Vicente Antonio Vásquez Bonilla
Melquiades escuchó de niño: que un hombre, durante su vida, debe tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro, para dejar huella de su paso por el mundo. Esa sentencia le quedó grabada a fuego y nunca la olvidó.
Ya adulto, con tres hijos y varios árboles creciendo en su patio, pensó que sólo le faltaba escribir el libro para realizarse como persona y dejar rastro de su paso por el planeta.
De cumplir con ese sueño, se decía, estaría en ventaja sobre los demás individuos, los que nunca cumplirían con el tercero de los requisitos; pues, sólo con los hijos y los árboles, la huella la vislumbraba efímera; los descendientes y los árboles, más pronto que tarde, mueren y también pasan al olvido.
Sólo el libro perduraría más que ellos.
En su adolescencia, Melquiades había soñado con ser deportista, participar en las Olimpiadas y cosechar laureles para él y su patria, pero a pesar de los agotadores entrenamientos a los que se sometió en varias disciplinas atléticas, no lo consiguió. Sus capacidades físicas no contribuyeron para el logro de sus metas.
Ganar una justa deportiva, se dijo a manera de consuelo, es un acto glorioso que llena de alegría y de satisfacción, pero que muere allí mismo, aunque quede registrado en los anales deportivos.
El logro atlético, obligadamente, tendría que ser revalidado en cada competencia y eso sería cada vez más difícil de alcanzar, ante el implacable avance de la edad y el surgimiento de nuevos competidores, jóvenes y quizás, mejor entrenados.
En cambio, un libro, lleva en sus entrañas el milagro de la vida recurrente, nace cada vez que un lector inicia su lectura y muere cuando concluye la última de sus páginas, pero permanece en estado latente, para revivir indefinidamente, no importando los años que pasen.
¡Qué mejor que esa huella!
Y escribió el libro, lo presentó con orgullo ante la culta comunidad de su país, logró la aceptación general y fue más allá, cosechando elogios de la crítica mundial.
Melquiades se sentía realizado, cada vez que se veía en el espejo, levantaba el puño derecho con el dedo pulgar elevado, en señal de triunfo y sonreía. Había realizado su sueño. No había vivido en vano. La trascendencia de su nombre estaba asegurada, por lo menos, mientras la raza humana sobreviviera; después, que importaba.
Melquiades, era feliz.
Pasaron algunos meses y de repente: ¡Lo inexplicable!
Después de una noche de aparente normalidad, la humanidad entera despertó al día siguiente sin saber leer ni escribir, debido seguramente a algún enigmático sortilegio.
Fue como si un virus procedente del espacio exterior hubiera llegado a la Tierra y al encontrar las condiciones propicias para su reproducción, se hubiera propagado a la velocidad de la luz, recorriendo todos los husos horarios, destruyendo a su paso y en un santiamén la zona del cerebro en donde se almacenan los conocimientos exclusivos de esa cualidad humana.
Todos los habitantes del planeta eran incapaces de reconocer los signos escritos. Es decir, habían olvidado el significado de las letras, en cualquiera de los idiomas.
Ante la nefasta sorpresa, cada quien pensaba que era el único afectado por ese fenómeno y al principio, todos trataban de disimular su inexplicable olvido y fingían que todo marchaba bien. Por ejemplo, los carteros, en resguardo de sus trabajos, salieron a repartir la correspondencia previamente depositada en sus respectivas oficinas. Las cartas fueron entregadas al azar y en realidad, no importaba quienes las recibieran, las abrían y en presencia de las indescifrables galimatías de signos que veían, sólo les quedaba imaginar que se las habían enviado las personas que amaban y que las misivas eran portadoras de buenas noticias, sin tener la menor idea de su contenido y de qué iban a hacer para darles respuesta.
Los repartidores de los periódicos los entregaban, por la fuerza de la costumbre, en las direcciones que guardaban en su memoria y los voceadores anunciaban: últimas noticias, últimas noticias, sin especificar la naturaleza de ellas y los pocos compradores, que por hábito los adquirían, únicamente se dedicaban a ver las fotografías de los deportistas, de las bellas chicas, de los llamativos anuncios gráficos… y a esbozar alguna ingenua y boba sonrisa. Los obligados exlectores, dueños de mayor imaginación, se entretenían hilvanando sus propias historias ante las variadas iconografías.
