EL ÚLTIMO HOMBRE

E

l hombre venía cayéndose y levantándose. Avanzaba tambaleante un trecho y volvía a caer. Los rayos solares le quemaban la piel. Las ropas andrajosas apenas lo cubrían. Llevaba el pelo y la barba muy crecidos. Flaco y anémico apenas podía sostenerse. Cuando alcanzaba a estar erguido su mirada vidriosa y perdida buscaba en el horizonte una esperanza, un alivio, la ayuda requerida. Sólo veía arena y más arena. El desierto era inmenso. Todavía avanzó un poco más y en el cenit del sol cayó desmayado. El sol y el calor eran tan fuertes que ni una sola avecilla cruzaba por el cielo.

Kilómetros más adelante, un observador que estaba frente a una pantalla miró asombrado un punto rojo que de pronto se deslizó por el extremo superior derecho.

-¿Qué es esto? –Se preguntó asombrado e inmediatamente volteó hacia donde estaba un compañero y le dijo: alguien ha cruzado el umbral. Inmediatamente el primer observador aplastó una tecla y afuera del edificio donde se encontraban comenzó una gran movilización. ¡Aprisa, aprisa! –gritaba el que parecía ser el coordinador del grupo de rescate. Un convoy de carros ultramodernos silenciosos, rápidos y sin humo, se dirigió al lugar donde había caído el escuálido hombre. Lo subieron a una especie de ambulancia y de manera rápida y precisa lo llevaron al Centro de Control de Calidad de Vida. Le reconocieron los signos vitales, lo colocaron sobre una plancha de quirófano y comenzaron a quitarle los andrajos que llevaba puestos, cuando el que coordinaba el grupo de rescate exclamó:

-¿Qué es esto? ¡No puede ser! –Y los demás lo vieron a él y luego comenzaron a verse los unos a los otros.

El cuerpo del rescatado estaba sobre la plancha y todos lo recorrían con la vista de la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza. A través de las mascarillas los catorce ojos se abrían desmesuradamente. Entonces alguien dijo: apenas respira. Fue como una orden porque se apresuraron a traer sus instrumentos médicos. Cuando el cuerpo respiraba normalmente y el ritmo cardíaco se estabilizó, continuaron observando sorprendidos el cuerpo del hombre que yacía inerte sobre la plancha de plástico negro.

II

Lo asearon, le cortaron el cabello y la barba, lo vistieron y le dieron alimento que consistió esencialmente en líquidos nutrientes. Poco a poco fue recuperando la salud y pronto estuvo en condiciones de poder hablar.

-¿Quién eres? –le preguntó Gabriel que fungía como Director del Centro de Recuperación y a quien el caso atraía apasionadamente.

-Me llamo Tomás –contestó el convaleciente, mirando sorprendido a su alrededor y más sorprendido porque, hasta donde recordaba, nunca en su vida se había sentido tan bien.

-Eres todo un caso –dijo el Director señalando hacia el escaparate donde se agolpaban los rostros de funcionarios, médicos y enfermeras del Centro de Recuperación.

-¿En dónde estoy? –Volvió a preguntar Tomás, ya muy sorprendido por lo que ocurría a su alrededor.

-Estás en Arhká –dijo el interlocutor y volvió a mirarlo con admiración.

-¡Vaya! Así que esto es Arhká. ¿Pero qué hago aquí, cómo llegué? ¿Por qué soy un caso especial?

–Calma, calma -, repuso Gabriel y entonces hizo un movimiento circular con el dedo índice de la mano derecha, se lo colocó en la frente y Tomás, al simple contacto volvió a quedar completamente dormido.

Escenas como la anterior se repitieron frecuentemente hasta que en un momento Tomás gritó:

-¡basta, basta! Ya deja en paz ese dedo, no toques más mi frente.

-Bien, dijo el otro, si ya estás tranquilo y estás dispuesto a escuchar, entonces ya no necesitas la dosis de energía espiritual que domina tus instintos primario y haga que duermas para que tu esencia vital brote como fluido magnético.

