El sótano de piedra
“Quizás haya sido elegido
para enseñarte algo más maravilloso:
el significado del dolor, y su belleza.”
Oscar Wilde
No quería pensar en nada. Caminó de punta a punta de la habitación para que su mente no fuese presa de la locura. Estaba perdiendo su presente.
¿O ya lo había perdido? No podía admitir que la sucesión de perfectos momentos, quedara huérfana de futuro; pero los recuerdos. eran un revoltijo descontrolado: la primera tarde en el jardín, el atractivo de su conversación, los encuentros inseguros, los pequeños detalles que iba multiplicando para consentirlo, la certeza cada vez más tangible del amor, las mentiras toleradas... Todas esas imágenes relampagueaban porfiadamente en su oscura caverna. Aunque no era invulnerable al cansancio físico, seguía empeñado en vengarse de su soberbia.
La traición de Enrique había sido estúpida. La elegancia es un requisito ineludible hasta para el ejercicio de la traición, pues se corre el riesgo de generar una venganza directamente proporcional a la subestimación demorada. Esa fue la conclusión elaborada después de una agobiante semana de meditación, tras la cual comenzaron los preparativos.
Atravesaron el hall a la hora establecida y empezaron a descender por la escalera que conducía al sótano.
Sobre la pared de piedra aún colgaba un único cuadro: la imagen de una bella muchacha balanceándose de una soga sobre la boca de una tumba abierta.
Además, una cama de hierro oxidado, una almohada y un manojo de harapos por cobijas. Sobre la mesa, una lámpara encendida.
Enrique estaba confundido aunque no dijera nada, En silencio, Juan simuló acomodar la cama y luego, lentamente, depositó sobre la almohada la alianza que sacó de un bolsillo de su chaqueta impecable. Tal vez, el obsequio nunca había agradado al amante infiel.
-Ya vuelvo. Olvidé algo. – agregó, con naturalidad.
Traía en su mano una curiosa caja de madera. Instintivamente, Enrique se arrodilló; pedía perdón en todos los tonos posibles para la voz humana..
Pero Juan, en un ademán sereno, giró la tapa, la caja guardaba tres pastillas.
-¿Qué? ¿Crees que te obligaré a tomar cianuro? ¿Quieres que lo tome yo?, ¿o, tal vez, que te proponga un romántico vuelo nupcial? Pero qué estúpida ocurrencia, mañana viene un tasador, quiero venderlo y guardar la caja en su lugar: el ropero de la abuela. No conocías esta parte de la casa; decías que no te interesaba. ¡Bien, Enrique!
¡Bien! No te aflijas, el mes próximo viajo a Europa por un año, o más...
Tendrás todo ese tiempo para conocer el nombre de cada una de las piedras de este sótano.
Entonces, cerró con llave la puerta de la bóveda.
Comentario
¡Qué historia por Dios! ¿Y un año encerrado? Me gusto tu cuento porque en ningún momento desapareció el suspenso.
¡¡¡Terrorifico!!! Me hizo acordar a los que leía en mi adolescencia de Edgar Allan Poe. Un beso, Martha Alicia
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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