Por algún camino ideal de los que se adentraban en los bosques luminosos y húmedos de Cundinamarca (Colombia); en su parte nororiental, no lejos del actual río Bogotá, Chica Mocha o por las quebradas que dan lugar al nacimiento del río San Francisco; quizás, entre las de Paso Ancho, La Turbia o El Granadillo, (muy  cerca de la laguna redonda de Guatavita o por sus alrededores) y,  sobre las ricas tierras negras de los Humedales de Aguas Blanca, se llegaba al establecimiento de una de las  aldeas indígenas de la etnia  Muiscas o Chibchas, cuyo jeque, zipá o cacique era conocido con el nombre de Menquetá.      Laguna de Guatavita, al fondo tajón que hicieron los humanos para vaciarla.     Era éste un hombre de mediana estatura, algo rellenito de carnes, pero fornido y de buen semblante; con una incipiente sonrisa característica de su gran personalidad y bonachona humanidad que parecía resplandecer por todos los contornos de su territorio, como invitando a sus vecinos limítrofes a visitarle. De tez morena aceitunada, quizás, como consecuencia de la herencia genética transmitida por sus antepasados o posiblemente, debida a la influencia que ejercía el sol ecuatorial en esa zona geográfica, forzando, reteniendo o recalcando la pigmentación de su piel: constantemente expuesta a los rayos solares, alcanzándole perpendicularmente, casi en todos los momentos del día. Con el pelo negro, como endrina, a pesar de su edad que rondaba los sesenta años; su particular reseña, era: la de estar siempre sonriente.                                                                       Estaba muy orgulloso de ser un típico representante fisiológico de  su etnia, de tratarse por igual con todos los seres humanos y especialmente ser el cacique con más poder e influencias sobre todos los chibchas. Tenía la barba negra, muy poblada y bien cuidada; crecida desde los comienzos de su pubertad y nunca se la había cortado; le llegaba hasta más abajo del ombligo, tomando una tonalidad más clara por debajo de las mejillas, donde se le podían apreciar con bastante nitidez, en algunas de las hebras canosas y perceptibles que la destonalizaban: si con intencionalidad se los miraba.                                                                                                                           Los cabellos de la cabeza los llevaba trenzados y le caían por las espaldas, como si fuesen las dos maromas de una barcaza de medianas proporciones que, atracada en el centro de algún río tropical sesteara la inmensa tranquilidad de la madre Naturaleza y, cuyas puntas permanecieran amarradas a los troncos de robustos árboles ribereños.  Iba siempre enfundado  en una almalafa de color ocre, atada a su cintura con un cordón de cuero; le cubría desde los hombros hasta los pies que llevaba siempre descalzos y encallecidos por las durezas del terreno donde pisaba, dejando siempre las huellas invisibles de su profunda humanidad.                                                                                                       Su aldea  estaba en uno de los mejores enclaves del entorno, emplazada en una de las laderas del monte denominado Montecillo y, en todo el territorio cundinamarqueses gozaba de gran prestigio entre los nativos de las demás poblaciones. Situada a mitad de camino entre otras aldeas colindantes; hacia el noroeste se encontraba la laguna de Guatavita, de donde tomaba su nombre y era el lugar donde giraban todos los acontecimientos sociales, religiosos y también era una de las despensas de su pueblo, pues de ella obtenían sus aldeanos más de la mitad de sus alimentos.                                                                                                             Los terrenos ocupados hoy por el Embalse del Tominé, a unas cuatro leguas de la laguna redonda de Guatavita, eran: el centro neurálgico de todos los chibchas del zipazgo, donde acampaban durante las celebraciones -al estar muy cercanos a la laguna y donde tenían lugar todos los acontecimientos sociales, religiosos -al ser sobre estas aguas, donde se honraba a la diosa Chié en múltiples ocasiones y celebraciones.                                                                                                                                   Al construirse el Embalse del Tominé, no hace más allá de medio siglo, todas las antiguas edificaciones quedaron bajo las aguas, ubicándose un nuevo pueblo con el mismo nombre: cercano al embalse en su parte oriental media y  colindante con los municipios actuales de Sesquilé y Machetá al norte, al sur con los de Guasca y Sopó, al este con Gachetá y Junín y al oeste con Tocancipá y Gachancipá, quedando el embalse del Tominé, como eje intermedio de todas estas poblaciones.                                                                                                                          La antigua población de Guatavita ocupaba toda la parte central de los territorios de esta etnia y la influencia que ejercía el cacique de Guatavita era muy autoritaria, beneficiosa y real sobre las demás aldeas vecinas: habiéndose consentido o convenido entre muchos de los caciques de los alrededores, una especie de confederación preponderante que los subordinaba en muchos aspectos de la vida real y al cacicazgo de Guatavita.                                                                                                            Existen estudiosos sobre el tema que aseguran que toda la zona gozaba de la influencia territorial del cacicazgo, favoreciendo las relaciones comerciales, culturales y sociales de unas poblaciones con otras, en grado creciente; pero lo que realmente hizo cabeza visible a Guatavita antes de la llegada de los invasores, fue: su liderazgo religioso sobre la laguna del mismo nombre; las celebraciones ostentosas que en ella se daban y la comodidad geográfica de su ubicación para el resto de las poblaciones muisca.                                                                                          Los límites aproximados de influencia territorial del cacique de Guatavita llegaban por el oriente hasta las inmediaciones del río Garagoa, por el norte las vertientes del río Bogotá, por occidente las inmediaciones de la laguna de Cucunubá y de Suesca, posiblemente más allá de Sopó y de los yacimientos de sal de Zipaquirá y por el sur, parte de la cuenca alta del río Humea, hasta la cuenca alta del río Negro.                                                          