LA CARRETERA DE LA MUERTE:, por Francisco Molina Infante
CAPÍTULO I: Desde la Córdoba argentina a la boliviana Santa Cruz de la Sierra.
Tuve la oportunidad y la determinación de hacer un largo viaje por los rincones
más apetecidos de Sudamérica, en los primeros años del presente siglo XXI y, si la
memoria no me falla: tomé esa determinación por dos motivos, muy específicos
para mi persona; uno y principal, era: el poder conocer algunos de los lugares
soñados desde mi juventud durante tanto tiempo y que, habían sido siempre
vetados por mis grandes y adquiridas obligaciones familiares, la falta de medios
para llevarlos a cabo -hasta esa fecha había tenido la obligación muy gratificante
de criar y educar a mis cinco hijos, al tiempo de poder cumplir con otras muchas
obligaciones familiares- y el tener que contar con la opinión, consejo y
consentimiento de mi conyugue.
Una vez, que se había confirmado mi imprevista emancipación familiar, sólo
quedaba recabar el valor suficiente para poner en marcha la cumplimentación de
mis deseos, fijar el momento adecuado y ahorrar los medios económicos necesarios
para llevar a cabo uno de mis sueños, que: como uno de los más íntimos, guardaba
desde mi niñez y, entre ellos, estaba: el de transitar la Carretera denomina de la
Muerte en Bolivia –concretamente entre la capital de la nación boliviana:
La Paz y la capital del Beni: Trinidad-. (Fotos)
Me surgió esa oportunidad de viajar a Sudamérica al conocer en mi casa de
Cabopino –Marbella- al argentino, Sr. Pérez, con quien entramos en contacto mi
amigo Fernando y yo, al tiempo, que: programábamos una visita a su ciudad natal,
de Córdoba en la Argentina, donde pensábamos hacer un emprendimiento de
fiambres vacunos, para después exportarlos a algunos países árabes y rusos, donde
yo tenía algunos clientes, por haber estado relacionados anteriormente en
comercio de exportaciones con productos españoles, desde años anteriores.
Por tal motivo y con tal propósito, Fernando y yo nos programamos un viaje en
avión, para llegar hasta la capital cordobesa de la Argentina, donde nos recibiría el
Sr. Pérez, para iniciar los contactos y si todo iba bien, crear una empresa conjunta,
dedicada al enlatado de carne vacuna cocida en su jugo, para poder exportar a
futuros clientes de mi agenda.
Llegamos a Buenos Aires, vía Madrid con la compañía Iberia y a la mañana del
día siguiente, estábamos paseándonos por la gran ciudad, entre la Plaza de San
Martín y la célebre calle de la Florida.
Aquella misma tarde tomamos un vuelo local de Aerolíneas Argentinas, que nos
trasladó a la ciudad de Córdoba, donde nos estaban esperando: nuestro conocido y
amigo Sr. Pérez y un amigo de éste el Sr. Martín, que también estaba interesado en
entrar a formar parte del emprendimiento que pensábamos organizar.
Aquella tarde, después del recibimiento y de una cena imprevista, que nos dieron
de bienvenida, terminamos alojados en la propia casa del amigo del Sr. Pérez, que
a la sazón vivía en Carlos Paz, no lejos del lago del mismo nombre.
Permanecimos casi dos semanas en compañía de estos dos futuros socios y a la vez
conocimos a otros dos: uno de ellos era profesional del embasado de carnes
vacunas y el otro era un contable –que por aquellas tierras, se les denomina o
asigna el nombre de contadores, en este caso contador-.
Casi todos los días laborables nos trasladaba nuestro anfitrión en su vehículo hasta
la ciudad, donde manteníamos reuniones, encuentros y visitas a los diferentes
estamentos y personas, para llegar a formalizar el emprendimiento pretendido.
Ya estaba todo bien enfocado y habría que esperar algunas autorizaciones, para
legalizar toda la documentación; cuando propuse a mi amigo y compañero de
viaje, hacer un viaje de unos días a la ciudad de Trinidad –capital del Beni- en
plena llanura boliviana, pues antes de mi partida: el camarero –Jorge- de mi
establecimiento, que hacía el turno de la noche en mi 24 horas- me había invitado a
hacer una visita a sus padres en Trinidad, capital del Beni , cómo yo: había soñado
con el viaje a tierras bolivianas y especialmente con hacer el recorrido de la
Carretera denominada de la Muerte, prendí todo mi fuego en hacer tal viaje.
