Mientras en Buenos Aires, Shakira llenaba el Estadio Puerto Madero, en la Costanera Norte con 45 mil personas, con la compañía de teloneros brillantes como Vicentico y simultáneamente en la Avenida de Mayo, 40 mil personas admiraban carrozas y 200 murgas que homenajeaban los 200 años de la república hermana de Uruguay, nosotros nos escapábamos a una estancia de amigos, para saborear la serenidad rupestre. Esta estancia está ubicada en pagos del partido de Exaltación de la Cruz, más precisamente en Capilla del Señor y con más precisión aún, cerca de la Estancia de José Hernández: arbolado predio adquirido por el autor del Martín Fierro y donde escribiera la segunda parte de su mundialmente conocido libro gauchesco. (Dicen los que saben que se quedaba 15 días escribiendo, tomaba una volanta para ir al pueblo a buscar previsiones, enviar correo, distraerse y luego volvía a la soledad de su creación.)
“En la década del ’50, mi abuelo, Silvano Rojos, compró estas tierras y fue pionero en turísticas Fiestas Gauchas del campo bonaerense,”, se entusiasmó al recibirnos Rodrigo Lisiardi quien con su padre, Carlos y su hermana Julieta conforman una empresa que emplea a 16 personas en gastronomía, 4 administrativos, 3 secretarias y 6 personas de seguridad y Jessica, la esposa de Rodrigo que controla, solícita, el economato. Viejos conocidos y eficientes empresarios turísticos rurales, a quienes visité algunos veces para redactar notas periodísticas.
Eran las 9,30 de la mañana del domingo y después de abandonar la combi que abordamos en el Hotel Plaza Marriot, en Plaza San Martín, el bucólico lugar nos recibió en una matera de adobe (lugar donde antaño la peonada tomaba sus mates mañaneros) con empanadas, vino, gaseosas, o mateada personalizada, pastelitos y jugos. Y luego de instalarnos en el casco de la estancia, de corte victoriano, con una sala de estar con aire francés, cuadros valiosos, un espejo (de los que se usan para que se miren los caballos de carrera), candelabros, un bar con mesas que son ventanas con pies de máquinas de coser y sillas y sillones de estilo Tudor, español, colonial o provenzal, una desgranadora como mesa de apoyo y una fonola, por contar algunos detalles que engalanan el lugar. Hay espacio para 70 personas en 23 habitaciones cómodas. Los cuartos, de ventanas amplias, ofrecen el horizonte como especial paisaje y las 20 has sembradas, las otras tantas con caballos (50) y vacas ( 1.200) que disfrutan su querencia; la huerta, el gallinero, el corral de los cerdos, los faisanes que muestran su señorío; el bosque de acacias, o el perfil de un pequeño lago afluente del Luján.
Instalados ya en un cómodo cuarto doble con baño privado y ventana con paisaje ya descripto nos fuimos... ¡a disfrutar! Así, al lado del picadero, comenzamos por ordeñar fresca leche de vaca ; luego paseamos libremente observando los tractores y máquinas sembradoras de finales de 1700 apostados en los alrededores; el Almacén de Ramos Generales asentado en un vagón, con toda clase de abalorios, mates, ponchos, carteras, bolsos, bombillas y un sinfín de adornos que no superan los precios de la calle Florida; la panadería, donde también se compran chacinados y dulces; el museo gauchesco donde hay herramientas y objetos antiguos tanto de uso rural como del quehacer doméstico del gaucho: carruajes, maquinarias y herramientas de campo.