La economía de la zona giraba en torno a la extracción y comercialización de la sal gema por los nativos de la zona de Zipaquirá, Gachetá, Sesquilé y otros yacimientos de menor importancia. Con el intercambio comercial por oro –primordialmente con otros indígenas de diferentes etnias, como los Agataes y los Paches de la cuenca del río Magdalena- obtenían la materia prima para florecer en la orfebrería. La producción de la hoja de coca alcanzó una gran importancia para todas las aldeas limítrofes al Valle del Tenza, como eran: Fomequé, Ubatoque, Sunuba, Chocontá, Machetá y otras que también florecían porque tenían en sus territorios grandes sembrados de coca, algodón, frutales, maíz, etc., cuyas explotaciones: constituían materias primas excelente para el intercambio por tejidos elaborados –especialmente mantas- y oro proveniente del noroeste.                                                                                                             Los muiscas eran excelentes orfebres, que también trasladaban su arte de modelación artística al barro, llegando a ser grandes ceramistas en las aldeas de Tocancipá, Gayancipa e incluso en la misma Guatavita y tenían mucha demanda por la zonas limítrofes del territorio boyacarense.                                                                                           Quizás los enumerados eran los productos más empleados en los intercambios comerciales con los pueblos vecinos, pero existía una gran actividad en la agricultura, donde conseguían, además de autoabastecerse con los productos básicos, como eran: la papa, el maíz, frijoles, la yuca, gran variedad de frutales de consumo diario, etc., mantener un intercambio muy provechoso con los demás pueblos vecinos.                                                                                                                    Al existir un intercambio comercial bastante intenso entre las distintas aldeas del territorio muisca, el girar toda la actividad económica en torno a la confederación establecida (controlada desde el cacicazgo Guatavita) y  ser la laguna  el mayor centro religioso de la zona, reuniendo en las celebraciones a la mayoría de los habitantes, todo ello constituían los pilares de una floreciente riqueza, donde se cimentaba toda la actividad económica y cultural de esta zona.                                                                             Este pueblo (chibcha o muisca), dio mucha importancia ceremonial a la devoción religiosa en honor a sus dioses; usando el oro como ofrendas, que adquirían en los trueques comerciales llevados a cabo con otros pueblos vecinos.                                                                                                               –Realmente era la moneda de pago en casi todas de sus transacciones comerciales-.                                                                                                También era un medio de expresión de sus sentimientos, al que no habían dado el carácter material, ni aún se les había ofuscado las mentes –a estos indígenas- por la ambición de poseer riquezas, como más tarde les ocurrió a la mayoría de los llegados españoles; sobre todo con la  fabulosa, idealizada y divulgada leyenda del Dorado.                                                                                                                                      Era normal en todas las agrupaciones de este pueblo: que en sus ceremonias religiosas usaran el oro que extraían en poca cantidad de su comarca: casi todo provenía del intercambio comercial con pueblos de otras etnias, como ya se ha dicho, usado  para embellecer y agasajar a sus dioses fundamentalmente o empleándolo en homenajes  a sus propios caciques, en las ceremonias sociales o de rasgos políticos que hacían con bastante frecuencia y en fechas muy señaladas, relacionadas con las fases lunares. En ocasiones cubrían todo el cuerpo del cacique con polvo de oro, para sumergirlo posteriormente en la laguna Guatavita; siguiendo la costumbre de un antepasado cacique que lo hizo por penitencia y arrepentimiento, debido a los malos tratos que dio a sus seres más queridos.                                                                                                               ” En una de las muchas leyendas colombianas, referente a la laguna de Guatavita, cercana a la actual Bogotá, unos 70 kilómetros hacia el norte, por excelente carretera-,  se cuenta: que su fondo, está repleto de objetos de oro macizo, de escamas del mismo metal y de esmeraldas, como consecuencia de las penitencias que se impuso cierto cacique (muy posiblemente antepasado de Menquetá) para redimirse de los sufrimientos que había causado en vida a su mujer e hija”. Su comportamiento –para con ellas- había sido tan descabellado que, las castigaba sometiéndolas a crueles actos. Ante tantos sufrimientos y humillaciones: ambas acordaron ahogarse en la profundidad de sus aguas; estando su  marido y padre ausente, una tarde que éste se encontraba cazando.                                                                                                                      Al parecer, la diosa Bachué que tenía en gran aprecio a ambas mujeres las acogió en su palacio que tenía escondido en el fondo de las aguas entre las algas y los peces, donde no conseguiría rescatarlas el malvado padre y marido. A partir de estos hechos: el díscolo cacique no podía conciliar el sueño y siempre estaba cargado de remordimientos; ya que, se hacía el culpable de la determinación que habían tomado su mujer y su hija, como consecuencia de su increíble comportamiento…                     Las pocas veces que conseguía dormir –algunas y siempre pocas horas- le venía al subconsciente el recuerdo de ambas y las veía en el fondo de la laguna cuidando los jardines de un prodigioso palacio o paseando por sus alrededores. Tanta culpa sentía que: -ya, ni le dejaba vivir-…, estaba muy ofuscado y  lleno de arrepentimiento. Su mente rozaba la locura y empezaba a ver fantasmas por todos los rincones por donde pasaba, no pudiendo soportar la negrura de la noche, manteniendo siempre las antorchas encendidas y con buena luz, porque los mismos temores le asaltaban en la penumbra… Para acallar su conciencia  -al verse tan agobiado- ideó finalmente imponerse una larga penitencia; y era ésta: con cada luna llena se embarcaría en su canoa hasta llegar a la mitad de la laguna –acompañado de algunos súbditos sirvientes-  e invocaba a ambas mujeres