Fuimos a informarnos al aeropuerto de la ciudad de Córdoba, para analizar
posteriormente las combinaciones, que con mayor prontitud, precio y comodidad
podía darnos tal servicio, de ida y vuelta hasta la ciudad de Trinidad en el Beni.
Fernando no estaba muy convencido de acompañarme a tal viaje, pero yo estaba
dispuesto a realizarlo en esta ocasión, aunque para ello tuviese que pasar por todas
las penurias e incomodidades que fuesen precisas. Soy partidario de que nunca se
debe dejar para mañana, lo que se puede hacer hoy. Y en este sentido, la ocasión
no podía dejarla pasar, pues nunca iba a estar tan cerca de realizar mi sueño y con
una serie de ventajas indiscutibles, como era: la invitación que me hizo Jorge.
La mejor ocasión, se presentaba al día siguiente, tomando un vuelo desde Córdoba
con la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y allí había que hacer noche, para al día
siguiente tomar otro vuelo, que haciendo escala en Cochabamba, nos podía dejar
en Trinidad.
Yo tenía conmigo todos los datos que me había proporcionado Jorge, antes de
partir de España y como él sabía de mis deseos de visitar su país y saludar a sus
padres, en la primera ocasión que se me presentase, a él: le faltó poca insistencia
mía, para animarme y a que: los visitase en este mi primer viaje a tierras
argentinas; decía, siempre que tenía ocasión, por aquellos días: Francisco, no
tendrá ninguna dificultad y mis padres les están esperando, para atenderles el
tiempo, que ustedes deseen permanecer en mi país.
La verdad, es que: sabiendo, de las dificultades, si viajamos a lugares recónditos,
como el que proyectábamos ahora, pero lo haces convencido, de que vas a tener el
apoyo y la protección de personas vinculadas por lazos familiares o de sincera
amistad, todo el proyecto, se hace mucho más fácil y sólo tienes que ponerle un
poco de decisión, voluntad y valentía para llevarlo a cabo.
Eso fue lo que a mí, me tenía convencido; aunque mi amigo Fernando, se volvió
totalmente remiso para llevarlo a cabo. Sentía verdadero temor para realizar
aquella aventura, pues a él le parecía otra de mis temeridades y aunque yo no le
había comentado de hacer el recorrido de ida y vuelta por la carretera de la
Muerte, si le había hablado de acercarnos a la selva de los alrededores del río
Mamoré, para conocer los cocodrilos y las serpientes anacondas de aquella zona,
donde también podríamos tener la oportunidad de ver algún leopardo
sudamericano o yaguataré.
Finalmente Fernando permaneció en Carlos Paz –donde seguiría como invitado de
nuestro anfitrión hasta mi regreso de Bolivia- y yo emprendí el viaje a la mañana
siguiente, como habíamos calculado, para hacer noche en Santa Cruz de la Sierra
y una escala en Cochabamba, al día siguiente, hasta llegar a la capital del Beni
–Trinidad- y encontrar la casa de los padres de Jorge, mi camarero de las noches
en el 24 horas de Cabopino, me había aleccionado de todos los pasos que debía
dar. Aquella misma noche me
puse en contacto telefónico con Jorge, para que advirtiese a sus padres, que yo
emprendía el viaje a Bolivia al día siguiente y que haría noche en Santa Cruz de la
Sierra, para llegar al día siguiente sobre las trece -hora local- al aeropuerto de
Trinidad. Ya estaba la suerte
echada y yo estaba impaciente y contento interiormente, a pesar de que Fernando:
insistía continuamente, en que: debía dejar -de hacer- aquel viaje, pues no me era
necesario, ni me reportaría nada bueno. Yo le comentaba: que
tenía razón, pero que: estaba decidido a llevarlo a cabo, porque era uno de mis
sueños de juventud y nunca se me presentaría una oportunidad, como la de ahora;
además ya tenía comprado todos los billetes necesarios para los vuelos con la
compañía Tam –entre Córdoba y Trinidad, ida y vuelta- haciendo noche en Santa
Cruz de la Sierra y escala en Cochabamba.
