-Pena de la vida al que volviere la cara atrás, pena de la vida al tambor que tocare retirada, y pena de la vida al oficial que lo mandare aunque sea yo mismo- así termino su arenga, minutos antes de iniciar el combate, el caudillo Juan Sánchez Ramírez. El cielo se desplomaba encima de la soldadesca harapienta del lado hispano-dominicano y, bestias y soldados titiritaban de frío, pese a todo eso nadie estaba dispuesto a dar un paso atrás. Ya habían llegado muy lejos y el destino de la colonia española dependía de ellos.
Del lado Frances, el ejército napoleónico lucia ensopadas sus guerreras. El General y Gobernador Louis Marie Ferrand, que la noche anterior había advertido a la hueste dominico-hispana que entraría arrolladoramente al Seybo, de la superioridad de sus armas y de las tropas francesas, reía socarronamente al recibir la respuesta de que el enemigo le enfrentaría pese a la advertencia. Todo el genio y el orgullo napoleónico descasaban sobre los erguidos pechos galos destacados en aquella tierra, insignificante para ellos, y no iban a permitir ninguna revelión.
Los minutos trascurrían lentos, como estatuas inmóviles. La lluvia inclemente inundaba la sabana, ambos bandos estaban frente a frente. Era noviembre 7 de 1808, al medio día. Cada fría mirada se había posado en otra como una suerte de matrimonio con la muerte, nadie parpadeaba, nadie quería perder de vista su destino.
Un pequeño soldado en harapos, de apenas doce año, sonreía feliz mientras empuñaba un terrible mache, casi de su mismo tamaño, Lo había heredado de su taita, quien había muerto en un pleito de gallera, y ahora era de él, y lo habría de usar en el primer enemigo de la Virgen que se le cruzara por el medio.-eso mai nacío no no van a ganái, ¡Se lo juro mi taita! donde quiera que uté eté, a mi nana y a Maigó naiden le pondrá la mano- dijo para sí el infante guerrero. Deseaba fervientemente enfrentarse a alguien para probar que era un hombre. De hecho ya lo había elegido a la distancia en medio de la cortina de lluvia que nublaba la visión.
De pronto, se oyó la voz inconfundible de la trompeta ordenando el avance francés. El fuego rompió próximo al medio de aquella imponente tropa de Napoleón, la pétrea caballería dominicana de un salto salió a su encuentro como un rayo voraz, parecía que volaban. Cientos de lunas de pronto buscaron la carne y el hueso francés, parecían un cardumen de pirañas hambrientas detrás de una indefensa presa.
Al orgullo galo le sucedió el terror y el espanto, mientras sus dedos, manos, brazos y piernas eran devorados por aquellas lunas desquiciadas. Las cabezas con todo y birrete rodaban por el campo. Al final, del lado francés, los que no huyeron, quedaron desmembrados y esparcidos en aquella tierra tan extraña.
El pequeño soldado, totalmente ensangrentado, reía y lloraba mientras, con los ojos fijos en el destino que había elegido, decía: Te lo dije taita, te lo dije, que eso mai nacío no no iban a ganai…y mientras esto decía todo su cuerpo se estremecía de terror.
Cuentan que el general Ferrand, quien había huido aterrado por aquel final tan vergonzoso, después de cruzar la cañada de Guaiquía de un disparo en la cabeza puso fin a su vida. Minutos después, el coronel Pedro Santana, aun sediento de sangre, de un tajo, separó la cabeza del Gobernador de la colonia de Santo Domingo para exhibirla como un trofeo de guerra. Ransés 4:04 p. m. 16 de Junio del 2009
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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