solicitando su perdón y su regreso; al mismo tiempo hacía la firme promesa de que, jamás volvería a ser tan mal padre y esposo, como lo había sido en la etapa que vivieron juntos; algunas veces, hasta lloraba sinceramente sus pecados, al tiempo que arrojaba ofrendas de oro macizo a su esposa y esmeraldas a su hija, en prueba del amor que sentía por ambas. Cuando las ofrendas, coincidían con alguna fecha especial, como fecha del nacimiento de la hija o la onomástica de cualesquiera de ellas, estando siempre la luna llena: se situaba en el centro de la laguna, con su barca y, sus criados más leales: le desnudaban completamente, le embadurnaban con  resina de cedro toda la piel, al tiempo que lo espolvoreaban con finísimo oro y le pegaban a su cuerpo pequeñas escamas del mismo metal, hasta alcanzar la figura de un pez dorado; finalmente se tiraba de cabeza a las aguas y procuraba sumergirse lo más profundamente posible. Muchas veces los sirvientes creyeron que no volverían a verlo, pero siempre aparecía flotando sobre la superficie de las aguas: cuando ya no podía aguantar más la respiración. Salía a la superficie todo medio muerto y con disnea incontrolable solicitando el perdón de su esposa y de su hija; entonces los criados le arropaban y rápidamente le acercaban a la orilla, para evitarle tanto sufrimiento, como se le veía.                                                                                            No tardó en morir el verdugo y arrepentido cacique; previamente había ordenado a sus  sirvientes de siempre, que para su último viaje: le tapiasen la barca con tablas estando su cuerpo dentro, junto a todo el oro, piedras preciosas y riquezas que pudieron reunir hasta su muerte, debiendo hacer naufragar la barca en el centro de la laguna.                                               La etnia muisca, tomó como costumbre esa misma ceremonia: invocaban a la diosa de las aguas Chié, al propio cacique arrepentido y clamaban por  conseguir, dirimir o descargar sus conciencias, copiando las mismas actuaciones que hacía su antecesor.                                                                                                                       Otras leyendas: cuentan la historia de diferente forma, aunque lo cierto es que la costumbre se fue propagando por las comarcas y lagunas vecinas, hasta poco después de la llegada de los conquistadores. Estos actos llegaron a tomar el carácter de ceremonias religiosas, repitiendo todos los rituales que hacía el primer cacique.                                                                                      Como consecuencia de las guerras fratricidas de los chibchas de la comarca de la laguna de Guatavita y los de Bogotá, terminaron por perderse este tipo de actos.                                                                           Tanta riqueza, según la tradición existe, pero está enterrada y sumergida en el lecho de las profundidades de la laguna. Esos hechos han llevado posteriormente a otros hombres a tratar de vaciar la laguna en dos ocasiones, para apropiarse o recuperar los tesoros escondidos en sus profundidades, pero no han sido muy buenos los resultados –al no poder vaciarla completamente-, aunque en ambas ocasiones encontraron tesoros.                                                                                                            Estas costumbres y ceremonias hicieron que se desarrollaran y difundieran por todos los demás pueblos vecinos, llegando a realizar ofrendas de gran relieve e importancia, consistentes en ofertar: vasijas y objetos labrados en oro macizo que después utilizarían o serían catalogados como objetos sagrados. Fue muy exagerada la divulgación de estas costumbres chibchas sobre el uso de este mineral y también la poca ambición que ellos le tenían; en contraposición al apreciado valor  que le dieron las otras generaciones después: llegando a crear y fomentar la existencia de El Dorado.                                                                                   Así surgió una de las leyendas más desafortunadas para este pueblo Chibchas y de todos los demás descendientes de su tronco matriz –la civilización Muisca-.                                                                                            “Las noticias que les llegaban a los españoles sobre estos actos ceremoniales, donde el oro fluía como ríos, creó tal leyenda que fomentó exageradamente la ambición por poseer esas riquezas y se empeñaron muchos hombres en conseguirlo. Incluso ahora, en la fecha actual, se buscan los tesoros de El Dorado, donde según contaban los imaginativos e ilusionados, pero que nunca vieron por sus propios ojos: todo estaba hecho de oro, hasta los adoquines de las calles, las piedras de los edificios, etc. Todas estas falsas noticias, que corría como la pólvora, tuvieron consecuencias muy malas para los chibchas-muiscas, que fueron diezmados y sometidos por los españoles.                                   También estos (buscadores de los tesoros): fueron diezmados por las fatalidades: en su ambición incontenible (buscando El Dorado); al tener que atravesar casi toda la selva colombiana y venezolana por perseguir la utopía de un sueño…                                                                                                           “Una de las culturas indígenas más sobresalientes de Hispanoamérica y, es posible: que la más conocida por el norte del continente sudamericano, sea la de los Chibchas, de la etnia Muisca: que se extendía por todo el norte de la actual Colombia y Panamá, (toda  la zona del actual Chocó, Quindío, Risaralda, Atlántica, Cundinamarca, etc.), y sucumbieron por la ambición de otros (los españoles) más adelantados o mejor pertrechados”.                                                                                                                Destacáronse –los chibchas- por ser un pueblo muy creyente, bastante culto y que habían desarrollado su minería y agricultura, como pocos pueblos de su época… Eran muy buenos orfebres, prueba de ello son las piezas recuperadas y  guardadas muy inteligentemente, por el Banco de la Nación Colombiana y otras muchas que se conservan en el Museo del Oro de Bogotá, etc.                                                                                     “Lástima por los desmanes acaecidos, como consecuencia de la incultura de muchos conquistadores, que guiados por la ambición del momento, no llegaron a considerar adecuadamente los valores incalculables de este pueblo y especialmente su cultura. Los desmanes acometidos por los invasores (mayormente fruto de sus propios temores y de su incultura) les llevaron a diezmar sensiblemente una población: -admirable por sus muchas virtudes naturales, como les adornaban-; de la que algunos patanes de la época, hubiesen podido aprender a ser gentiles humanos; en vez de garduños salvajes. Aún hoy, estos pueblos: -desgraciadamente son considerados por algunos más aventajados posicionalmente (que no, culturalmente) como un mestizaje de sangre mal avenida de aquella época y, son maltratados, menospreciados y rebajados a un estado de servilismo y desconsideración que no merecieron, ni merecen, sufriendo las secuelas de aquella falta de hermandad, respeto y amor que debió haber proliferado entonces; aunque sólo fuese por ser seres humanos, cuanto más, por haber considerado a los llegados, como la flor y nata de la humanidad conocida. De poco valió la cristiandad, domesticada al momento; pero, claro está: no supieron predicar con el ejemplo y los corrompió la avaricia hasta hacerlos crueles. ¡Cuán diferente hubiese sido las relaciones humanas, si desde entonces se hubiese sembrado el amor fraternal al unirnos a estos maravillosos pueblos…!. Muchos de ellos saqueados y maltratados en sus propios territorios o aldeas –tan sólo- por la ignorancia de ciertos avances bélicos, por inocencia de sus miembros confiados o porque los que llegaron nunca fueron los mejores españoles, ni tan siquiera los medianos.                                                                                    **Nota aclaratoria: Existen algunas versiones que sitúan a la diosa Bachué –madre de la humanidad, según  la Mitología Muisca-: eternamente viviendo con su consorte en su palacio sumergido en las profundidades de las lagunas denominadas: Viracachá, Iguaqué o Guatavita; otras versiones la refieren en los alrededores de  lugares sagrados –denominados del Infiernito- donde abundan muchos símbolos sobre el terreno –en forma de monolitos-, representando la fecundidad en sus muy diversos aspectos.                                      Laguna de Iguaqué.                                                                                                  Realmente estas señales servían para calcular los cambios de las estaciones, -según las sombras que hacían al darles los rayos solares- y, cuando estos monolitos no hacían ninguna sombra sobre el terreno: era la época de los solsticios de verano o del invierno y el sol no proyectaba sombra porque estaba fecundando los campos desde su Zenit.                        Aseguran muchos que fue en la laguna de Iguaqué - cercana a Arcabuco-: donde se empleó Bachué para cobijar a su consorte, siendo aún infante y formar a todos los humanos y es: donde tiene escondidas a la mujer e hija del cacique mal tratador; siendo la laguna de Guatavita, el lugar sagrado donde se ungían a los futuros caciques: después de su largo ayuno y lugar donde tenían que sumergirse en sus aguas, untados con resinas, espolvoreados con oro y ofreciéndose como servidores de la gran diosa Chié, para salir impregnados con la gran sabiduría y las capacidades infundidas por la diosa de las aguas; y así, poder gobernar sus territorios desde ese mismo instante.                                                                                  “Cuentan algunas versiones que el cacique que se sumergía con cada luna llena en la laguna de Guatavita, reclamando el perdón de su esposa e hija, no fue otro que uno de los antepasados de Menquetá, el cual no habría sido tan perverso con su mujer e hija, sino que ésta cometió adulterio –siendo cogida in fraganti- y por temor a las represalias de su marido: tomó a su hijita –aún bebé-, arrojándose al agua con ella en sus brazos, donde se ahogaron ambas”. Posteriormente, el cacique sólo pudo encontrar a su hijita deformada y medio comida por los peces.                                                                                                                                                        Otras versiones aseguran que el cacique en cuestión, era el gobernante predominante de los muiscas que embadurnado de barro arcilloso, se hacía espolvorear de oro, como ritual religioso en adoración a la luna  y posteriormente se sumergía en las aguas de la laguna de Guatavita, para solicitar parabienes para su pueblo.                                                                    Aseguran otros que no se adentraba hasta el centro de la laguna en una canoa, sino que lo hacía en cestón de juncos, confeccionado en la misma orilla por sus súbditos que, entretejían y engalanaban la especie de barcaza con muchos adornos, con mucho oro y piedras preciosas, ofrendas que llevaban los nativos chibchas del entorno en adoración a sus dioses pidiendo bondades.                                                                                                           Otros eruditos en la materia, aseguran que estas celebraciones se llevaban a cabo con motivos de aceptar al nuevo personaje que ocuparía el cargo de cacique en alguna de las aldeas de la región y los chibchas habían tomado por costumbre este rito: para homenajear a la diosa de las aguas Chia, solicitándole recubriese al nuevo gobernante con las mejores cualidades personales, necesarias para el cargo que iba a ocupar; saliendo ungido de las aguas colmado de sabiduría para poder gobernar a sus súbditos.                                                                                                                                       Los propios indígenas desnudaban al cacique y procedían a untarle toda la piel con sabia de cedro o acacias, para -al espolvorearle con oro-, éste quedase bien pegado a su cuerpo, lo esparciese en su recorrido y quedase bajo las aguas al sumergirse en sus profundidades; pero había de llegar al centro de la superficie de las aguas, para hundir la barcaza, estando él sobre ella; saliendo posteriormente a nado.                                      Estas ceremonias se llevaban a cabo en presencia de los caciques de todas las aldeas vecinas y, como mínimo con dos o cuatro acompañantes que iban como él ataviados y embadurnados; ofreciendo gran cantidad de oro y piedras preciosas al sol y a la luna. Posteriormente se organizaba una gran fiesta – donde había grandes bailes, se exponían y formalizaban intercambios de frutos, se apalabraban bodas entre los jóvenes por sus padres, etc. Corría la chicha a raudales, el griterío hacía temblar los montes cercanos y retumbar los colindantes, debido al jolgorio y las algarabías que se llevaban a cabo”.                                                                                                                                                                                                                                              “La chicha, es un licor confeccionado a partir de la fermentación de maíz o arroz y, en algunas ocasiones también se emplean otros tipos de cereales; tradicionalmente de los más comunes de los pueblos nativos y autóctonos del Continente Sudamericano; licor, brebaje o bebida típica que por tradición fueron manteniendo las costumbres de  su fabricación y consumo como una heredad de sus antepasados y es una de las raíces más características de los indígenas, por otra parte: consiguiendo la materia prima fácilmente, al tenerla muy a mano. Llega a ser consumida abundantemente en calidad de refresco, licor embriagante e incluso como un vino de mesa –según el grado de alcohol que contenga-; siendo muy común en todas la mesas de los clanes, tribus o aldeas…                                                                                                                                                                                                    “Yo pensé que los primeros registros de la palabra chicha se remontaban a los tiempos de los primeros indígenas, pero parece ser -que los estudiosos del tema (etimologistas avezados)- lo sitúan: en los comienzos del siglo XVI, aunque no se han puesto de acuerdo sobre su proveniencia exacta.                                                                                Muchos de ellos sostienen que ese vocablo es propio de los aborígenes panameños, otros se inclinan y defienden su origen arahuaco u otomí y otra minoría -alegando la muy acreditada opinión de Gonzalo  Fernández de Oviedo- sostienen: que es palabra taína.                                                                Lo cierto es que si en su origen se empleó para designar una bebida fermentada de maíz, posteriormente sirvió para nombrar la obtenida de cualquier grano. Viene en las páginas de casi todos los cronistas de la conquista, de las colonias, -desde aquellos remotos tiempos hasta el presente- se sigue consumiendo la variedad que tiene como base: la fermentación del maíz y, que entre los más numerosos consumidores actuales, recibe la denominación de chicha andina; la  preparación no es difícil y sólo presenta algunas pequeñas variantes -según la zona cordillerana andina de que se trate- pero fundamentalmente consiste en: moler el grano de maíz, añadir guarapo de piña y luego dejarlo fermentar. Aunque las técnicas han variado con el paso del tiempo, parece ser que los primeros aborígenes americanos productores de la chicha, encargaban a sus mujeres el hecho de hacer la bebida, que ellas ablandaban el maíz –dejándolo en remojo un día o dos-, para después proceder a su masticación y escupirlo en otra vasija -una vez bien triturado-, al mezclase con la saliva: empezaba la fermentación de los almidones y en su transformación en alcoholes; dependiendo del tiempo de la fermentación y de la concentración de esa pulpa masticada –a la que se podía incorporar agua u otras frutas posteriormente la hierven, la cuelan –separándola de la pulpa y residuos- dejándola enfriar y ya estaría lista para el consumo; de su buena fermentación y cocción, dependía el grado alcohólico de la bebida  y su posterior tolerancia al consumirla.                                                                                                                          

Esta manera de preparación produjo mucho asco en algunos españoles escrupulosos y muchas reservas, a la hora de tomarla, reacción inmerecida; olvidando que en muchas zonas de España –algunas salsas, como el alioli- se hacen por las mujeres de la casa que masticando los ajos, después lo mezclan con el aceite para cocinar o adecentar la mesa, que agregando a las comidas la hacen tan deliciosa, especialmente las carnes.                                                                                                               La chicha de maíz era confeccionada por la mayoría de las tribus que ocupaban lo que hoy es territorio de Venezuela, Colombia, las Guayanas y parte norte de Brasil; aunque posteriormente –en fechas más recientes a nosotros- se ha reducido mucho su consumo y elaboración a zonas muy concretas del Continente Americano; especialmente es frecuente bebida en las regiones andinas, ocupadas por las etnias sobrevivientes.                La zona del Táchira, aún constituye una bebida muy típica y coloquial, donde se le agrega algún almíbar y especias, para darle mejor sabor; en otros lugares cercanos le agregan jugos, especialmente de limón, pero debe ser poco, porque pierde rápidamente sus cualidades: de ahí el dicho –ni chicha, ni limonada-.                                                                                    Si a esta bebida, se la deja mucho tiempo a temperatura ambiente, se vuelve muy fuerte o mejor dicho se estropea porque fermenta muy rápidamente, por ello se hace necesario mantenerla en lugares muy frescos y especialmente en el frigorífico, para que no se entuerte mucho, como dicen muchos consumidores en un ambiente familiar y popular.                                                                                                                                                  Muchos habitantes de la zona central y norte de Venezuela prefiere la chicha de arroz que está hecha con el grano partido de dicho cereal, al que se le agrega algunas frutas y frutos secos, consiguiendo distintos sabores, especialmente con vainilla y almendras.                                                                                                                                                          La chicha es una de los brebajes muy simples de preparar, quizás por ello estuvo muy extendida en todo el territorio indígena del Continente Americano y seguramente es uno de los rasgos que más fuertemente caracterizan su supervivencia.                                                                                                 