A la mañana siguiente, como tenía previsto llevé a cabo mi embarque con destino a
Bolivia. Había tenido la precaución, cuando hablé con Jorge el día anterior, de
preguntarle, sobre: el hotel que me recomendaba en Santa Cruz de la Sierra,
donde tenía que hacer noche y, como yo: tenía el concepto, de la existencia de una
gran inseguridad en aquella ciudad –por comentarios que había oído-, tomé la idea
y determinación, de que Jorge –conocedor desde hacía años, de aquella ciudad,
por haber residido en ella- me recomendase el lugar adecuado o me diese los
nombres de algunas personas en las que debiera confiar, para evitar cualquier tipo
de percance desagradable. Él me dio la dirección de un ministro de la Iglesia
Evangelista, bastante amigo suyo, al tiempo, me comunicaba, que su amigo: me
tendría preparado alojamiento en su propia casa, donde vivía con su madre, en la
vivienda de la propia iglesia. Sólo tendría que coger un taxi en el aeropuerto, a mi
llegada a Santa Cruz de la Sierra y me llevarían a su encuentro, con tan sólo darle
la dirección y sin demora, pues el lugar era muy bien conocido de todos los
taxistas.
Mi llegada al aeropuerto de Viru Viru fue normal y con unas condiciones
meteorológicas muy agradables y el viaje fue bastante cómodo y tranquilo.
No tuve ningún tipo de dificultad para recoger mi equipaje, pasar el control
aduanero y tomar un taxi, al que indiqué la dirección exacta, donde debía
llevarme.
Después de cruzar la zona aeroportuaria y la caseta de control de peaje de entrada
al recinto del aeropuerto, tomamos hacia el sur, por la ruta nacional 7, que nos
acercaría a la gran ciudad por una doble calzada bien recta, con isletas amplias,
ajardinadas y separadoras en su parte central, aunque carente de acerado
urbanístico, ya que: sus banquinas, aun permanecía en su estado primitivo de
tierra.
Llegué a entablar un buen diálogo con el conductor del taxi, quien me advirtió, con
bastante insistencia, de que: no debía andar sólo por lugares desconocidos, era
muy aconsejable, que siempre fuese por los lugares conocidos de mi anfitrión –él se
sorprendió mucho, de que yo: no fuese directamente a hospedarme en algún hotel
de lujo de la ciudad- y, creí, que le parecía muy sensato, el haber aprovechado
para mi estancia, el ofrecimiento de un particular y en su propia casa; que: el estar
alejado de mi anfitrión , durante el tiempo que permaneciese en la ciudad y
agregó: no es bueno andar sólo, como turista, por las calles de esta ciudad.
Realmente es insegura y así: se sentirá más protegido e incorporado a nuestro
ambiente y seguro que le agradará mucho más la ciudad, a la vez que estará
presente y disfrutará de muchos mejores ambientes, que si lo hiciese por su cuenta
y riesgo. Las cosas, no andan bien en general por todas las ciudades grandes de
Sudamérica, pero esta debe usted considerarla muy especial y todo ello, es debido:
a la falta de eficacia policial que existe.
Consideré, que realmente: debía sentirme afortunado de haber podido tener un
amplio diálogo con el taxista, quien me aleccionó muy firmemente sobre algunas
cosas, que: ni habían pasado por mi imaginación y seguro me habrían
sorprendido.
Al pasar la Urbanización Los Arcos –que se quedó a nuestra izquierda- el taxista
giro levemente hacia la derecha y la doble calzada de la ruta 7 que traíamos,
empezó a dar síntomas de mejor cuidado urbanístico; seguramente estábamos
adentrándonos en algunas de las zonas periféricas e importantes de la gran
ciudad y rápidamente se introdujo –haciendo un ángulo recto hacia la derechapor
la Avenida del Remanso –una gran calzada, también de isletas centrales, pero
más grandes y mejor cuidada, que la que acabábamos de dejar atrás -con césped,
arboles y jardines en su interior-.
Llegamos hasta el final de amplísima avenida, sembrada de grandes mansiones
individuales en sus laterales –seguramente ésta sería la ubicación de las familias
más poderosas económicamente de esta ciudad-.
Al pasar cuatro o cinco cuadras, llegamos a una rotonda ovalada, donde la
bordeamos, haciendo un giro hacia la izquierda, para enfocar la Avenida Saavedra
Suarez, de mucha más amplitud y anchura en su seto intermedio; seguidamente y
en poquísima distancia desde la rotonda, volvió el taxista a hacer un giro de
noventa grados hacia la derecha para tomar la esquina de la calle primera, que nos
conduciría, en su final –perpendicularmente por un carril terrizo- que tomamos en
dirección norte, bordeando por nuestra derecha las tapias de muchos chalets de
lujo adosados, con amplísimos jardines y por nuestra izquierda, se iban quedando
un amplísimo terreno vacio –seguramente de reserva urbanística- pues pude
comprobar que no tenía ningún tipo de sembrado de agricultura y estaba tapiado,
con bastantes letreros anunciando emprendimientos futuros en él.
