Acodado en el mostrador largo del negocio del turco Abdala estaba Don Roque, contando sus historias hiperbólicas para quien quisiera escucharlo. Varios curiosos (la mayoría muchachada joven), se acercaron para oírlo. Tenga en cuenta el lector que estamos hablando del año 1928 o 1929 y las diversiones, como hoy se conocen, no existían. Entonces, en los pueblos chicos, pululaban los cuenteros que al final, resultaban graciosos y además, inofensivos.
Así es que de pronto, el hombre soltó para quien quisiera oírlo, un cuento cortito pero sin desperdicio.
“Mire: ¿Usté sabe? ... Loj otro día me juí a la sierra, pal láo de la Quintana a buscar unoj animales vacuno, que ya miabían dicho queran más malo que mandinga enculao.
Era una tropa no muy numerosa, diunas 200 cabezas entre grandes y chicos. Y entrellos un toro barroso diunos 983 kilos vivo, calculo. Eso sí. Sin desbastar. Y mire que no lerro cuando calculo al bulto. El caso es que pasamo el puente sobrel río Los Molinos lo más bien. Después pasamo por abajo del puente del tren quiva al Regimiento también lo más bien. Y cuando buscamos pal naciente pal lau de Despeñaderos, sabía haber entonces una isleta é monte pal Sur del camino que salía a la calle honda, a la casa de los Godoy.
Vea, cuando el barroso vió el monte, dio media güelta, me miró, se paró en una lomita donde hay mucha piedra y creamé que sacaba chispas cuando escarbó el suelo con la pesuña. Yo le aguanté la vista y lo encaré con el lobuno grande que había ensillao ése día. Cuando el caballo le puso el pecho yo le pegué el grito, el toro trastabilló, pero ay nomaj se levantó y encaró pal monte. Rápido eché pié a tierra y desprendí un torzal que tenía siempre del lau de montar por las dudas que se me presentara una ocasión como la que cuento. Era un torzal hecho con el cuero diuna vaca colorada carniada en pleno mes de junio y tenia una resistencia que ni le cuento. Y una argolla dorada quera unorgullo pa`mi porque me la habían regalau en cierta oportunidad en una campaña política en el comité. Era de bronce puro, según decían diuna campana de no sé qué convento.
El caso es que me metí al monte por detrás del toro barroso y me lo encontré en un rodeíto abajo diun Tala grueso y viejo. Lo miré, me miró y me encaró. Cuando parecía que me topaba en el pecho, le saqué el cuerpo y cuando pasó de largo, de media güelta lo enlacé del cogote y ay nomaj lo embramé en el tronco el Tala. Vea, pegó un tirón tan grande éste animal y al ser tan resistente el torzal, lo que se soltó jué la yapa con la argolla que le dije y se escapó nomaj con la tropa- Haberán pasau unos tres mes cuando me yamó el jefe de la estación del tren y me dijo que tenía una encomienda de Güenos Aires pa`mí. ¿Sabe lo que había pasau?. Que el mesmo Presidente Don Hipólito Yrigoyen caminaba a la tardecita del día que me pasó lo del toro rumbo a la Casa Rosada y adelante dél, cayó la yapa del torzal mío con la argolla puesta. Uno de los segundos la levantó, se la mostró al Presidente y cuando él la vió, conoció largolla y le dijo: “Es de Roque. Mándensela urgente en una encomienda por el Mitre”. Vea, nunca me via olvidar del gesto deste hombre. Qué quere que le diga… (*)
(*) Considere el lector que, desde el lugar en que relata Don Roque que ocurrieron los hechos hasta Buenos Aires (Donde está la Plaza de Mayo), hay 740 Kmtrs. Aproximadamente.
Ricardo Arregui Gnatiuk
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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