EQUIVOCO
Por las noches, Evaristo se plantaba en la esquina de la casa de Zoila, con la ilusión de verla. Muchas veces le había hablado de sus sentimientos pero la muchacha le contestaba lo mismo: “No insistas, nunca te voy a querer”. Tal vez algún día se hiciera el milagro, pensaba el muchacho.
Caminaba de un lado a otro, prendía un cigarro y a veces se bebía un aguardiente para calmar la ansiedad que lo consumía. En las noches sin luna no se apreciaba el paisaje y hasta los perros dejaban de ladrar, haciéndole el cuarto al infeliz enamorado.
Los gallos iniciaban sus cantos desde muy temprano. Evaristo llegó a conocer el metal de sus voces y las veces que cada uno lanzaba su kikiriki al aire. Esto en lugar de desesperarlo, lo distraía hasta que llegaba el alba, cuando se alejaba, temeroso de ser descubierto. Las visitas se convirtieron en una agradable rutina; ya ni siquiera esperaba la salida de la joven, simplemente fue creando un mundo propio constituido por él, junto con los sonidos, las sombras, y los cantos del lugar.
Lo que nadie sabía era que la joven estaba enamorada de Rogelio. Todas las noches se escapaba a su encuentro saltando el muro del patio trasero, y corría por los matorrales que se extendían hasta un riachuelo cercano. En el rincón mas tranquilo daban rienda suelta a su pasión, hasta que extenuados, se quedaban dormidos. Este descanso se interrumpía con el primer canto del gallo; era como un reloj animado que les señalaba la hora de empezar de nuevo. El aire se llenaba con sus gemidos y la luna cómplice iluminaba la escena, convirtiéndola en una sensual danza en blanco y negro. Un día, Zoila no salió al encuentro del amor. Rogelio no volvió a visitarla. Pensaba que la negrita era muy apetecible, pero no tanto como para exponer el pellejo.
Mientras tanto, Evaristo seguía haciendo sus rondas nocturnas. No quería percatarse del profundo desdén de la muchacha. La ilusión de conquistarla, lo mantenía firme en su propósito. Cuatro meses habían transcurrido desde la última cita de los amantes.
Esa noche, como las demás, Evaristo esperaba lo que nunca iba a llegar. De pronto empezó a oír gritos y lamentos que salían de la casa. Inquieto fue acercándose hasta la puerta cuando de golpe esta se abrió haciendo saltar los goznes por el fuerte impulso. Lo primero que vio fue al padre de Zoila transfigurado por la ira y tras él a la madre tratando de detenerlo; detrás Zoila sollozaba aterrorizada. Una larga bata se levantaba varios centímetros sobre su vientre.
El enloquecido hombre se abalanzó sobre el muchacho:
!Deshonraste a mi hija maldito, pero te juro, que no vivirás para reírte de mi vergüenza! Acto seguido descargó sobre su pecho el machete, con todo el odio que lo animaba.
Zoila gritaba desesperada:
“No él no, él no. El no es el padre de mi hijo”.....
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