Los alumnos de las diferentes escuelas y niveles, simulaban tomar notas de lo que, como loros, les dictaban los maestros, mientras sus mentes divagaban por reinos ignotos.
Los únicos ajenos al problema eran los analfabetos que como habitantes del limbo en que vivían, no se imaginaban la magnitud del problema.
En las oficinas, las secretarias se dedicaban a mecanografiar sin ton ni son y los ejecutivos firmaban sin saber el contenido de los escritos.
Todo el mundo trataba de esconder su recién adquirida y parcial amnesia, con la esperanza que de un momento a otro el mal desapareciera y les volviera la memoria. En resumen, todos trataban de disimular su recién adquirida desventaja para conservar sus trabajos.
Conforme pasaban los días, la debacle cultural y el caos generalizado fue creciendo y el mal persistía, dando lugar a que todos se amoldaran al nuevo estado de cosas. Parecía ser que la humanidad hubiera retrocedido en su evolución, dando un gran salto hacia el pasado.
De nuevo, la masa social tendría que inventar el o los alfabetos e iniciar el camino de la civilización, y los futuros hombres de ciencia, a no dudar, se toparían con una infinidad de indescifrables símbolos, a no ser que encontraran una nueva piedra de rosetta, que los ayudara a encontrar el significado de las cosas, algo improbable, en vista que todos los idiomas escritos habían quedado en el olvido y no habría manera de comparar significados y contenidos.
Pronto, todos los equipos de diferente índole, que había logrado la recién perdida modernidad, empezaron a convertirse en piezas inservibles de museo.
Al principio, los técnicos empíricos de toda laya, pudieron darles algún mantenimiento a los diversos aparatos para su funcionamiento, pero ese milagro pronto dejo de ser útil. No quedaban personas que pudieran leer los manuales y mucho menos los textos científicos.
Cómo no hay mal que por bien no venga, la explosión de voces correspondientes a las propagandas políticas, religiosas y de cualquier índole dejaron de fluir, y de nuevo la palabra hablada ganó terreno, como único medio para transmitir los conocimientos y las tradiciones, que lógicamente podrían sufrir distorsiones al pasar de unos a otros. Ahora los humanos, al igual que en el pasado, podrán ejercitar su mente, almacenando en su disco duro toda la información pertinente, ya que no dispondrán de memorias externas que los auxilien, tales como: los libros, las libretas de notas y otros aditamentos de almacenaje de conocimientos.
Ante el alcance limitado de las comunicaciones, las ideas antagónicas dentro de la sociedad global, disminuyeron en su difusión y se alcanzó alguna paz; la que perdurará, por lo menos, hasta que la evolución cultural vuelva a los niveles perdidos y de nuevo descalabre al mundo.
El idealizado trío, de tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro había dejado de tener sentido y vigencia.
La literatura preamnésica se había perdido para siempre y sus soñadores autores se hundieron en las profundidades del más triste de los olvidos, algo que suponían, no lo lograría ni la muerte.
Habrá que esperar de nuevo la milagrosa venida de Thot, la polifacética divinidad egipcia, que inventó la escritura, para que con su sabiduría ilumine a los hombres, o aguardar varios milenios para que la naciente y futura evolución, disponga de nuevas personas que armadas con poderosos alfabetos, sueñen con la recreación de los perdidos universos literarios.
Comentario
Estimado Jhonny: Gracias por tu visita y por tu amable comentario. Un abrazo, Chente.
Interesante relato con un mensaje muy aleccionador, lleno de creatividad y un extraño sentido del humor. Sencillamente genial amigo Vicente...
Vilma linda: Gracias por tus palabras, me animan a seguir soñando con las letras. Besos, Chente.
Un libro es un hijo de papel, sudor y lágrimas. Y también alegrías. Tu cuento está escrito con alegría, con cierto dejo melancólico. con buen manejo del lenguaje. Con conocimiento has trabajado el lenguaje literario y lo desplegaste con mesura y delicideza. VILMA LILIA
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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