La niña que se convirtió en piedra

[amir ibn tawfik seeman]

La niña que se convirtió en piedra

     Amanecía ya, en lontananza el sol lamía con su lengua de fuego el follaje de toborochis, tipa y cedro. En la inmensidad del Chaco las primeras aves silvestres, se desplazaban de sur a norte con su singular sinfonía. Había llovido día antes y en las lagunas las garzas somnolientas en su letargo, rompían el ambiente con su monótono canto.

Más allá, se alzaba el humo que huía de entre las murallas de adobe de la casita de doña Eulalia. Cerca del fogón se sentaba, mirando por la puerta dominando el paisaje. Sus perros fieles yacían dormitando a sus pies. Tomaba el sé cuanto poro, contarlos no había. Su rostro estaba surcado de arrugas, lo había dibujado el añejo tiempo. En su cabello los años tejieron infinitos hilos de plata. Miraba, observaba, meditaba... luego suspiró, sorbiendo la brisa fresca mañanera.

Doña Eulalia viuda de don Gurmencindo Balderrama Matamoros, había instalado su puesto cerca de la frontera. Tenía tres hijas mozuelas: Celeste, Blanca y Luna, jóvenes en pleno despertar de la vida. Llevaban  vestidos floreados muy pegado a su cuerpo, con sus pechos, cual limones tiernos a punto de explotar el corpiño.

Muy de mañana las jóvenes solían llevar el ganado a los atajados a beber agua y dejarlos pastar. Luego a trabajar en un pequeño chaco, donde habían sembrado maíz y hortalizas.

Una mañana, las jóvenes estaban muy malhumoradas y decían:

-¡Hay-mis hermanas!- otro día de aburrimiento y rutina-refunfuñó Blanca. A lo que Celeste contestó:

-          Este es un día calmo, caluroso y pronto entrará el viento trayendo polvo y tierra-

Luna, que regaba unas flores, dejando caer su pala, dijo:

-          ¡Cómo quisiera irme a Villamontes!- vender ganado y buscarme un guapo-

-          -Ja, ja, ja,-exclamaron sus hermanas en coro.

-Tonta, para que te saque la plata y te dejen con un crío- Luna, tenía un físico muy moldeado, que la madre natura había plasmado, con una piel color ébano y miel.

Era fuerte, demasiada impulsiva y mal carácter. En más de una fiesta de marcada, había cortado con un puñal la cara de un peón que se había propuesto sacar provecho.

Muchas veces, por los domingos solían las mujeres al medio día, sentarse a rumiar horas, dormitar o hablar.

Luna, maldecía a todos, hasta a su difunto padre que las había dejado en esas soleadas tierras.

Doña Eulalia, cada vez le respondía:

-          El Señor te castigará hija- no hables guasadas-

-          Luna respondía: -Hay señora, los santos son para los ricos que les prenden velas caras, nosotros los `pobres, somos peores que aves de paso. Su madre suspiraba y replicaba.

-          Dios es justo-todo a su tiempo y sabe recompensar-

Luna, que estaba en su peor momento, salta exclamando:

¡Ay vieja-no hables más macana!-

Y así murió la tarde y las sombras cubrieron con su manto negro el paisaje infinito del chaco.

Un día, no asomó el sol, todo estaba en penumbras y el cielo cubierto de nubarrones

amenazantes. Frío y viento. Las mujeres se ubicaron bajo el pasillo de la casita a observar el cambio brusco del tiempo.

Blanca y Celeste, fueron a encerrar el ganado. Doña Eulalia se quedó, escuchando las maldiciones de la hija.

-Pobre hija mía- murmuraba.

Los perros saltaron, ladraron enfurecidos al ver a Luna gritar enloquecida:

-          Vieja-¡ por qué seguimos encerrados en esta maldita tierra!-

-          Sólo Dios lo sabe-hija mía- responde doña Eulalia.

-          Dios, Dios... ¡no hay ningún Dios!- Y alzando una vara de madera quiso dar un golpe en la cabeza de su madre.

 

El cielo se estremeció. Rugieron los truenos y los relámpagos salpicaron con descarga todo el lugar. Los perros gimieron de susto y se escondieron bajo una mesa.

Cerca del pomelo donde había estado Luna, ahora se alzaba una gigantesca roca...

-Pobre hija mía- el Señor te castigó- se escucho decir a doña Eulalia, mientras veía al agua correr sobre la roca como llanto en arrepentimiento.

 

Filadelfia, Paraguay, octubre de 1976

 

Amir Ibn Tawfik

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