Neruda en Caripito
Nelson Urra :.
Fueron varios los amigos que trabajaban en las instalaciones de Puerto Caripito que acudían con la buena nueva. Un tanquero llamado Neruda había atracado en el Muelle 2.
El desfile lo comenzó mi amigo de siempre, el hijo predilecto de Casanay, Daniel González, luego pasarían con la noticia Tomás Rosal, Hugo Apíscope, Gabriel Ruiz, Enrique Bizarro y Rafael León, concluyó Carló Flandinette. Todos, absolutamente todos, solidarizados con tan emblemática visita.
Mi trabajo y a decir verdad, el único que desempeñé, después de abandonar el Tecnológico de Caripito, cuando intenté aprobar el Básico de Construcción Civil en Petróleo. Era en la única entidad financiera que existía para ese entonces en la población de Puerto Caripito. Ubicada dicha empresa, en las esquinas de Calle Bermúdez cruce con la Avenida Boyacá, en frente del Punto Criollo y diagonal al Restaurant de mis amigos colombianos don Manuel y la señora Irma, por cierto donde tantas frias nos bebimos con mis compadres Edenis Córdova, Alfredo “Picao” Marcano y mi paisano chileno, Daniel Parrao. En la otra esquina estaba Tabito con sus famosos chicharrones, tan apetecidos por las secretarias del banco.
Por la tarde Ángel María Ramírez –Angito– preocupado por las continuas visitas de los marinos locales, me llamó a la Gerencia para saber qué sucedía en la Oficina con tanto alboroto.
Le comenté que había atracado un tanquero de bandera liberiana pero con tripulación rusa y tenía por nombre Neruda, uno de los premios Nóbel de literatura que había cosechado mi amerindia, América morena, pobre y sufrida. Se mostró complacido con la explicación, así que me extendí en mis comentarios y continué con el valioso argumento de no entender cómo siendo Puerto Caripito un punto minúsculo en el globo terráqueo tenía la dicha de anclar en sus aguas a un barco bautizado con el nombre de tan insigne baluarte de las letras latinoamericanas, pues ni siquiera en el propio Chile había alguna calle o plaza que llevara por nombre la memoria del poeta que escribiera con tinta verde, sus “veinte poemas de amor y una canción desesperada “ y a la vez traducida en infinidad de idiomas. En aquellos tiempos, Pinochet, el General de facto jamás lo permitiría.
Siempre lo he dicho, me consideré un afortunado de la vida y de la buena voluntad de Ángel Ramírez. No en vano me había enseñado todos sus conocimientos de la banca, me guió en la lectura de los manuales de procedimientos, redacción de informes técnicos, que por cierto de mucho me servirían años más tarde.
-Aprenda me decía, aprenda.
Así que optó por regalarme la tarde y con la ayuda de José Caballero, José Moreno y mi Q:. H:. Ángel Guevara, pude subir a bordo del petrolero Neruda.
Inmensas mangueras desangraban a mi pueblo, llevándose miles de barriles de crudo con destino a Alabama –USA– previo paso por la refinería de Amuay en Punto Fijo. A cambio unos cuantos dólares en los bares de la entrada de Las Parcelas. Que tristeza. Pero era una realidad.
Me sentí agradecido por la envidiable oportunidad y en mi humildad seguí siendo un ferviente admirador de quien nos escribiera “Canto General“. Tiempo después de este significativo acontecimiento en mi vida, Moisés Mendoza, quien trabajaba en la Farmacia de Rafael Salazar, me obsequió un ejemplar de “Confieso que he vivido” y mi Q:. H:. Bernardo Jiménez Mota completaría con “Para nacer he nacido”. Hoy ambos libros reposan en Caripe ,en la biblioteca personal del Lic. José Gregorio Moreno, amigos de los amigos y padrino de mi nieto Eduardo Rafael Mújica –Lalo-.
He traído este recuerdo a www.caripito.net porque casualmente hace apenas algunos meses, tuve ocasión de regresar a la tierra que me vio nacer, al Chile de los rojos copihues –flor nacional– de las cuecas, de los vinos y de las jugosas empanadas. Esa brava tierra de Lautaro, el Libertador de Arauco, de Allende, Violeta Parra, Víctor Jara y de don Pablo como lo llama el filósofo Eduardo de la Urra -mi padre-. Y tuve ocasión de visitar la tumba de Neruda en su encantadora Isla Negra, lo hice en compañía de un amor, Pamela Francisca Bello.
Me limité a sentarme en el santo sepulcro que comparte junto a su última esposa, doña Matilde Urrutia. Hice una retrospectiva en el tiempo y en el espacio. Mirando las azules y frías aguas del Pacífico, viajé con mi imaginación, cruzando mares y montañas, ríos, selvas y volcanes, para recordar lo sucedido hace veinte años atrás.
Deposité no sólo una moneda que había guardado desde ese tiempo y era un regalo de Perucho Tineo, sino que además otro regalo, un Q:. H:. Antonio “Toño“ Núñez, escribió hace algunos años atrás una gorra con letras doradas, con el nombre del pueblo de mis amores. Me lo obsequió en consideración a este asimilado gentilicio que tanto placer me da pronunciar.
Por ello en la paz que producen las olas chocando contra las rocas de Isla Negra en la V región chilena y en nombre de cada uno de mis hijos y de la sangre de mi sangre, Eduardo Rafael, también deposité junto al sepulcro de Neptalí Ricardo Reyes Basualto –Pablo Neruda-, una gorra que decía CARIPITO.
Simbólicamente ahora Caripito está en la tierra bendita de Neruda, en su Isla Negra.
En memorian:
José Caballero,
Guillermo Carrasco,
Víctor Flandinette -Padre-
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