A caballo, en sulky, en carruajes o tractor, se puede pasear por todos lados con un sentido total de libertad en estas 380 hectáreas de campo. Nosotros optamos por el sulky y después nos fuimos a almorzar una parrillada con chorizo, morcilla, vacío y asado de tira. Lo acompañamos con ensalada de zanahoria fresca de la huerta con huevos recién recogidos y tinto argentino Malbec. Rematamos con helado y café y nos hicimos una siesta party. La tarde no estaba para pileta y nos fuimos al salón de juegos donde nos entretuvimos un rato y aprovechamos los dos para ver nuestros correos ya que la llovizna persistente no nos dejó salir. Después de los mates con tortas fritas, un cielo pleno con el arco iris bien al horizonte, nos hipnotizó. Mirar sentada en el patio cubierto, el panorama era una actividad que no deseaba perderme. De gran charla con los dueños de casa, (“El programa para quienes vienen por un día está pensado para que cada 20 minutos la gente haga algo diferente”, explicaba Rodrigo Lisiardi y remarcaba “Tenemos canadienses, norteamericanos, europeos de todos los países, últimamente de los del Este, latinoamericanos y lo bueno es que argentinos y extranjeros se integran en la fiesta gauchesca que les ofrecemos”) mi esposo degustaba aperitivos con picada campera mientras yo me beneficiaba terminando de leer a Vargas Llosa y su “El Sueño del Celta”. La noche fresca, con ese intenso viento pampero que no te permite usar el patio ni la pérgola, nos confinó en el comedor y otra vez a comer: conservas caseras como berenjenas, ensalada de pollo de granja, ajíes rojos asados, croquetas, ensalada rusa y alguna brocheta, especialidad de los dueños de casa.
Mi madrugada me premió con trinos infinitos de pájaros cantores, suave brisa, nuevo ordeñe, paseo a pie oliendo a hierbas y un desayuno con ensalada de frutas del huerto, café con leche ordeñada por mí, pan (recién lo había visto salir del horno de barro) y mermeladas caseros.
Ya presto mi marido, caminamos hacia la pileta y nos quedamos hasta la hora del almuerzo. Todas las tardes dormimos la siesta, siempre volvimos un rato a la pileta después de merendar, leímos reclinados en reposeras a la sombra de un ombú, y divisamos otros desparramados por la estancia; también las casuarinas, los sauces, los eucaliptos y paraísos. El espejo del lago nos reflejó varias veces y anduvimos con baqueanos por el bosque de casuarinas. Munidos de sendos prismáticos, un padre y un hijo (brasileños ellos) oteaban aves. Nosotros vimos a un pájaro carpintero picotear un paraíso, a un cazal de colibríes dar de comer a sus pichones con picos mas grandes que su cuerpito diminuto. Benteveos, mirlos, bandurrias, tachuri de siete colores, cabecitas negras, podían divisarse hasta desde las ventanas del cuarto y oírse, dando su concierto mañanero, o ensayar estrofas mágicas en la tardía tarde. Y el sonido aun anida en nuestros corazones.
Por las tardecitas, paseamos en tractor, a caballo y en carruajes, a campo traviesa, soñando que Martín Fierro nos esperaba para compartir alguna mateada o nuevos almuerzos o cenas donde algunas veces, nos inclinamos por las pastas caseras (no puedo dominar el llamado de la sangre piamontesa) con todo tipo de salsas y apuramos siempre algún tinto argentino Malbec. Y por las noches, nos hicimos otros paseítos serenos, a la luz de la luna, mientras el aire vibraba y la noche quieta sosegaba las almas de los más atribulados. Nada como “Tres días y dos noches” (como dicen los agentes de viaje) en esta pampa bonaerense, para sentir a Dios acariciarnos y llenarnos de esa Paz y ese sosiego que sólo Él nos puede dar.
Vilma Lilia Osella
Exaltación de la Cruz (Provincia de Buenos Aires)
Última quincena de verano 2011. (Por la mañana, antes de embarcar para el regreso y después del desayuno campero). Guaw.
Comentario
Qué lindo Vilma, me encantó leer tu maravillosa experiencia!
Abrazos
Marga
Bello relato, gracias por compartirlo. Un abrazo,
Maigualida
Hermoso relato y me he sentido en una danza de palabras que me han dejado completamente con ganas de más. saludos poeta.
Lu
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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