-¡Qué! –Exclamó Tomás. Miró otra vez al escaparate y se sintió animal de circo. -¿Qué es esto? Explíqueme, explíqueme.

-Claro-, dijo el Director del Centro de Control de Calidad de Vida-, ya era hora de que entraras en cordura. No podíamos estar siempre en el juego de despertar y dormir, de despertar y dormir.

Después de un largo silencio, el Director del Centro le dijo: antes de hablarte, quisiéramos escuchar tu versión de cómo has sobrevivido y cómo es que no te encuentras en ninguna de nuestras Arhkás. Tomás se puso muy serio, reflexionando profundamente y con emoción y nostalgia comenzó a hablar:

-No sé cómo empezó todo. Lo que recuerdo, lo que me contaron mis antepasados del lugar de donde vengo, es que hace mucho tiempo la humanidad no pudo ponerse de acuerdo sobre la forma de repartir las riquezas y estalló una Gran Guerra donde todo quedó hecho cenizas y nubes radiactivas. Nosotros sobrevivimos en las cuevas y en los refugios antinucleares. Algunas generaciones de esa época fueron previsoras y almacenaron alimentos, agua y plantas eléctricas portátiles que funcionaron hasta que duró el combustible; cuando éste terminó y las nubes radiactivas fueron perdiendo su fuerza, entonces salieron de los refugios a buscar alimentos y comenzaron a vagar por la superficie terrestre. Dicen que todo era cenizoso y desierto. En este vagabundeo nadie era de ninguna parte. Poco a poco, de una generación a otra fuimos siendo cada vez menos hasta que sólo quedamos mi padre y yo. Sobrevivimos como pudimos. Antes de morir me dijo que siguiera la ruta del sol, que algún día encontraría a otros sobrevivientes. Cuando murió, sólo arrojé arena encima de él y continué avanzando hasta que no pude más. Cuando desperté, ya estoy aquí. Esta es mi historia. Ahora ustedes pueden comenzar a contarme la suya.

Tomás guardó silencio y con curiosidad comenzó a observar al director del Centro de Control de Calidad de Vida que a la vez lo miraba absorto. Entonces se abrió una puerta y entró una mujer joven y dijo:

-Director Gabriel, lo llaman a junta de trabajo.

-Inmediatamente voy –dijo éste, y se retiró seguido por sus ayudantes.

Tomás se quedó solo. Movió los brazos, los alzó, los revisó detenidamente desde los hombros hasta las yemas de los dedos. Luego, se sentó en la camilla donde lo hacían dormir y se extrañó de no estar mareado. Estuvo unos minutos contemplando los escaparates vacíos y comenzó a balancear sus piernas. Hizo un gesto de sorpresa y continuó moviéndolas. Después de unos minutos, cuando se sintió más seguro de su cuerpo, se levantó y se dejó caer sobre las plantas de sus pies. Por un momento creyó que se iría hasta el suelo pero no, simple y sencillamente plantó con firmeza sus pies. Erguido, solitario, todavía titubeante, avanzó un paso y luego otro. Se detuvo. Dio una vuelta a la camilla y aunque caminaba apoyándose ligeramente con la mano derecha, comprendió que no necesitaba de ese movimiento para avanzar. Caminó tres, cuatro y hasta cinco vueltas y no sintió cansancio. Su semblante se mostraba sorprendidísimo. Todavía dio unas vueltas más y luego se recostó en el plástico negro quedando profundamente dormido.

Cuando abrió los ojos lo primero que vio fue el rostro de Gabriel. A un lado se encontraban sus ayudantes y la muchacha que había visto cuando vino a avisar sobre la junta de trabajo. Tomás, impulsado como un resorte, se incorporó y dijo:

-Y bien, ¿qué tienen que contarme, además de por qué son todos tan delgados?