Ya habíamos avanzado unos trescientos o cuatrocientos metros, cuando hicimos
un giro hacia la izquierda, bastante cerrado y al cabo de unos diez o doce minutos
más de carrera, terminar a la puerta de la vivienda del amigo de Jorge, quién iba a
ser mi anfitrión aquella noche.
En la misma puerta de la casa, de una sóla planta, estaba esperándome Luis, que
así se llamaba mi anfitrión en Santa Cruz de la Sierra.
Pagué y agradecí al taxista su amabilidad en el servicio, al que lógicamente di una
buena propina y solicité su teléfono, para llamarle, cuando viniese de regreso en mi
viaje; amablemente me entregó su tarjeta, que aún hoy conservo, por si voy de
nuevo por aquella ciudad.
Cuando nos presentamos, hablamos un poco del viaje, de Jorge y en ese momento,
se excusó: de no haber podido ir a recogerme directamente al aeropuerto, debido a
su penuria de dinero, como bien me había explicado Jorge -parece ser: que estos
ministros, ejercen su servicio a los demás, en la más precaria pobreza-; tanto fue
así, que hubimos de salir a la tienda –establecida en una casita del barrio- a
comprar algunas viandas, con las que: su madre, a la que presentó, sin decirme su
nombre, poder preparar el almuerzo para los tres.
El vuelo desde la Córdoba argentina de más de mil quinientos kilómetros: había
sido muy bueno y las azafatas de la Tam, muy vistosamente ataviadas y muy lindas
todas ellas, se esmeraban para conseguir de los pasajeros un vuelo satisfactorio y
realmente, estuvimos todos muy bien atendidos.
Mi anfitrión me insistió en reiteradas ocasiones, para usar la ducha, diciéndome
que disponía de agua caliente, antes de que su madre preparase la comida, pero yo
eludí tal indicación y prefería hablar con él de todo un poco y hacer algunos
proyectos para después, durante la tarde y me enseñase algo de la ciudad, a la que
había llegado por primera vez y tendría pocas ocasiones para visitar de nuevo.
Aceptó mi propuesta de salir por la tarde y me preguntaba, la zona que mejor me
agradaría visitar: si la zona antigua, donde se podían contemplar muchos edificios
de la época colombina o quizás prefería dar un vistazo a la zona más moderna,
donde se mueve la juventud y el comercio.
Yo le indiqué, que: dejaba a su elección cualquier lugar, donde el quisiera
llevarme y nos sintiéramos seguros, pues el taxista me había advertido por el
camino, que ésta era una ciudad de gran inseguridad.
Sí, me confirmó, pero tampoco es para tanto –dijo-; la inseguridad es el mal de
todas las grandes ciudades del mundo actual.
En cualquier sitio, hay que estar muy atento y precavido, para que no nos cojan
por sorpresa los descuideros o las almas descarriadas.
Después del almuerzo, saldremos en el microbús y nos quedamos en el centro,
desde donde visitaremos todo aquello que más te agrade.
Le advertí, que los edificios antiguos o monumentos colombinos, para mí eran
suficientes: el poder verlos desde fuera o desde la distancia, porque no soy muy
dado a recrearme en el pasado, mucho más me interesa el presente y el futuro
inmediato.
La madre preparó unas salchichas, con patatas fritas y huevos, que consumimos
en un santiamén, mezclándolo todo con algunos sorbos de zumos de manzana con
naranja de un paquete de tetrabrik, que nos sirvió en vasos individuales.
Finalmente nos decidimos en tomar el microbús, que pasaba por la puerta de su
casa, en intervalos de media hora –según me indicó él mismo- y nos salía por una
cuarta parte del precio que hubiéramos podido pagar a un taxista, por el mismo
trayecto, hasta el centro de la ciudad, con el gran inconveniente que existía, para
poder encontrarlos desde aquella zona apartada -no eran tantos los que traían
pasajeros y se volvían libres a sus paradas del centro de la ciudad-.
La gran ciudad, una de las mayores de Bolivia, extendida a lo largo del cauce del
río Piray, afluente del río Chane de Magallanes y este a su vez del río Guaso e ir
adquiriendo distintos nombres, como Piraysito, Ichilo, Mamoré, Yarta, Beni y este
finalmente llegará a conformar con el río Negro: el gran caudal del Amazonas que
desembocará por la parte noreste de Brasil en el Océano Atlántico.
