La noche en que él no acudió a la cita, supo entender que habrían muchas lunas vacías de su sombra, que su calor se le había pegado entre los pliegues de los dedos y que el sonido de su voz era el detonante perfecto para sus humedades.
La niebla se filtraba por la ventana abierta inundando la habitación con su cobija fría. Se acostó en la cama donde otras veces enterró los miedos en su pecho, desnuda, contemplando en el silencio.
Tratando de acelerar el tiempo, abrió un libro del cual alcanzó a leer diez páginas que se le hicieron totalmente incomprensibles. El teléfono la miraba en absoluto mutismo. Sus dedos, inquietos, recorrieron caminos ya trazados por sus manos, la boca ahogando los suspiros y un nombre que se escapa entre gemidos. Es tarde ya y sin embargo la noche no madura.
Un sonido familiar se escucha en la penumbra. Alguien silba lentamente una canción. Reconoce sus pasos lentos subiendo la escalera. Observa su silueta reflejada en la ventana.
Al fin ha llegado, viene a beberse sus deseos.
La noche aún no madura y un libro se confunde entre las sábanas, mientras sus manos fuertes la acarician.
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