Los españoles, en los tiempos del descubrimiento y de la conquista, se asombraban de la importancia que tenía la chicha en las celebraciones comunitarias y de la manera tan singular como se elaboraba: las mujeres del grupo, muchas veces las más viejas, masticaban los granos del maíz para acelerar la fermentación, y después lo cocinaban para hacer una bebida un poco espesa, que bebían para festejar los grandes gestos o acontecimientos.                                                                                                                         El padre Joseph de Acosta, cronista de finales del siglo XVI, nos dice que “no le sirve a los indios el maíz sólo de pan, sino también de vino, porque de él hacen sus bebidas con que se embriagan harto, más presto que con vino de uvas”.                                                                                                         La chicha embriagante, con sus muchos nombres: masato (para los aborígenes de Cumaná, el Tolima y Santander); itúa (entre los quimbayas); acca, azúa y sora (para los ecuatorianos y los peruanos): parece haberse limitado a las poblaciones indígenas de la América del Sur y a ciertos lugares del Caribe.                                                                      Durante la época colonial, era muy famoso en Caracas el carato de casaquita, que vendía un vendedor ambulante vestido con una casaquita.                                                               Aquella chicha hecha a la manera tradicional de los indígenas quedó como una rareza, que seguían practicando algunas comunidades, como la guajira, tal como recuerda Gallegos en su novela “Sobre la misma tierra”, de 1943, en los tiempos en que se iniciaba la explotación petrolera en el Zulia.                                                                                                                      Poco a poco, en la medida en que se democratizó el consumo de ron, de otros aguardientes y de cervezas, la chicha dejó de tener importancia como bebida embriagante, y se quedó mayormente como una bebida refrescante que, elaborada tanto de maíz, como de arroz, ofrecían los vendedores ambulantes, algunos tan populares como el chichero que se apostaba debajo del reloj de la UCV desde finales de la década de los 50, o que se ofrece industrializada en los supermercados.                                               Esta costumbre o ceremonia religiosa, se fue extendiendo por casi todas las lagunas de la región de Cundinamarca y en mayor o menor medida en algunas de sus profundidades se han encontrado tesoros de dichas ceremonias que se conservan en el Museo del Oro de Bogotá.                                                                                                                                                                                                                                                                                                              “La antigua aldea de Guatavita –hoy sumergida en las aguas del Embalse Tominé en la ladera del Montecillo- ha dado lugar a la nueva población muy reciente y moderna -de unos cuarenta y tantos años-: conocida por el mismo nombre y se encuentra en plena sabana a unos setenta kilómetros de Bogotá, capital de la nación colombiana.                                            En la aldea de Guatavita, todo era quietud y la vida se desarrollaba en total armonía con la naturaleza, al amparo de la sabiduría que manifestaba Menquetá.                                                                                                        Formaba su familia una unidad muy bien avenida que estaba compuesta por su mujer Lura, su hija primogénita Iruya, un hijo varón, de unos 7 años, al que llamaban Mann y el propio cacique. Convivían en la mejor y más amplia cabaña de la aldea formada por unas  doscientas. Conformaban una plaza central en forma rectangular, sobre una extensa planicie, algo recostada sobre la ladera noroeste del antiguo cráter, donde estaba bien formaba la laguna en forma circular, cuyas aguas daban vida a todo su alrededor y constituía un lugar ideal de sobrevivencia para su pueblo, que llevaba establecido allí, desde tiempos inmemoriales.                                                                                                    Su aldea estaba considerada una de las más prestigiosas de toda la comarca y a ella, de alguna forma manifiesta y entendible, le rendían pleitesía y respeto el resto de los caciques de la etnia chibcha. Muy posiblemente ese respeto y admiración de los demás mandatarios muiscas, había surgido por el prestigio de los últimos jefes caciques, que lo habían sido sus antepasados -familiares en su propia aldea- y también lo fomentaba, el hecho, de ser la laguna de Guatavita: el centro de celebraciones religiosas más importantes                Guanábano y su fruto.                                                                                                                                                  de  todo su pueblo. Sin duda alguna, él siempre procuraba estar a la altura de las circunstancias y durante el tiempo que llevaba de mandatario o en el cacicazgo, siempre se esmeraba en conseguir los mejores resultados  en sus gestiones de gobierno para su poblado. No eran pocos los artesanos: orfebres, tejedores, ceramistas, etc., que se habían afincado en la aldea, haciendo que ésta floreciese y aumentase la población enormemente.                                                                                                               La situación geográfica que tenía el asentamiento de la población, pensaba él: tenía mucha importancia para esa creciente demografía, al estar muy bien comunicada con las otras aldeas y ocupar un buen centro radial hacia las poblaciones más distantes. También habían conseguido bajo su mandato que la agricultura fuese de las más florecientes de toda la comarca –al menos de todo el territorio que él conocía-, todos los que eran de gremios menores –es decir aquellos individuos que no eran artesanos- se habían volcado sobre el terreno, haciendo muy buenos campos de papas, caña de azúcar, maizales; también proliferaban las plantaciones de árboles, de guanábano, coca, chontaduros, etc.                                                                             “El guanábano es un árbol tropical –muy  extendido y de un fruto bastante dulce, lechoso y apetecible; su pulpa es rica en vitaminas C –B1- B2 y fructosa; parecido a la chirimoya. La piel de la guanábana es bastante más rugosa que el fruto del chirimoyo pero tiene –como ésta- unas pipas negras de cascara muy duras, incomestibles e indigestas-; a las que se les considera con propiedades favorecedoras de la cura del cáncer, afrodisiacas y rejuvenecedoras. Llega a pesar –en algunas ocasiones- de dos a tres kilogramos y es muy utilizada en jugos de sorbetes y mezclada en helados y zumos. Por sus valores nutritivos y de fácil accesibilidad es muy consumida por todos los sectores y especialmente en las zonas donde se da bien su producción y la comercialización es extensiva, siendo una de las frutas más aprovechables. En algunas zonas sus hojas son aún utilizadas  en infusiones que inducen a favorecer el sueño y normalizan las constantes vitales. Necesita un cierto grado de humedad y temperatura para que el rendimiento como explotación agrícola sea optimo, pues de no tener las condiciones adecuadas su producción decrece”. Su territorio estaba bastante bien organizado comercialmente y siempre había productos que eran requeridos por los demás vecinos, quienes constantemente transportaban las mercaderías a los lugares que más eran requeridos. Estos caminantes porteadores, formaban parte de una de las clases más adelantadas de todas ellas; estaban acostumbrados al trueque y al cálculo mental sobre el valor de las cosas, hacía mucho bien para el desarrollo, la prosperidad, el aumento cultural y el florecimiento económico de la zona.                                                                                                                                  Sus vecinos del norte, una de las aldeas más cercanas, actual Sesquilé, lugar donde  ejercía su poder el cacique Soacha-: cacique de su misma etnia y  características, pero más rencoroso, belicoso y agrio que él.                     Sesquilé al norte del Embalse del Tominé.                         Su rivalidad había sido siempre manifiesta por motivos de deslindes territoriales, nunca resueltas –enemistad que arrancaba desde sus años juveniles con reyertas y encuentros esporádicos- debido fundamentalmente a la preponderancia que su aldea Guatavita tenía sobre las demás aldeas vecinas y acentuada por ser ésta: el lugar de peregrinaje de muchos de los clanes, tribus chibchas o muiscas que, desde mucho tiempo atrás y cada año, coincidiendo con la llegada de la luna llena: llegaban a la zona para  las fiestas en honor a los dioses y especialmente en celebraciones a la diosa Chié –diosa de las aguas; ceremonias que se llevaban a cabo en el centro de la laguna, con grandes celebraciones, ofrendas y acontecimientos sociales.                                                                La otra aldea vecina del sur era Guasca y su cacique: llamado Tequendama, era un hombre más apacible que el vecino del norte, mucho más diplomático y amante del diálogo para dirimir cualquier desavenencia entre los pueblos vecinos; pero también tenía problemas con él por similares motivos: -los linderos de sus respectivos territorios- aunque sus discrepancias siempre se hacían patentes con mayor sinceridad, abiertamente de forma verbal cada vez que coincidían en las fiestas anuales -durante las celebraciones anteriormente mencionadas- y para, mejorándolas sensiblemente.                                                                                                                                                                                                                                                          Bordeado por las tribus vecinas –de la misma etnia- pero enemigos incondicionales por naturaleza, casi siempre causadas por incomprensiones vivenciales, afanes territoriales, o de cualquier otra índole: pasaba sus días Menquetá, su familia y súbditos; todos dedicados al cumplimiento de sus obligaciones con afán, sabiduría y tesón.                                                                                                                                                                                             Los muiscas, extendidos por los altiplanos de los Andes Orientales, ocupaban los terrenos cultivables de sus estribaciones colombianas desde varios siglos -se cree que unos 4.000 años antes de la Era Cristiana-; formaban una civilización muy importante hasta la llegada de la invasión o descubrimiento de América por los españoles, como hemos aprendido desde la más tierna edad en las enseñanzas escolares de nuestro país.                                                                                                                                             El descubrimiento de América por Cristóbal Colón el día 12 de Octubre del año 1492 marcó un hito en la Historia Universal, pero más grande: ¿sí que lo fue?, a nivel de la de Historia Moderna para España-.                  Guasca, al sur del Embalse del Tominé.                                                                                                                                                                               Los muiscas no llegaron a tener tanto renombre como se les ha dado a los mayas, incas, aztecas, pero sí, semejante a la de otros pueblos, como: Guaraníes, Diaguitas, Collas, Capayanes, Muzos, Lanchez, Panchez, Tunebos, Sutagaos, Achaguas, Guayapos, Tecuas, etc. Con una cultura muy superior a otros pueblos de etnias parecidas y auténticas: a los que hemos otorgado mucha más dedicación e importancia.                                                                                                        Tenían algunos rasgos de similitud con el pueblo Inca: eran muy buenos agricultores, adelantados y expertos orfebres,  hábiles tejedores y mantenían una gran solvencia social en su época. Creyentes de un mismo dios el Sol: (Xué), otros astros: la luna (Chia); así, como de otros dioses secundarios, de importancia, pero que no creo oportuno recrear aquí.                                                                                                                                “Los muiscas vivían apesadumbrados desde sus comienzos, por la falta de luz en las noches, pues viviendo el ambiente tan luminoso durante el día, la noche los entristecía. Ante este sufrimiento: la gran madre  Bague –personaje de su mitología-: omnipresente en todas sus actividades cotidianas; un día se les manifestó para librarles del mal.                        Ella fue la creadora de todo lo que existe, antes de ella no había nada.                                                             Su imaginación y su pensamiento: empezaron a crear, manifestando la realidad de las cosas y a fortalecer las actividades en su justo momento, tal y cómo hoy las conocemos.                                                                