Luis, me explicó, que el río más importante de la ciudad, pasaba cerca de donde el
tenía su casa y que se podía cruzar a pié o en carreta en esta época del año, pues
iba con el caudal muy extendido y poco profundo.
Me habló del río Piray, de su recorrido y hasta encontrarse con el Gran
Amazonas. Salimos de su casa, despidiéndonos de su madre, a la que dijo, que
volveríamos sobre las 21 horas; llegamos a alcanzar el microbús en la esquina de
su calle con la circunvalación séptima en dirección este, cuando éste ya se disponía
a partir. Al cruzar por la
Avenida que había traído del aeropuerto –es decir la ruta nacional 7- me di
cuenta: de que el taxista, mejor me hubiese traído por esta ruta, que a mí ahora
me parecía mucho más corta, a aquella, que el cogió para llevarme desde el
aeropuerto internacional de Viru Viru hasta la casa mi nuevo anfitrión.
Hicimos un giro hacia la derecha, para tomar la gran avenida de Beni, para
posteriormente hacer un giro –aún más pronunciado- y adentrarnos en el corazón
de la gran ciudad, por la Avenida de Santa Cruz, hasta llegar a la fachada del
parque urbano del mismo nombre, donde está la llegada de un sin número de
autobuses urbanos, provenientes de todos los puntos limítrofes de la ciudad.
Los simétricos kioscos, colocados sobre el paseo de grandes cuadrículas con el
suelo de cerámicas blancas y rojas, haciendo juego con las zonas de aparcamientos
batachonados con el muro perimetral de ladrillo macizo y con su enrejado entre
los pilotes a media altura, daban un encanto especial al entorno de la entrada de
aquel frondoso parque.
Una línea de aparcamientos en batería, hacían contrafuerte al paso de vehículos de
la gran avenida de Santa Cruz de seis carrieles en cada sentido y formaban casi un
semicírculo convexo a la entrada del recinto, para dejar espacio a la circulación.
El Parque Urbano de Santa Cruz, se extendía con grandes zonas ajardinadas,
repletas de enormes árboles de un verdor intenso, que a mi me parecieron acacias
de hojas perennes y también estaba salpicado de kioscos, que situaban sus mesas
alrededor, bajo las sombras de algunos de aquellos gigantescos árboles o bajo los
toldos publicitarios.
Estuvimos un buen rato paseando por la entrada del recinto, entreteniendo
nuestros pasos, alrededor de la gran fuente rectangular – a forma de piscina
olímpica-, que en esos momentos no estaba en funcionamiento, pero a decir de
Luis, era uno de los mejores espectáculos de la ciudad y la admiración de todos.
Cruzamos todo el parque en dirección este, hasta llegar a la fachada con la
Avenida de Argentina, quisimos subir al mirador central del parque, pero estaba
cerrado –según decía un letrero: por reformas en la cubierta- desde donde se
podría haber contemplado, gran parte de la ciudad, que bajo mi punto de vista:
estaba situada en un plano, ligeramente inclinado hacia el norte geográfico.
Proseguimos la marcha por la Avenida Andrés Maso, hasta llegar a la confluencia
de la Avenida del Ejército Nacional, donde apareció un gran predio, donde estaba
ubicado el Estadio Tahuchi Aguilera y en ese momento estaban empezando unos
entrenamientos; como las puertas del estadio estaban abiertas y sin nadie que nos
lo impidiera: entramos dentro del recinto y estuvimos algunos minutos sentados en
sus gradas celestes, mientras contemplábamos al equipo de futbol local, hacer
algunos ejercicios.
Es enorme es recinto deportivo, en que se debe practicar otros deportes, pues
observé seis calles de pista olímpica y seguramente algunos otros deportes o
acondicionamientos se escaparon a mi observación; recuerdo también: que
estaban cubiertas las gradas del lateral norte del campo.
Salimos por debajo de dicho lateral hacia la calle de Diego de Mendoza, donde
giramos a la izquierda hasta enlazar con la Avenida Omar Chaves Ortiz, andamos
un poco más hacia el norte y en la confluencia con la Avenida Grigotá, tomamos
un microbús, que nos condujo en dirección suroeste, pues Luis, quería enseñarme
el río Piray desde el pueblecito cercano de La Guardia.
