, que estaba situada un poco más abajo en la parte sur de la propia finca -y desde donde estaban ambos amigos, sólo se divisaba el tejado beige bordeado de una franja blanca como la nieve, pues había sido blanqueado a la cal viva, por su propia mujer, sólo dos días antes- y, se la entregaría a su mujer, que seguro estaba en la casa o por los alrededores, para que a la vuelta -una vez hubiese descargado los dos pellejos de aceite en las vasijas, que le hubiese dispuesto la mujer de Pedro- éste le pagaría los cincuenta duros acordados, por cuyo acuerdo -el propio Agapito- estuvo peleando un buen rato, ya que: le salía lo comido por lo servido y ese no era su interés en vender aceite, para esa cosecha venidera; pero por tratarse del maragato, a quien siempre quería tener como amigo, cedió mucho más de lo debido.

Ante tal acuerdo, el recovero prosiguió con su caballo en dirección a la casa del maragato para llevarle la carga de aceite. Tan pronto llegó al llano de la casa, se encontró a la mujer de Pedro, que estaba barriendo el gran llano que formaba la parte frontal de la casa y después del consabido saludo y a pregunta de María -que así se llamaba la mujer de Pedro-: ¿que le trae por esta casa?, a lo que contestó Agapito: su marido, que se ha empeñado en comprarme esta carga de aceite, que llevaba para la casa del -dos luces-, pero como Pedro se ha empeñado en que la traiga aquí: aquí estoy, para dejarla; así que prepáreme usted algunas vasijas, donde pueda verter los dos pellejos, pues tampoco quiero entretenerla mucho. ¡Como eso es así!, medio gritó María, casi fuera de su consabida tranquilidad... Este hombre mío, no piensa en los demás y hace siempre lo que le da la gana. Yo no tengo vasijas a mano, para poder echar ese aceite; ni que fuera una arroba; ahí debe usted traer, por lo menos dos quintales de aceite. Yo tendría que ir a buscar algunas orzas a casa de mi suegra y, ni así tendría ella suficiente, para prestarme y echar todo ese aceite; y, prosiguió diciendo María: este hombre se ha vuelto loco, bien sabe él que las vasijas que tenemos en la casa son todas pequeñas y está con parte de la matanza del año pasado. Mire Agapito, lleve le usted ese aceite al dos luces y dentro de un par de días nos trae usted el aceite, cuando hayamos podido preparar algunos envases donde conservarlos. Así, que mejor será que se vuelva usted por donde ha venido y si ve al maragato a la vuela, dígale, que: ahora mismo no tenemos lugar donde podamos echar todo ese aceite...

Con estas palabras despidió la pobre mujer al recovero -toda sofocada y medio malhumorada-: Parece ser que Agapito, se sintió un poco molesto con la actitud de María, pues casi le dió la espalda y, ni mostró una despedida de cordialidad, sino de bastante hinojos, pues seguramente llegó a pensar que los dos hombres se habían puesto en complot para amargarle el día.

Pudo Agapito evitar el reencuentro con Pedro, pues tenía camino por delante para llevar la carga de aceite a su destino inicial; pero se sintió perjudicado -por el tiempo que le habían hecho perder aquel matrimonio- y algo encorajinado, se dirigió de nuevo a donde el amo de la finca estaba arando. Cuando el maragato vio venir al recovero de vuelta hacia donde él estaba y con el caballo aun cargado con los dos pellejos de aceite sobre sus lomos, pensó que no había dado con su mujer o que ésta habría salido por algún motivo inesperado; pero cuando el tal Agapito llegó a su altura y éste le comentó el incidente y la conversación que había tenido con su María: éste montó en cólera y como no quería quedar en ridículo ante el recovero, al que consideraba de inferior valor o rango, le dijo: no se hable más; desunció a los dos mulos del arado y aún llevándolos uncidos del ubio, le medio gritó al recovero: sígueme, que vamos a ver si mi mujer tiene o no vasijas, donde poder echar ese aceite. Dio media vuelta Agapito a su caballo y siguió tras Pedro y los dos mulos, que iban en paralelo ocupando mucho más espacio de la vereda de herradura, pues uno de ellos siempre tenia que ir balate arriba o abajo, sorteando los árboles que estaban al lado del camino, para no engancharse con las cabezas o el ubio. Al poco llegaron ambos hombres a la puerta de la casa, donde aún estaba María barriendo, y tan pronto llegaron, Pedro gritó a su mujer: ¿qué pasa contigo María..., como me contradices de esa forma delante de este hombre...?; yo no te he contradicho, sólo que no tenemos vasijas para echar todo ese aceite y Agapito puede traer el aceite otro día cuando tengamos a mano donde echarlo. Más encorajinado aún, el maragato le gritó: saca el canasto del pan y lo pones en medio de la sala y al recovero le ordenó vamos a descargar lo pellejos de aceite y me los echas dentro del canasto: María, ni replicó y obedeció al instante y Agapito, bastante temeroso, le contestó: lo que tu digas...

Como el canasto del pan, estaba hecho de varetas de sierpes de olivo, era un completo colador y empezó a extender el aceite por toda la sala. Cuando hubo terminado de verter el recovero los dos pellejos de aceite dentro del canasto, los dobló cuidadosamente sobre el poyo de la fachada principal de la casa y sin perder su furor, Pedro le dirigió estas palabras: mañana me traes otra carga de aceite, pero que sea bien temprano, para que yo no tenga que dejar mi tajo de trabajo. Aquí tienes los cincuenta duros de esta carga y toma otros cincuenta para la de mañana.    

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