El director del Centro de Control de Calidad de Vida contestó:

-Hay causas comunes entre tu historia y la nuestra. Sin embargo, los rumbos que tomaron nuestros antepasados son distintos.

-Bien, bien, -dijo Tomás-, estoy dispuesto a escuchar.

-Los orígenes -continuó el otro, rodeado por sus colaboradores-, son los mismos. Sabemos que hubo una Guerra. También sabemos que antes de ella, la humanidad se venía dividiendo en dos grandes sectores: los que habían continuado con la vida ordinaria de satisfacer las necesidades básicas como comer y reproducirse por contacto sexual, y siempre fueron una amplia mayoría; y una minoría que controlaba los instintos primarios y buscaba el reencuentro con las estrellas. Cuando ocurrió la Gran Guerra, la amplia mayoría se refugió en cuevas y lugares de concreto pero siempre dependiendo de los recursos y alimentos naturales que terminaron por extinguirse. Seguramente tú desciendes de este grupo, le dijo a Tomás.

-Es posible -, afirmó el otro.

-El grupo minoritario por su lado -continuó Gabriel-, trató de captar con su cuerpo las energías cósmicas y poco a poco fue entendiendo que en realidad éste sólo era una conglomeración incognoscible de energía electromagnética. Esta energía alcanzaba a desarrollarse más con la abstinencia sexual y con algunos ejercicios que únicamente ellos conocían y que se transmitían unos a otros de boca a oído. Cuando se hizo popular la electricidad y se construyeron ordenadores personales, el campo magnético individual se amplió e incrementó pues la máquina computarizada y la persona fueron uno solo. Estas personas estaban día y noche frente al ordenador. Descuidaron a sus familias, sus alimentos y todo contacto interpersonal directo. Al incrementarse la energía personal no todos la soportaron. La mayoría no lo toleró y pronto hubo muchos suicidios, aumentó la agresividad, el enloquecimiento masivo y el desenfreno y la perversión sexual. Los que sobrevivieron esa etapa fueron desarrollando capas energéticas, un huevo aúrico, alrededor de su cuerpo y no pudiendo soportar la ingesta de alimentos sólidos fueron nutriéndose a base de líquidos químicos compuestos. El cuerpo se adelgazó y llenó de una energía poderosísima, a tal punto que más de uno pudo derribar un árbol a treinta metros de distancia con la sola energía que emanaba de las palmas de sus brazos extendidos. Al estallar la Gran Guerra las poderosas energías individuales se unieron y crearon una cúpula energética protectora y así surgieron las ciudades Arhkás, que es donde te encuentras. Aquí fue donde sobrevivieron los elegidos. Hemos adelgazado más pero hemos sobrevivido.

-¿Quiere decir que yo no soy un elegido? –preguntó Tomás.

-No. No lo eres-, contestó el Director.

-¿Por eso es que me miraban a través de los ventanales? –preguntó de nuevo el recuperado.

-No, no es eso.

-Entonces, ¿por qué es?

-Seguramente no lo entenderías ni lo aceptarías.

-Vamos, si sobreviví en el desierto, estuve al borde de la muerte, ¿qué más puede impresionarme?

Gabriel guardó un largo silencio. Sus colaboradores también volteaban a mirarlo a él y luego a Tomás. Después de una larga pausa, el Director dijo:

-El problema es tu pene.

-¡Qué! –exclamó Tomás vivamente sorprendido.

-Bueno, no es sólo eso, es todo tu cuerpo, todo tu organismo.

-¿Qué es lo que tengo de especial?

-Eres el último, eres el último hombre, el último de una especie en extinción.

-No, no comprendo-, musitó Tomás.

-Lo vas a entender, lo vas a entender –repitió el otro.

Hubo otro largo silencio.