Estuvo intentando convencerme de cruzar el río, pero finalmente, pude quitarle la
idea de la cabeza, por lo que me pareció un poco testarudo, aquella misma
mañana, ya lo había comprobado, cuando insistía tanto con la ducha.
En breves minutos el microbús se llenó a tope y durante todo el camino, fui
observando a muchos pasajeros, que iban recolgados de las puertas, con el
consabido peligro, que ello reporta, al tener que llevar: parte de sus cuerpos al aire
-es decir: fuera del volumen que ocupaba el vehículo- pudiendo sufrir un accidente
con cualquier otro vehículo –rozándolo-, vuelco del nuestro o se podían soltar de la
pieza a la cual iban agarrados.
Se podía apreciar claramente, que estábamos abandonando el centro de la ciudad,
pues las edificaciones, se hacían mucho más pequeñas y la calzada se estaba
llenando de vehículos, peatones y tenderetes en mayor desorden, del que se podía
apreciar, cuando estábamos en el centro.
La calzada, seguía en doble vía a la Guardia, lo que antes era denominado como el
camino directo a Cochabamba, según decía Luis, era también el camino más corto.
Tardamos más de una hora en llegar a lo largo de aquella gran recta, circulando
en dirección suroeste –menos mal que llevábamos nuestros propios asientos, desde
que cogimos el microbús, porque de no ser así yo hubiera tenido que ir dando
trompadas en el techo o encorvado, con lo que: no se me habría olvidado el
trayecto en todos los días de mi vida.
Poco antes de llegar a la Guardia, como un kilómetro antes, vi por primera vez el
río Piray y al otro lado –pasando su cauce- el lugar donde se situaba el pueblecito
de Porongo, recostado sobre la margen izquierda del río.
Luis me comentó una vez más, si me apetecía cruzarlo por aquella zona e ir a
Porongo, pues era un lugar de fácil travesía y siempre encontraríamos algún
carromato o vehículo, que nos quisiera cruzar a la otra orilla; le comenté que no
había ninguna necesidad de ello y me conformaba con ver el río desde la Guardia,
como teníamos previsto.
Un seto adoquinado, separador de la doble vía de la calzada, nos condujo hasta el
centro de la Guardia.
Desde allí fuimos andando por una de las calle principales, que se dirigía hacia el
cruce vehicular del río y cuya calzada, daba cada vez, más síntomas del barrizal,
que nos encontraríamos en la ribera del río, pues todas las aceras y la calzada,
estaban impregnada de polvo y lodos secos, del ir y venir de tantos vehículos por
aquella avenida, que daba acceso directo al pueblecito de Porongo en su parte sur.
Estuve a punto de decirle a Luis, que me conformaba ya: con haber visto al río
Piray desde un poco antes de llegar a la Guardia, pero no lo consideré prudente,
porque él estaba siendo muy amable conmigo, sin embargo: pensaba que me
estaba perdiendo un tiempo precioso, para conocer otros rincones de la gran
ciudad de Santa Cruz de la Sierra, pues al día siguiente sobre las once de la
mañana, continuaría mi viaje en dirección a Trinidad, con escala en Cochabamba.
Afortunadamente el piso de la calle estaba seco, pues me imagino, lo que sería esto
en tiempo de lluvias, las rodadas de los vehículos y el barro, harían imposible de
transitar a pié aquel tramo de más de un kilómetro, que nos separaba del río; se
veían algunas salpicaduras sobre las fachadas de las casas, debido a los latigazos
de barro, que en ocasiones se habrían escapado de las ruedas de los vehículos al
pasar, porque había algunos tramos de la calzada, donde las edificaciones estaban
más cercanas y se las veían saeteadas con lingotazos de salpicaduras de un barro
blanquecino.
Al llegar al final de la calle, la arena arcillosa se hizo más intensa y cuando se veía
toda la entrada al río bastante bien, le dije a Luis: creo que no debemos a avanzar
más, si no deseamos cruzarlo, porque nos vamos a poner perdidos de polvo y no es
necesario; yo ya me hago una buena idea de todo el entorno y verdaderamente es
muy bonito y típico, ¡lástima que yo haya traído tan poco tiempo, para poder
disfrutar de todo esto!, creo que en otra ocasión mejor y con más tiempo podremos
hacer una visita a Porongo y cruzar el río Piray con nuestro propio vehículo.
