Casi siempre que intentamos definir los sexos de las personas, lo hacemos con la determinación de acertar según los atributos que se presentan ante nuestros ojos en los aspectos más diferenciados y distintivos de una a otra persona, con sensibles rasgos determinantes en la apreciación, pero ese aspecto exterior, sólo destaca caracteres superficiales, conducentes para llevar a cabo una distinción en sus parecidos, podríamos decir: topográficos u orográficos de la visión superficial y volumétrica que los hace diferentes. Siempre al tratar de comparar dos objetos –seres o cosas-: es fundamental y cuestión totalmente necesaria, que aquello a comparar: se parezcan superficialmente, en todo su contorno o en sus apreciaciones exteriores –deben ser algo similares-. Cuando aplicamos a esas personas, animales, cosas o sensaciones algún adjetivo calificativo, se nos hace necesario tener una referencia unitaria con la que podamos: medirla, contarla, pesarla o compararla, para crear una escala de valores, que pueda determinar: la cantidad o la cualidad, con la que podamos expresar el objeto de nuestra comparación, que no siempre, ha de ser una medida física. Tanto la mujer, como el hombre, pueden ser comparados, desde muchos aspectos –tanto físicos, como espiritual o psicológico. Son tantos los rasgos de sus múltiples diferenciaciones, que tan sólo por estar en la cúspide del reino animal –conformando un distintivo muy particular- (el homo sapiens) y por ello, ya merece ser analizado, estudiado y comparado, no sólo con los demás animales de su entorno, sino con su más parecido y de sexo opuesto –la mujer-. Ambos sexos o géneros, son muy parecidos y muy diferentes a la vez, pero ambos forman la categoría muy diferenciada del ser humano, con sus respectivas diferencias en cantidad y calidad tanto cuantitativa como cualitativamente, que hacen que cada individuo sea completamente diferente al otro. Las características del hombre y de la mujer se asemejan en muchísimos de sus aspectos, por sus propias autonomías, libertades, etc., y dotados con similares características para ejercitarlas, influenciados por sus respectivas inteligencias, pero los dos géneros son muy dispares en sus propias naturalezas, por sus propias idiosincrasias y desarrollo hormonal diferenciador desde su etapa fetal. Más nada de eso se debe tener en cuenta; porque ambos gozan de anatomías espléndidas, que le han llevado a lo largo de los siglos a desarrollar sus valores internos (inteligencia, conciencia y en definitiva el alma de cada cual) y, eso es lo que jamás podrá ser objeto de diferenciación y que nos hace iguales en todos los aspectos; porque el aspecto exterior de la osamenta o musculatura, deja de tener importancia; aunque lógicamente el sexo femenino, siempre ha estado más agraciado y valorado que el masculino.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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