Vicente Antonio Vásquez Bonilla

 

Segundo lugar. Rama prosa

 

 

XXII Juegos Florales a nivel nacional.

Casa de la Cultura.

Villa Nueva, Guatemala 2011

 

Yo vivía en esa casa. Sí, en la que queda en el kilómetro 111. Cerquita del puente que está en la merita entrada de Rabinal cuando uno entra, o en la salida del pueblo cuando uno sale. Asigún uno llega o se va. Abajito d’él pasa toda el agua, siempre en la misma dirección, nunca regresa. Es como si estuviera huyendo de algo, tal vez del aburrimiento.

Yo me sentaba en la grada de la puerta, a ver pasar los carros, cuando pasaban; si no, pues no. En aquel tiempo pasaban pocos y ahora también. Me quedaba viendo el poste que indicaba el kilómetro y pensaba con tristeza que qué lejos quedaba la capital, tal vez por eso el río siempre se estaba yendo para no volver, pero nunca terminaba de irse.

La Camila, mi mujer, ya tenía tiempo de estar trompuda conmigo, tal vez por eso, yo veía por largos ratos el poste del kilometro 111 y deseaba irme lejos, tal como lo hacía el río.

Todo empezó una noche. Ella ya estaba acostada y yo llegué con toda mi gana a meterme en la cama, que era nuestra cama, y cuando la quise abrazar, de pura mala suerte, le reventé sus chalchihuites. Se puso furiosa.

—Indio bruto —me dijo—. ¡No me toqués! ¡Salí de aquí! 

Y casi me botó de la cama.

—No quiero nada con vos. Ya me cansaste. Andá a dormir al otro cuarto.

No quiso escuchar mis pedidas de perdón, mucho menos mis ruegos. Tuve que salir como chucho apaliado, con la cola entre las canillas. Furioso, me fui a dormir al otro cuarto, pero pensando que ya se le pasaría el enojo. ¡Pero qué! Pasaron los días, las semanas y nada, seguía enchinchada.

Como los dos cuartos tenían comunicación, antes de irme a dormir yo le decía.

—Dejo la puerta sin llave, para que cuando te llegue tu gana, podás llegarme a ver o por si me llamás, vengo yo.

Con decirles que hasta le ofrecí comprarle unos sus chalchihuites nuevos y más bonitos. Pero naranjas.

—No entendés —me decía arisca—, que ya no quiero nada con vos. Indio sucio, que ni siquiera te bañás.

Me sentí ofendido. No porque me llamara indio, pues orgulloso estoy de ser cakchiquel, sino por decirme sucio. Y qué voy a hacer, si la tristeza no me deja irme a meter al río.

A ver, díganme. ¿Para qué voy a ir, si no quiere nada conmiguel. Además, que ella sea Pocomán no significa que se crea más que yo. ¡Es tan india como yo, pues!

 

Se acercaba el 15 de enero, el día del Señor de Esquipulas, y me dije a mí mismo, voy hacer penitencia, me voy a ver al Cristo. Me voy a ir a pie. Quien quita, Tatita Dios me haga el milagro y me devuelve la querencia de la Camila.

Así que tomé mi petate, el poncho, la jarrilla nueva de hojalata, el tecomate para la agüita, bastimento para varios días y un poco de pisto. Me uní a los romeristas, que ya andaban por todos los caminos orando con fe y cantando alabados. Por todos lados aparecían más romeros y el río de gentes crecía. De repente, me topé con la Chávela, nuestra comadre, a quien le habíamos bautizado a un su güiro.

—Hola compadre —me dijo—. ¿También vas para Esquipulas?

—Sí —le respondí.

—Pues qué bueno. Y la comadre, ¿ónde está, que no la veo?

—Pues ni la verás, Chavelita. Afigurate que estamos peliados y voy a pedirle al Señor que me devuelva su amor. Y al compadre Orestes, tampoco lo veo.

—Ay, compadrito, mi hombre hace buen rato que está sufriendo del mal de yegua y ¡cómo sufre el pobrecito! Voy a suplicarle a Diosito que le devuelva la salú.

—Que lo siento, comadrita. Pues vamos juntos, quien quita y nos haga el milagro a los dos.

—Vamos pué. Con fe todo es posible.

La Chavelita dejó por un lado a las mujeres que la acompañaban, y que eran otras romeras que se había encontrado en el camino, y empezamos a caminar juntos. Ambos dos, con la vista puesta en el milagroso Cristo de Esquipulas.

A medio día hicimos una parada, y como yo había traído suficiente comida para comer, la invité. Juntamos un nuestro fueguito, yo puse la jarrilla para el café y ella para completar el almuerzo sacó un muñecón de tortillas y almorzamos.

—Oiga, compadre, y ¿por qué están de lío con la comadre?

—Pues la mera verdá, ¿quién sabe? Quien quita y haiga otro hombre de por medio. Porque no quiere nada, pero nadita conmigo. Ahí mismo principió el principio de mi tristeza.

—¿Tan fea está la cosa, pues?

—Afigurese comadrita, que tenemos tiempal de no dormir juntos. Yo duermo en el cuarto de la par, en el de los santos. Le dejo la puerta abierta y ni llega a buscarme, ni deja que yo me le acerque. ¡Ya no le intereso! Con decirte que puedo salir de noche a la calle, regresar o no regresar y ni cuenta se da o disimula no darse cuenta.

—¿Y vos que hacés?

