Cuando se encontró la Venus de Milo, sepultada hacia más de dos mil años en los desiertos vecinos al mar Mediterráneo, el mundo se conmovió de un extremo a otro, como si aquel hallazgo hubiera envuelto de súbito el alma de la humanidad en un aura de idealismo y de belleza. El descubrimiento de un nuevo astro en los espacios estelares, o el del secreto científico que pone al alcance del hombre los misterios de la desintegración del átomo, palidecen en interés y en importancia frente a lo que significó en aquel momento el hallazgo de aquella estatua mutilada, sobre cuya ávida desnudez no osó tender el escultor ni la gracia de los adornos exquisitos ni la hermosura de los paños antiguos. (Joaquín Balaguer, Obra ‘’Discursos, temas históricos y literarios, pág. 45, Sirvensae – Avd. José Antonio, 754- Barcelona (13) Depósito Legal: B. 37.142 – 1973, Printed in Spain).
Es entonces tomando como parámetro el de la aparición en el firmamento de la poesía de habla española del astro nicaragüense el cual proyectó sobre nuestra época un despliegue de luz no menos grande que el que produjo en el siglo XX el hallazgo de la Venus de Milo para el sentimiento artístico de aquellas generaciones. Era que Rubén Darío, el hombre que, después de Góngora, ha enriquecido con mas tesoros el arca del idioma, venía hasta nosotros, al igual que aquel mármol ateniense, como un ser superior, tocado en el centro del alma por la luz divina, y mostrando en la frente la estrella de los tres o cuatro elegidos que en cada siglo renuevan sobre la tierra atónica la gloria de los dioses. Cuando la estirpe inmortal parecía ya definitivamente agotada, y cuando ya el vulgo de los hombres pensaba que la historia permanecería inmóvil en torno a los arquetipos anteriores, surge inesperadamente un genio que repite el milagro y pone a correr de nuevo la corriente misteriosa.
En el caso de Rubén Darío, el indio divino a cuyo nacimiento asistieron todas las deidades del Olimpo, como para disputarse cada una de ellas la gloria de ofrecerlo la primera gracia o la primera sonrisa, es más significativo que en ningún otro el signo que nos permite identificarlo como un ser excepcional, semejante en imperio al propio Apolo, y parecido al hijo de Venus en la destreza con que supo lanzar sobre el corazón de la humanidad los dardos que partieron como rayos de luz desde cada una de las cuerdas de su lira: para parecerse más a un hijo predilecto de los dioses, el Orfeo americano bajó al huerto apolíneo acompañado por un coro de ninfas, y confundió en sus cantos las divinidades de la mitología con las de la liturgia cristiana. (Obr. Cit. Pág. 46).
Pero es menester saber y tener muy presente en cuanto al poeta, de que, Rubén Darío, no sólo renovó la lirica española, trayendo a ella nuevos acentos y variando el mohoso mecanismo por Boscán y Garcilaso, sino que la dotó de algo de que carecía desde los tiempos en que el Cid andaba por Castilla inspirando rimas heroicas a la musa del romance: de una nueva sensibilidad, caracterizada por el imperio melódico y por la sugestión de lo refinado y lo exquisito. La poesía de nuestra lengua, antes de la revolución que personificó el vate nicaragüense, era extraña a toda la pedrería verbal que se acumuló en Azul, a todo el lujo y a toda la morbidez de expresión que convierten los Cantos de Vida y Esperanza en una especie de ciudad pagana, abierta a todas las voluptuosidades del pensamiento y a todos los vientos del espíritu, como la Acrópolis griega. Cuando Rubén Darío, que ya había pasado por la locura de Paris y que había vestido y decorado su verso hasta convertirlo en un precioso mueble de salón, ofrece al público los libros donde la rima aparece repujada con delectación casi erótica, la poesía española se despoja de su vieja armadura para vestirse de joyas, o para mostrarse desnuda en la plenitud de su belleza estatuaria. Paralelamente con esa revolución verbal, destinada a atenuar la rigidez y la rudeza del idioma que había servido hasta entonces de expresión; al pensamiento de la raza, el excelso poeta dilató con nuevos elementos musicales el imperio poético de España. (p.47).
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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