III

Cuando cada uno de nuestros antepasados desarrolló su propia energía personal, la guerra continuó de otra manera. La lucha entre el Bien y el Mal prosiguió. Como los antiguos magos caldeos que atemorizaban a la población ignorante y supersticiosa, con sus asesinatos con los rayos surgidos de las palmas de sus manos, así cada quien luchaba por sobrevivir hasta que al fin el Bien triunfó definitivamente sobre el Mal. Cierto que hubo una época de terror y dolor pero de ella surgimos los actuales habitantes de Arhkás. Cuenta la leyenda que, una vez ya organizados los sobrevivientes, sumaron todas sus energías y con los brazos y palmas de sus manos extendidas hacia el cielo crearon la cúpula energética que protege las Arhkás diseminadas por el planeta. La vida se reanudó pero nada fue como antes.

Después de restablecer el equilibrio ecológico dentro de la cúpula de sobrevivencia, con la energía acumulada en cada cuerpo individual se tuvo la posibilidad de hacer crecer verduras y vegetales en pocos minutos. Algunos se excedían y creaban productos gigantescos; incluso, muchos formaban en su mente un objeto, una fruta, cualquier cosa, luego hacían extraños signos y movimientos con las manos y emergía lo deseado. Otros se reunían y visualizaban un aparato de tecnología sofisticada y pronto lo hacían aparecer. Ni la sociedad tecnolátrica más avanzada de la antigüedad pudo sospechar lo que lograríamos. Es curioso: en la nada se encuentra todo. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de lo infructuoso de nuestro talento. ¿De qué servía crear instantáneamente una apetitosa y jugosa manzana si nuestro organismo era incapaz de digerirla? ¿De qué sirve crear tanto aparato y tanta tecnología si no tenemos espacio donde ponerla? La energía que genera nuestro cuerpo nos obliga cada vez más a elaborar sustancias líquidas esenciales; sólo con ellas podemos sobrevivir. Por tanto, nuestros órganos digestivos de generación en generación son más estrechos y es prácticamente imposible tomar alimentos sólidos.

-Empiezo a comprender por qué son tan delgados -, interrumpió Tomás.

Gabriel continuó hablando:

-Pero tenemos que sobrevivir. Cuando quedábamos unos pocos diseminados por el planeta, con cuerpos fuertes y órganos estrechos, surgió un nuevo tipo de reproducción sexual; lo que nunca se creía posible se hizo común.

-Estoy lleno de interrogantes-, volvió a interrumpir Tomás.

-Con un ejemplo vas a comprender todo -, dijo el otro -, y luego, volviéndose a uno de sus ayudantes solicitó-: llamen a Evaluz. Momentos después apareció la misma muchacha que había entrado a la sala para anunciar aquella junta de trabajo cuando Tomás recuperó la conciencia.

-Salgan todos y llamen a nueve hombres del nivel “K” -, ordenó Gabriel.

Pronto, hasta el propio Tomás estaba viendo la escena desde el conocido ventanal. En la sala de recuperación, guiados por Gabriel, los hombres “K” comenzaron a rodear a Evaluz, quien, recostada en la camilla y cubierta con un batín parecía dormir profundamente. Los que la rodeaban, a tres metros de distancia, con la boca cerrada, con fuerza y ritmo comenzaron a inhalar y exhalar por la nariz. Permanecieron así por más de once minutos; luego, lentamente levantaron sus brazos y dirigieron las manos hacia el vientre de Evaluz. De sus dedos salieron unos rayos apenas perceptibles para los antiguos ojos de Tomás. Hubo otro lapso de once minutos. Entonces sucedió lo que nunca hubiera creído Tomás. Gabriel levantó el batín de Evaluz y del pubis extrajo una masa amorfa cristalina, brillante y transparente que, conforme fueron transcurriendo otros once minutos se fue solidificando hasta adquirir una forma humana y una textura de piel.

Desde el escaparate, el que estaba enseguida de Tomás le dijo: es un niño. Si Gabriel hubiera deseado una niña habría llamado a nueve mujeres del nivel “K”.