—Afigurate —le contesté con tristeza—. Hay noches que casi no duermo pensando en ella y en sus cositas, y la sábana se me va levantando poquito a poquito, hasta parece la pequeña carpa de un circo. Y me tengo que quedar con mi gana.

—Se sufre, compadre. ¡Se sufre! —me dijo, con una mirada de tristeza—. Yo te comprendo. Algo parecido me pasa a mí. Por supuesto, sin la carpita de circo, ésa que vos dices.

Ambos dos reímos con ganas. Luego, siguió contándome:

—El Orestes, con ese su mal de yegua, sólo encamado vive. Ya no trabaja y de “aquello” —me guiñó el ojo—, ni se diga, pues. No puede moverse. El hombre es un sólo quejido. Yo, al igual que vos, me quedo con mi gana. A ver, decime si no te comprendo.

Ahí mismito y por un buen rato, nos quedamos en silencio, como compartiendo nuestras lástimas. Al poco tiempo seguimos la peregrinación, uniéndonos y desuniéndonos con otros romeristas, asigún el paso de cada quien. Pero todos íbamos en busca de nuestro milagro, que dependía del tamaño de nuestra fe.

Cuando la tarde estaba por acabar, llegamos al mirador y nos sentimos felices. Desde allí ya se mira el pueblo y la gran iglesia blanca. Como el cansancio nos estaba apretando, dispusimos comer y dormir allí mismo. La etapa final la haríamos de buena mañana. Después de totopostear, ya con la luna dándonos su luz, tendimos nuestros petates y nos deseamos buenas noches. Pero no dormíamos, la cercanía de nuestros cuerpos nos mantenía inquietos. Yo con la dieta prologada y la comadre bajo los efectos malignos de su abstinencia; dábamos vuelta y vuelta en nuestras “camas”. Bastó que nuestros ojos se encontraran para que sin decir ¿querés?, nos abrazáramos con ganas y el pequeño circo levantara su carpa.

—¡Compadre! ¿No será pecado?

—Comadrita, si lo es, mañana nos confesamos y asunto arreglado.

—Bueno, como es sólo por una vez y por la pura necesidad. Que sea lo que Dios quiera.

Pero lo que nosotros queríamos, no lo quiso Dios. Las romerías se hacen con fe, con devoción y en santidad. Allí mismo recibimos nuestro castigo; ambos dos fuimos convertidos en piedras. Quedamos como menumentos al pecado.

Desde entonces, todos los que pasan por ahí y saben de nuestra historia, al ver una piedra sobre la otra, nos reconocen y dicen:

—Esos son los dos compadres, los pecadores. Que Dios tenga misericordia de ellos y de sus almas, y se santiguan con miedo, ante el temor de que algo igual les pueda pasar.

 

Han pasado los años y ahora, yo estoy más triste y solo que nunca. Mi espíritu viaja seguidito hasta la casa del kilómetro 111. Busco a mi mujer, a la Camila; pero la casa siempre está vacía. Luego, regreso al lugar de nuestro pecado, en donde nuestros cuerpos están hechos piedra, y el espíritu de la comadre no aparece por ningún lado.

Tal vez la Camila se fue con otra su querencia y, ya muerta, su espíritu anda arrejuntado con el “otro”. Y la comadre, arrepentida y perdonada por Dios, acompaña al espíritu del compadre. Ahora parezco lanzadera de telar para tejer güipiles, vengo y voy; voy y vengo sin parar, sin descanso, siempre solo, quizás hasta que el mundo se acabe.

¡Qué tristeza!  Así es la vida, después de la vida.

 

 

 

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Comentario

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Comentario de Vicente Antonio Vásquez Bonilla el agosto 19, 2011 a las 5:40pm
Estimado Juan Francisco: Gracias por tus estimulantes palabras. Un abrazo, Chente.
Comentario de Juan Francisco Lara fernandez el agosto 19, 2011 a las 5:32pm
Hermano Chente tremendo relato , las piedras guardan muchísimos secretos, de verdad eres un cuentista de los buenos ,Que Dios te bendiga.
Comentario de Vicente Antonio Vásquez Bonilla el agosto 19, 2011 a las 5:30pm
Estimado Marco: Gracias por su amable comentario. Un abrazo, Chente.
Comentario de marco gonzalez el agosto 19, 2011 a las 5:24pm
Buenisimo Chente , que bien, mne encanta su forma de nararr
Comentario de Vicente Antonio Vásquez Bonilla el agosto 19, 2011 a las 4:26pm
Querida Bety: Me animas a seguir escribiendo. Besos, Chente.
Comentario de Vicente Antonio Vásquez Bonilla el agosto 19, 2011 a las 4:25pm
Estimado Lico: Gracias por tus venezolanas palabras. Un abrazote, Chente.
Comentario de Vicente Antonio Vásquez Bonilla el agosto 19, 2011 a las 4:24pm
Mirma linda: Gracias, eres muy amable. Besos, Chente.
Comentario de Vicente Antonio Vásquez Bonilla el agosto 19, 2011 a las 4:23pm
Estimada Rosemarie: Gracias por tus amables palabras. Besos, Chente.
Comentario de Elizabeth González Altamirano el agosto 19, 2011 a las 3:40pm
Muy buen relato Chente...felicitaciones.

ESCRITOR RECONOCIDO
Comentario de Federico Landaeta el agosto 19, 2011 a las 3:37pm

 

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voy a decirte como decimos en Venezuela:

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