Vicente Antonio Vásquez Bonilla
María, quien ha estudiado durante varias horas, apetece un café y se dirige a la mesa, coge una taza con su respectivo platillo y una cuchara; luego, se encamina hacia la cafetera. De improviso da un grito, suelta los utensilios y retrocede espantada, da media vuelta y se aleja presurosa hacia la otra habitación. En el comedor, sobre la alfombra, sólo quedan la cuchara, la taza volcada y la porcelana.
Al poco tiempo, vuelve con una escoba en alto y con precaución se acerca a los objetos que, indiferentes a su acción, permanecen en el lugar en donde cayeron. Gira alrededor de ellos y de repente con fuerza descarga, uno, dos, tres escobazos. Al parecer los porrazos no aciertan con el objetivo buscado. La taza y la porcelana se habían salvado en la caída, pero no de la acción de los golpes.
María recobrando la calma, toma la cuchara y con precaución hurga entre los fragmentos de loza. Aun temerosa, con ella, retira el bicho que la asustó: un alacrán de hule.
—Otra de las bromitas de este hijo de... —interrumpe su exclamación—, que de gracias a Dios que es mi hermano, de lo contrario le mencionaría la madre. Aunque, con perdón de mamá, sí se merecería que lo hiciera. Desgraciado, siempre asustándome. Pero ya me las pagará. Ya encontraré la manera de vengarme.
El día anterior, su bromita fue ponerle una rana en la tina del baño. Aunque ese animal no responde a su mayor fobia, la asustó y la hizo gritar.
Maria recuerda con cólera y tristeza que cuando era niña, en la casa de provincia en donde vivía, utilizaban un inodoro de tablas que tenía un agujero, en donde se sentaba para hacer sus necesidades. El recinto permanecía en la penumbra debido a lo pequeño de su única ventana y no contaba con alumbrado eléctrico. Al Inicio, Maria, niña en periodo de crecimiento lo usaba sin recelos. Para ella era algo natural.
Pero un día, ya crecidita, la curiosidad la tomó de la mano y con la ayuda de una vela, la llevó a explorar el interior de la letrina. El susto que se llevó fue mayúsculo. Descubrió que era morada de arañas de caballo y de escorpiones. Consideró que si esos bichos nunca la había atacado fue por suerte o porque sus tiernas carnes no les parecieron apetecibles. Lo cierto es que, a lo largo del tiempo, ningún adulto había sido agredido.
Desde el fatídico día de su descubrimiento, María se resistía a utilizar el inodoro, prefería usar las bacinicas de la familia o sencillamente aguantarse todo lo que le fuera posible, hasta que terminaba cagándose en los calzones. Maria era castigada, pero seguía con esas suciedades que, según le decían, no eran dignas de una niña limpia y educada.
Al fin, un día llegó la modernidad a esa casa e instalaron un retrete de china y todo cambió, menos la fobia a los habitantes del antiguo excusado.
María ya adolescente emigró a la gran ciudad. En la actualidad está en la universidad y a punto de casarse. Es una persona seria, con sus fobias, pero todos tenemos algún defecto o algo a lo que le tememos. Es lo normal, se justifica.
Carlos, el hermano de María, siempre ha tenido el mal gusto de asustar a su hermana con cualquier broma pesada. Ha colocado en su cama una tarántula peluda o una culebra plástica, de esas que venden en las tiendas de inocentadas. Goza haciéndola sufrir y cuando lo reprenden sus padres, no les hace caso e ignora las suplicas de su hermana para que la deje en paz, así como sus amenazas de cobrar venganza.
La guasa de hoy, la del alacrán, sí causa algún revuelo a la hora del almuerzo. María se queja con sus padres y Carlos recibe un soberbio regaño, ya que por su culpa, disminuyó la vajilla familiar.
Carlos, sin que se den cuenta sus padres, le dice a María:
—Chismosa. Me las vas a pagar —y le hace una señal con la mano, como quien dice, espérate. María esboza una sonrisa de desprecio, no le responde, pero se dice para si misma: voy a estar preparada. Éste no me vuelve a tomar desprevenida.
Pasan dos días. María permanece alerta. Carlos intenta asustarla con una araña roja pero no cae en la broma y se burla de él.
—Espérate —le dice, molesto por su fracaso—. Ya caerás. Te lo aseguro.
—Huechos —le responde ella y le da una mirada triunfal.
Mas tarde, ese mismo día, María entra en su habitación. En el otro cuarto, el de su hermano, se oye música y la voz del joven que habla por teléfono. María levanta la colcha de su cama y descubre un escorpión grande y negro. Venciendo su nerviosismo, se dice: Otra broma del mal nacido de Carlos. Voy a ir a tirarle el bicho por la cara para que aprenda. Lo hace y se siente satisfecha.
Cuando llega la hora de ir a la universidad, María se despide.
—No olvides llevarte los cables para pasar corriente —le dice Carlos—. El carro te puede fallar.
—Gracias —responde y sale.
María entra a la cochera, se encamina al banco de trabajo en busca de los cables, los levanta y descubre un escorpión negro, similar al de la broma anterior.
—Ay, Carlos. Carlitos —exclama, con una sonrisa—. No das un consejo gratuito sin una intención ulterior.
Dispuesta a cobrarse la broma, tal como lo hizo con anterioridad, agarra al escorpión y sorprendida, emite un quejido, cuando siente el piquetazo mortal de su cola.
Comentario
LETRAS DE FUERZA...REALIDAD...MORTAL !!!
QUE FUERTEEE ! BUEN RELATO... CASI ME PASO LA FOBIA A MI...
UN ABRAZO.
Felicitaciones, me encanto leerte!
gracias
mary
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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