Tomás no halló palabras para expresarse.

Exactamente treinta y tres minutos después del alumbramiento, Evaluz tomó en su regazo a la nueva criatura y abandonó la sala del Centro de Control de Calidad de Vida.

Entonces se abrieron las puertas del recinto, se desocuparon los escaparates, Tomás se acercó al Director y preguntó:

-¿Cómo logran esto?

-No lo sabemos -, contestó el otro.

-Tiene que haber una explicación para el nacimiento que acabo de presenciar.

-Seguramente, pero no lo sabemos. Cuando crecimos y pudimos hacerlo, nuestros antepasados tampoco pudieron explicarlo. Simplemente sucede y ya.

-No lo entiendo -, concluyó Tomás.

-Pero lo hacemos -, enfatizó Gabriel.

Estuvieron ambos viendo durante mucho tiempo la camilla donde Evaluz tuvo el alumbramiento. Tomás comenzó a impacientarse. Aún con su vitalidad recuperada no comprendía lo que ocurría en Arhká. Trataba de razonar pero su pensamiento se enfrentaba a una oscura pared infinita en todos los extremos. Respiraba profundo una y otra vez. El aliento se le extinguía y la paciencia también. Al fin, en el intervalo que fue una eternidad para ambos, preguntó con desolación:

-¿quiere decir que yo soy un espécimen raro?

-No sólo raro, señaló Gabriel -sino único e increíble-, de donde vengas, eres completamente diferente a nosotros, no sólo por tu pene, tus testículos, sino por todo tu organismo, toda tu anatomía; lo que tenemos en común es que nuestro proceso digestivo, de asimilación y desasimilación, es similar. Nosotros surgimos de la energía, nos volvemos densos y luego somos transmisores de energía; tú en cambio, eres masa densa de principio a fin. No lo comprendo, no lo comprendemos, pero sabemos bien que no vienes de ningún Arhká.

-¿Entonces qué soy? –preguntó Tomás.

El Director contestó:

-Quien quiera que seas, vienes del pasado, de los que no son elegidos; por eso somos tan diferentes. Sin embargo, estamos orgullosos que te hayas rehabilitado y que sobrevivas con nosotros. Avanzando hacia la salida de la cámara-quirófano Gabriel continuó hablando:

-Te vas a ir con K’Isis y ella te mostrará Arhká y comprenderás la importancia de que estés aquí.

Mientras hablaba el Director, Tomás sentía que su masa musculosa crecía. Anduvieron por varios pasillos y salieron del Centro de Control de Calidad de Vida. Desde lejos las siluetas de ambos se distinguían perfectamente: el delgado caminaba moviendo las piernas como si saltase, el otro simplemente caminaba como humano.

IV

K’Isis le mostraba la ciudad de Arhká, sus amplias avenidas y, de vez en cuando, con su mano derecha apuntaba hacia arriba señalando el domo energético que protegía a todos sus habitantes de las inclemencias naturales y les creaba las mejores condiciones de supervivencia. K’Isis le decía a Tomás:

-Todos llevamos en nuestra conciencia un poco de memoria de los más antiquísimos sucesos. Cuando hurgamos en ella encontramos resultados sorprendentes. No sabemos cuándo, pero tus antepasados trataron de encontrar formas de mejorar la especie humana. Buscaron en el genoma, experimentando y modificando el código genético y sólo encontraron decepciones porque se encontraron dando vueltas en el círculo de la naturaleza primaria. Se perdieron en las formas olvidando el contenido. Los inventos que lograron siempre fueron una extensión de los sentidos ordinarios. Descubrieron el poder del puño y pronto inventaron el martillo y las grandes tenazas trituradoras y demoledoras, y la energía mental, astral, la verdadera fuerza creadora del Universo permaneció dormida. Su cerebro siempre trabajó a su mínima capacidad. En tiempos muy remotos sólo un pueblo, los Caldeos, trataron de desarrollar esa fuerza creadora y pronto fue aniquilado por las hordas regidas por los instintos primarios de poder y posesión. Los Caballeros Templarios en sus reuniones secretas lo intentaban continuamente y nunca lo lograron; su sueño dorado y frustrado era crear un ser energético utilizando como medio los poderes de la fuerza mental y del sonido, y también fueron aniquilados por esas mismas hordas salvajes. Los musulmanes, aunque sobrevivieron mucho tiempo con sus madrugadores rituales nunca lograron nada, ni siquiera un destello cósmico, a causa de su ignorancia, fanatismo y sentimiento de auto aniquilación.

