zapatos heridos en tremendo temblor helado,
entre oxidadas lunas y
vientos
sin memoria,
solo,
más sóloçque el corazón de los niños muertos,
olvidado
hasta
por la rata
que un día comió mi pan.
Dispuesto a ganar,
a
perder,
en un duelo de párpados y dientes,
busco
una piedra en
donde apoyar la nostalgia:
este sueño
forjado entre puños
sangrantes,
vivo aún,
de pie,
como un árbol salpicado de
llagas...
Nada, nada en la ciudad.
Ni la gota salada
de un
mordido astro,
ni el tierno vientre de una espiga...
Sobre los
hombres
caminan
los perros,
vomitan negros ladridos,
afanados
en
triturar,
moler una a una las últimas hojas.
No me asustan:
No
retrocedo.
Qué importa lacarcajada
que va muriendo
bajo mi
suela herida.
Y qué
la burla envenenada
cayendo,
deslizándose
por mis harapos...
Sólo el frío
me enreda los huesos,
sabe
de
mi derrota
cuando un mar enlutado
posee a la tierra y
los
pájaros
se arrancan los ojos
para olvidar que nacieron sin nido,
sin
patria
ni pan...
Entonces,
caer,
caer en sollozo
estrangulado:
¡que no mueran de angustia
mis pequeñas llamaradas,
dulces
hijas
del hombre vencedor de las bestias!
Es posible
que esta
lluvia no termine.
No tengo edad
ni nombre
ahora que el
agua se confunde
con la médula,
vierte
escarcha sobre hielo...
La
tarde es engullida por los zorros.
¡Un lugar -grito-,
un
rincón,
una esquina
en donde desmayar tantas culebras grises!
¡Sólo
eso!
Para que esta niña frutezca
lo mismo que un sol nuevo,
tenga
aroma
y
música
su pan...
Más allá
de la lluvia,
de este
hueso harapiento
que apenas puede sostener la niebla,
tal vez
se
me permita
esculpir una sonrisa...
Sí, tal vez...
Carlos Ordenes Pincheira
noviembre - 1970.
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