PROCRASTINACIÓN
De silentes raudales
duelen las córneas,
afiladas esquirlas de la memoria
oradan el sueño de las sienes
y lato en la propia condena
por los años que me restan.
Indiferente es el acto;
también la intención.
Al dolor de la carne
o a la amoralgia
movimiento o permanencia,
premura o calma,
silencio o grito
son indistinguibles,
innecesarios, neutros.
Ni siquiera la alternativa
de vivir o morir
o rasgar el papel y la vista
con palabras de lamento
y añoranza o esperanza
de color ninguno
y egoísmo certero
cuando se infla
en el parto de la ausencia.
Depredador castrado
por el motivo del pasado,
anclado a los hechos irreversibles,
a lo que ha sido y es,
cicatrizando constante
ante la impotencia del entorno.
La única profesión
es la del olvido.
El tiempo marino
que esteriliza cualquier herida
a pesar del deseo propio.
La única profesión
de categorías carente:
prostitución del libre albedrío
y ciénaga magnetizada
para todos los rumores,
insultos o dimes y diretes.
Hallarse ser vivo
es deducción osada;
pues ni piedra de cantera.
Despojado de la sutileza
de los labios sexuados,
huérfano de hormonas
y viudo de genética;
tal que ni los neurocirujanos
ni los esteleros
ni los curanderos
ni los quiroprácticos
ni los magos mentalistas
ni la soma ni la psique…
Nadie;
nada.
Si no desaparezco antes
en el hipo de los púlsares,
mañana mismo
o dentro de equis años.
Ya no soy reproducción,
tampoco brío,
tampoco alma;
y hierba mala
ni de abono pagan.
Y el agua no piensa
o siente las dimensiones.
¿Para qué laborar,
elaborar,
colaborar?
Marea tras marea
me torno inmaterial.
Baten contra el vientre ciego
de mi ermitaño futuro,
dejando para mañana
que mi amor,
sin músculos o huesos,
sin aduanas o impuestos,
sin marketing o proyecciones,
sin razón ni corazón,
ya independiente de todo
y purificado de mí,
te llegue.
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