En ese tenor eran las pláticas que K’Isis sostenía con Tomás. Este apenas lograba seguirla en el razonamiento y cuanto más la escuchaba menos entendía la existencia de Arhká.

Tomás, con la herencia genética de sus antepasados, que del trato frecuente entre dos personas del sexo opuesto pronto surge el sentimiento del amor y del deseo carnal, un día por la tarde, cuando se encontraba en el departamento de K’Isis tuvo el atrevimiento de besar los delgados y casi desaparecidos labios de ella. K’Isis se dejó hacer y pronto, Tomás le quitó la parte superior del vestido: en donde las hembras humanas tenían senos apenas se notaban dos puntitos negros.

Ella, al verlo sorprendido, le dijo:

-Dicen que antiguamente las mujeres alimentaban por aquí –levantó la mano derecha señalándose el pecho-, a sus crías, lo cual considero absurdo. Seguramente es otra especulación más acerca de nuestras antepasadas.

Tomás no le prestó atención ya que, fortalecido, potente, viril, por tanta sustancia química en su organismo, sintió una fuerte oleada de calor sexual y tuvo una inusitada fuerte erección. En un santiamén desvistió totalmente a K’Isis y trató de penetrarla como su memoria instintiva recordaba y no pudo hacerlo; entonces bajó su vista al pubis, vio que no tenía vello y que tan sólo había ahí una pequeña abertura no más ancha que el dedo meñique. Se sorprendió y alzó sus ojos hasta encontrarse con los de K’Isis que también lo miraban sorprendida. Entonces fríamente ella habló:

-Quería ver hasta donde llegabas. No entiendo lo que haces. ¿Por qué te acercas y tomas mi cuerpo? ¿Acaso crees que podemos fundirnos el uno en el otro y que tu cuerpo puede penetrar al mío? ¿Qué clase de ritual o comunicación es esta?

Tomás no respondió. Sintió que la cabeza le daba vueltas. No había controlado su impulso y estaba confundido, totalmente confundido. Quiso hablar, gritar, explicar lo que su íntima naturaleza pedía y no pudo, comprendió que era innecesario, que cualquier cosa que dijese ni K’Isis ni nadie de Arhká podía entenderlo. Cayó en cuenta que, efectivamente, era el último de su especie, el último hombre.

V

Conforme fueron transcurriendo los días Tomás se sintió profunda e infinitamente solo, y la vida en Arhká le pareció inútil. Todo era diferente a lo que él recordaba y, sin más, decidió no tomar las sustancias que desde el Centro de Control de Calidad de Vida le enviaban.

Cuando murió, nueve hombres y nueve mujeres del nivel ‘K’, con sus brazos extendidos crearon una vitrina energética para que las presentes y futuras generaciones de Arhká pudieran contemplar, tal cual como era, el cuerpo desnudo del último hombre. Cuando bajaron los brazos, K’Isis se alejó de la vitrina que brillaba intensamente, los curiosos comenzaron a acercarse y ella concluyó: algún día, el último habitante de Arhká también será conservado.

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Comentario de Martha Alicia Lombardelli el marzo 9, 2011 a las 2:40pm
La soledad ya está en nosoros. Solo tenemos que administrarla con conciencia para  no convertirnos en los futuros seres raros y solos: objeto de estudio expuestos en vidrieras.

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