Me parece, que Luis, se percató de que yo no deseaba permanecer mucho más
tiempo allí y me propuso dar la vuelta, para volver a la ciudad y visitar la zona que
a él más le agradaba: la zona antigua.
No tardamos mucho en regresar, con el mismo medio del microbús, hasta el mismo
punto de partida, en la esquina de la Avenida de Grigotá con la Avenida de Cañoto
y tomamos por ésta última en dirección noroeste, hasta llegar a una gran rotonda,
donde estaba situada la estatua a Cañoto; giramos a la derecha por la calle
Ayacucho y después de varios cruces- con las calles: Santa Bárbara, Colón,
Velasco e Independencia: llegamos al recinto de la Basílica de San Lorenzo, con
una hermosa fachada, que desde la gran Plaza 24 de Septiembre -donde estuvimos
unos minutos sentados, en uno de sus asientos de madera- abría dos grandes torres
a ambos lados de una hermosa escalinata; en la torre de la derecha estaba
instalada –en su cuatro laterales- la esfera de un reloj, que estaba en perfecta
sincronización con el mío y me pareció que las campanas de la torre gemela de la
izquierda, daban –con sus tañidos- las seis campanadas de la tarde.
Estuvimos visitando esta Catedral Ecuménica o Basílica de San Lorenzo y cuando
nos acercábamos al altar mayor, mi sorpresa fue grande: pues no entendía las
frases gravadas “LOS LLANO Y LOS ENVIO/DE DOS EN DOS”, que colgaban
de sendas telas verdes, desde los laterales de las columnas.
A mí, me resultó muy típico el interior de la Basílica y no creo equivocarme al
decir: que le encontré un muy marcado carácter ecuatorial.
También estuvimos contemplando las fachadas de la Casa de la Cultura, del
Palacio de Justicia y del Palacio del Gobierno.
Posteriormente, estuvimos visitando una serie de pequeñas tiendas de los artesanos
de Santa Cruz – que estaba situado en un gran solar de la esquina de la calle
Libertad con calle Florida.
Después de haber estado recorriendo, todo el recinto histórico y gran parte de los
lugares por donde estaban ubicados los distintos centros universitarios –que a mi,
me pareció interminable- estuvimos en una cafetería Restaurant: el Patito Pekín,
situado en la esquina de las calles Buenos Aires con la del 24 de Septiembre, donde
estuvimos un buen rato, dando cuenta de unos platos típicos chinos, que: por
indicación de Luis, acompañamos de un vino típico boliviano, todo ello nos sirvió
de merienda cena y estuvo –verdaderamente- muy sabroso y apetecible.
Cuando salimos del restaurante, nos dirigimos a visitar el Parque del Arenal con
su gran estanque, sus magnificas fuentes de chorros verticales, sobre todo el que se
sitúa en el centro del circulo norte, los murales y la estatua de más de dos metros
del lucio saltarín; la gran figura de los cisnes, los palmitos gigantescos y lo bien
cuidado de sus escalinatas y paseos, hacían del recinto una verdadera tentación
para el relajamiento de nuestro cansados cuerpos, que habíamos forzado aquella
tarde a recorrer gran cantidad de lugares de la gran ciudad.
Seguimos un poco más al norte, hasta llegar a la Avenida Jorge Castedo y giramos
hacia la izquierda para llegar hasta la primera manzana de la Avenida 4 de
Septiembre, que nos llevaría a desembocar en la Avenida Cañoto –ya conocida
anteriormente por mí-.
Allí admiramos el nuevo y majestuoso Palacio de Justicia, el monumento de la
abanderada mujer cruceña y el busto del Doctor Basilio de Cuellar.
Volvimos a girar a la izquierda, en la esquina de Monseñor Rivero, para pasar por
el lateral sur de la Biblioteca Municipal y cruzar por la Plaza del Estudiante hasta
llegar a la Avenida 21 de Mayo, donde estuvimos un rato esperando el microbús,
que nos llevaría de retorno a la casa de mi anfitrión Luis.
El microbús nos volvió a cruzar por el lateral de oeste de la Biblioteca Municipal, y
pude contemplar, con satisfacción aquella fachada, tan perfectamente construida
en ladrillo visto, de simétricas columnas de hasta tres plantas, con varios palmitos
gigantes, que alcanzaban la misma altura del edificio. Hizo un alargado giro hacia
la derecha por la calle O´Orbigui y nos colocó de nuevo en dirección norte por la
derecha del la gran Avenida de Monseñor Rivero, dejando atrás el edificio del
Palacio de Justicia, que se iba perdiendo por la luneta posterior del microbús,
desde donde yo lo podía ver alejarse paulatinamente.