Bague fue la madre, la creadora y la hacedora de todos los espíritus que intervinieron en la formación del mundo, con cuanto existe y en prolongarlo: perpetuándolo en el tiempo con toda sabiduría, además de preservarlo y conservarlo de los cataclismos naturales.                                                                                                              Bajo su mando –los hacedores- trabajaron sin cesar para hacer todo lo que existe.                                                                                                    Bague: actuaba gravando en ellos su pensamiento e imaginación y, ellos: los ejecutaban al pié de la letra, sin poner objeciones, ni modificar en nada sus ideas matrices.                                                                                 La más grande hacedora de Bague, fue la denominada Bachué, de la que se cuenta: que, estando una mañana contemplando las aguas tranquilas de la laguna de Iguaqué; ante su vista, surgió de la brumosa superficie una linda mujer que traía entre sus brazos  un tierno, hermoso y bello bebé. A partir de ese momento Bachué los cobijó y cuidó como a sus seres más queridos y cuando el tierno infante alcanzó la edad adulta Bachué se desposó con él para formar la gran familia de la humanidad.                                             Desde entonces y fruto del gran amor reciproco que se profesaban la diosa y el infante   –ya hombre-: nacieron cuatro hijos, saliendo de ésta estirpe todos los descendientes de la raza humana que conocemos…            Laguna de Iguaqué.“Sabiendo Bachué que su misión estaba cumplida: se sumergieron ambos en las aguas de la laguna Iguaqué, en presencia de sus descendientes, estando presentes  todos sus hijos,  a la vez que  se convertían en serpientes gigantes.                                                                                            La madre de todos los muiscas y progenitora de toda la humanidad fue Bachué, por transmisión del sentimiento de Bague…”                                                                                        Otro de los hacedores del Universo, por inspiración de Bague fue: Cuza viva o Cucha viva, quién fue el hacedor del Arco Iris, dando color y provecho a la Naturaleza; además de preparar la llegada de Bochica: el gran organizador social y uno de los mejores hacedores o personajes de la Mitología Muisca, toda vez que, por sus bondades: lo toman todos como espejo o modelo para describir otros personajes. Fue un gran maestro que convivió mezclado entre los más sabios chibchas, a los que protegía, enseñaba sus grandes conocimientos en la orfebrería del oro, la cerámica del barro, el tejido, sus confecciones, las muchas utilidades para la convivencia y supervivencia en esta vida; invitando siempre a divulgar sus enseñanzas a todos los humanos posibles. Aquellos conocimientos adquiridos gratuitamente, sobre cualquier materia: tanto los hechos acaecidos, los conocimientos aprendidos, las vivencias relatadas, las enseñanzas expuestas, manifestadas o adquiridas mediante su divulgación entre todos los humanos, siempre debían ser extendidas y proporcionadas hacia los demás, sin recibir a cambio compensación de ningún tipo.                                                                                                                                Existen en la Mitología Muisca cerca del centenar de miembros hacedores de Bague, -la abuela de todos-, aunque no todos eran provechosos y positivos para este pueblo.                                                                                                                          Los dioses estaban relacionados entre sí y a su vez con el principal de todos ellos: el Sol -Zué-; a quien debían todas sus energías y las  demás cosas existentes; también con la Luna –Chía-; que les alumbraba las oscuridades de la noche y, -de quienes ya se decía: que ambos eran pareja indisolubles-.                                                                                                                   Otro hacedor muy importante fue Chiminiguagua, hacedor de la luz; junto a Bachué, madre de la humanidad y a Bochica, dios de las enseñanzas, buenas costumbres y oficios-, etc.: formaban la trilogía más destacada de todos los hacedores.                                                                                            Los centros más importantes de culto religioso, de las enseñanzas de oficios y costumbres sociales, estaban ubicados y extendidos por las zonas conocidas hoy en día, como: Sogamoso, Baganique, Guatavita, Bogotá, Tocancipá, etc.                                                                                            La familia era el eje social y principal de la convivencia; varias de ellas formaban los clanes,  varios clanes formaban las tribus, pertenecientes a una misma etnia y eran regidas por caciques, jeques o zipá, recayendo el nombramiento en el sobrino del anterior cacique (hijo mayor de la hermana); éste, en preparación: debía guardar un ayuno durante 7 años, donde  no podía ver la luz del sol, ni mantener relaciones con mujer; entre otras cosas.                                                                                                           La ceremonia de investidura del nuevo cacique, finalizaba con el baño del aspirante sumergiéndose en el centro de la Laguna de Guatavita, para adquirir la sabiduría necesaria para gobernar a su territorio.                                                                                                                                                    Los chibchas ya estaban muy desarrollados social y culturalmente, cuando tuvieron contacto con los invasores españoles.                        Estaban políticamente muy bien organizados –bajo la tutela del  zipá, cacique o jeque- que era el personaje más instruido, capacitado y además de querido: era respetado por su pueblo, un personaje autoritario y bondadoso a la vez, con voz y mando, es decir: con poder absoluto; su rango le venía determinado por la herencia, preparación y ceremonias, antes dichas.                                                                                     

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Comentario de Elias Antonio Almada el agosto 14, 2015 a las 2:09pm

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