Lutus el gato del Pombero

[Francisco Molina Infante]

LUTUS EL GATO DEL POMBERO…

En una conversación que mantuve con el Pombero en la terraza del hotel Sheraton, cerca de las Cataratas del Iguazu, me manifestaba:

Uno de mis mejores y más entrañables recuerdos, lo constituye la domesticación que hice de un felino salvaje: -mí querido gato Lutus de una niñez azarosa e inhóspita en los alrededores del lago Van-.                                                            Desde los comienzos de nuestros primeros encuentros, nos adaptamos muy bien el uno al otro.  Siempre que se refería al gato lo denominaba Lutus y él acudía presto a mi entorno desde el principio, siempre que lo llamaba y muy especialmente cuando advertía que yo le daría alguna comida. Él ha llenado muchas horas de nostalgias, tristezas e insomnio a lo largo de mí existencia. Por ello, quiero hacerte mención de él, para que si algún día, deseas plasmar mi relato en alguno de tus escritos: no lo olvides…

Lo recordaré…, -le dije al Pombero-; como ves vengo tomando notas de todo lo que me dices y en algunas ocasiones: hasta tengo que retenerte un poco o pausar con más lentitud tu relato, para tomar buena nota de todo lo que me dices, para que yo entienda bien y pierda el hilo de tu relato.

“El actual gato de Van, prolífico en todos los alrededores del lago del mismo nombre, se ha convertido en mascota y animal de exportación a otros países”. 

Con pedigrí propio: Es un animal temperamental, juguetón, bastante activo, curioso, fiel y de muy bonitas hechuras; no es muy corpulento, ni exigente, musculoso, de orejas grandes peludas, cabeza triangular, de ojos oblicuos normalmente hetero cromáticos. ¡Es precioso… ¿qué quieres que te diga, amigo.

Algo peludo y sedoso; normalmente son blancos con algunas manchas salpicadas.

Muy sociable, dominante y le gusta muchísimo el agua. Mi gato se pasaba muchas horas del día pescando en las orillas del lago y cuando veía algún pescado cerca, se lanzaba como un torpedo.                                                                                                      

No habría yo cumplido diez años, cuándo una tarde apareció mi padre con siete crías de gato montés que había encontrado en una madriguera, cerca de la trampa donde había caído la madre y cuándo pudo apreciar que ésta había muerto bajo la losa de la tampa: pensó en sus posibles gatitos y los buscó hasta que los encontró, ya estaban destetándose y no constituían un gran problema alimentarlos con restos de comida: pescados, carne, etc., – a pesar de no tener a su madre- los gatitos se desarrollaron con mucha salud y rápidamente perdieron parte su salvajismo innato al estar siempre en relación con nosotros, hasta llegar a admitir nuestras caricias y ser muy cariñosos.

Poco a poco de los siete gatos, cinco fueron regalados a los niños de las cabañas vecinas, los otros dos se quedaron en la nuestra; mi hermano cogió primero, el que más le agradó y yo después, otro similar.                                                                                                           

Al principio eran muy ariscos y dominantes, pero su belleza y las travesuras que hacían nos cautivaban a todos.                                                                                     Como crecieron todos en las cabañas reunidas, siempre tenían muchos contactos y abundancia de comida del lago Van y al tiempo –como por encanto- desaparecieron todos los roedores y reptiles que merodeaban o furtivamente robaban nuestra comida.

Pronto empezaron a proliferar entre ellos y en muchas ocasiones, con miembros de su especie que andaban por los bosques limítrofes; porque observábamos frecuentemente que desaparecían algunos días; seguramente se iban a aparearse con los del interior.                                                                                                           Siempre volvían buscando las caricias, la comida fácil y la compañía de los niños. En algunas ocasiones: volvían acompañados de alguno extraño y salvaje que permanecía distante los primeros días del avistamiento.                                                   Eran muy buenos cazadores de pájaros y roedores, sin que tuviésemos que tenerles especial cuidado y mantenía siempre la cabaña libre de pequeños roedores y reptiles, que antes de llegar ellos nos agobiaban.                                                                     Al mío lo distinguía perfectamente, por dos manchas que tenía: una negra en la cabeza y otra -roja clara- en la culata.                                                                                        Lo eché muchísimo de menos al abandonar las cabañas, algunos años después…, y aún hoy lo añoro”.                                                                                             

Discúlpame –Francisco-, por salirme del contexto que, inicialmente me había trazado, pero me vienen recuerdos a la memoria –sin que pueda sortearlos- y me congratulo al revivirlos contándotelos, pues también significan los animales con sus  datos y características, recuerdos muy importantes en la vida de las personas.                                                 

Ten en cuenta que la vida, muchas veces está formada por los recuerdo de pequeños acontecimientos, -dando más felicidad, en ocasiones que las grandes aventuras vividas o soñadas-.                                                                      

Sigo con mi relato del viaje a las llanuras mesopotámicas… ¿si te parece?; y yo asentí.

Te contaba que a medida que -primero subía y poco después bajaba- de las tierras altas, junto al lago Van y finalmente me iba acercando a las llanuras -desconocidas para mí hasta entonces- donde el clima se notaba mucho más caluroso y las aguas del río se hicieron más mansas y menos profundas: observaba un gran desarrollo en todas las fases de la agricultura – con sus canales de riegos saliendo del río para regar las tierras, que nunca había visto con anterioridad-; también me sorprendía mucho la ganadería muy desarrollada, apreciando la domesticidad total de los animales y no había lugar habitado, por donde pasaba, que apareciese algún gato tratando de ronearse con algún humano o junto a manadas de vacunos, apaciblemente pastando junto a los humanos, etc.-.                                                                  Me agradaba y a la vez me sorprendía enormemente todo lo que iba observando, la vida parecía más fácil en estas tierras, -menos boscosas, más llanas, aparentemente mucho más productivas y donde se gozaba de mayor tranquilidad; donde se notaba que el hombre había modificado mucho la superficie para hacerla más, productiva y practicable para los cultivos y donde los animales estaban mucho más lustrosos, especialmente los gatos que pude observar.

Tardé poco tiempo en hacer buena amistad con una pareja de ancianos que difícilmente podían arrimar a la orilla del río su barca de pesca, tratando de asegurarla a unos arbustos que estaban situados a la puerta -de lo que después supe- era su cabaña –fue en esos momentos que yo transitaba por las tierras que  hoy son conocidas, como la población de Tikrit. Viendo las dificultades que padecían para asegurar su barca, les ayudé a hacerlo con toda facilidad y destreza, debido a mi fortaleza física de aquella época. Ellos manifestaron estar muy orgullosos y agradecidos por la ayuda que les estaba prestando. -Creo que ambos quedaron ilusionados y pensando en darme hospedaje de inmediato, pues la mujer, aún sin consultar con su hombre, ya me estaba ofreciendo comida y me interrogaba sobre el lugar donde pasaría la noche, cuales eran los motivos de mi viaje, de dónde provenía, etc. Entre otras muchas interrogaciones a la que me sometía- a regañadientes de su hombre, pero que yo contestaba sin ningún tipo de perjuicio, ni reparos, para ganarme su confianza y cumplir con sus curiosidades. La verdad es que tuve muchísima suerte, porque el resultado de aquél encuentro fue, el que modificó para siempre todo mi futuro y a partir de ese momento, encontré la luz a tantas dudas que tenía anteriormente. Allí también campeaba por sus fueros un enorme gato, parecido al mío, al que llegué a querer muchísimo.