Empecé a echar de menos una buena cama, donde descansar del largo recorrido,
para recuperar las fuerzas que necesitaba.
Al pasar por delante del restaurante Los Hierros, pensé que podíamos haber
venido a este lugar, donde seguramente nos hubiesen podido preparar una
estupenda parrillada, que en estos días era uno de mis más apetecidos almuerzos.
Al salir de la enorme rotonda del Cristo Redentor, el microbús cogió mucha más
velocidad, cuando la cruzamos y circulamos por la gran Avenida del mismo
nombre- Avenida del Cristo Redentor- de tres vías en cada sentido, con un enorme
y cuidado seto ajardinado de medianero.
A nuestra izquierda, quedó un moderno edificio, pintado de azul y blanco con
cinco plantas, que deletreaba en su fachada “Universidad NUR”.
La larga avenida, nos iba mostrando un entorno urbanístico muy variado,
observándose claramente la pujanza de esta cuidad y aunque la mayoría de las
edificaciones era de una sóla planta, se iban alternando los espacios con edificios
más voluminosos de hasta veinte plantas en altura –creo que llegué a contar uno
con veintitrés pisos- y se apreciaba, que estas edificaciones de viviendas
multifamiliares, eran de construcción muy moderna y de gran calidad.
Hicimos un alto al cruzar con la Avenida de Noel Kempff y pude ver la estatua de
la libertad encima de los almacenes de Farmacorp, que ocupaba gran parte de la
esquina derecha de ambas avenidas.
Anteriormente también estaba situado, en la esquina simétrica unos grandes
almacenes de alimentación –parece ser que este enclave es un lugar estratégico
para grandes emprendimientos-; ahora me vino a la cabeza, la plus valía -tan
enorme- que habrían alcanzado dichos terrenos, desde que eran totalmente
rústicos.
Pasamos sin detenernos, por debajo del cuarto anillo, que acababa de ser
inaugurado, como una de las obras más emblemáticas de la ciudad –según me
comentó Luis-: llevaba escasamente tres meses de haber sido inaugurado.
Al llegar al quinto anillo circular, la calzada se estrecha a sólo dos carriles en cada
sentido y es cuando me doy cuenta, de que esta misma vía denominada Avenida de
Cristo Redentor es la misma que yo traía esta mañana desde el Aeropuerto
Internacional de Viru Viru y que era la Ruta Nacional 7; en cada cruce se
desdoblaba nuevamente la calzada, para inmediatamente después volver a los dos
carriles por cada dirección.
Cuando llegamos al séptimo anillo, el microbús hizo un giro de noventa grados a la
izquierda y enfocó directamente -en línea recta- hacia la barriada donde vivía el
amigo Luis con su mamá.
Creo que: Santa Cruz de la Sierra, no tardará mucho en competir con las mejores
ciudades de Latino América.
Cuando llegamos al domicilio de Luis, su madre nos estaba esperando y nos
manifestó su preocupación, pues pensaba: que tardábamos más de lo normal y nos
podría haber sucedido algún percance malo.
No se preocupe usted, ya somos niños grandes y sabemos cuidarnos solos, aunque
es de agradecer mucho a usted su preocupación.
La mamá de Luis tenía preparada la cena, pero cuando llegamos a la casa, Luis se
encargó de convencerla, de que: habíamos comido muy bien, haría menos de una
hora y le indicó, hasta el sitio exacto donde habíamos estado comiendo.
Aquella tarde noche transcurrió con Luis y con su madre, sentados alrededor de la
mesa del comedor, en una continua charla sobre diversos temas.
Ellos estaban muy interesados en la descripción de los aspectos comunes de la vida
en España y en cierta ocasión, también se interesaron de la que llevaban Jorge y
sus hermanos allí.
Como yo tenía que salir temprano para el aeropuerto, nos acostamos temprano,
debido a que: el taxi podía retrasarse un poco para llevarme al aeropuerto, por lo
que era aconsejable, que saliese de la casa, al menos, con dos horas de anticipación
al vuelo.
Estuve dando vueltas en la cama, al menos, por espacio de una hora, y sin saber
cómo, me quedé completamente dormido, hasta que a la mañana siguiente, la
madre de mi anfitrión nos despertó.
Comentario
MUY LINDO RELATO GRACIAS POR COMPARTIR
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
CUADRO DE HONOR
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