Lo vio en el lugar menos esperado. La gente se tapaba las narices por la gran hediondez. Ella sacó un pañuelo con colonia de la cartera y respiró hondo. Era un método infaltable para aplacar las náuseas. El indigente pasó extendiendo una de sus manos percudidas. Todos se le quedaban viendo como a un bicho raro de otro mundo. Era obvio, el aire de excremento y Cocuy que lo envolvía se sentía tan denso como una cortina de gas. Nadie correspondió a su requerimiento, excepto ella, que le puso un billete en la mano sin pensar. Creyó ver algo en esos ojos rojos e hinchados que no comprendió, hasta que el hombre salió del vagón y la miró a través del vidrio. Fue allí que logró leer en sus labios esa frase que le dolió en el alma: Madre, soy yo... Y volvió a convertirse en ese niño al que amamantó y cuidó con todo su corazón. Al que llevaba a la escuela con su merienda y le daba besitos para despedirlo y cuando lo iba a buscar. Por eso, salió del tren, y se le colgó del cuello a aquel hombre y lo besó y abrazó y le tomó de la mano para regresar a casa.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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