Capítulo 7: “EN EL CONGRESO”.
Bostezo, cierro los ojos, y de súbito, sin siquiera percatarme, vuelco mi cabeza frente a mi reloj pulsera. Son las 10:30 de la mañana, la hora convenida para lo que fuere mi primera batalla. Estaba decidida, jamás, bajo ningún hemisferio me iría de la guerra, aunque corría el severo riesgo de morir. Aprendería del mejor guerrillero del mundo, no existía la palabra temor en mi vocabulario, aún así siendo proveniente del arrabal. Son las 10:30, las manecillas color oro se vuelcan a los números de igual tonalidad para indicarme la hora. Regreso a mi ocupación de aquel entonces: plegar como un dulce suspiro mis párpados. Y esperar un recibimiento santiaguino que fuera… unos borrachos me saludan con un improperio de grueso calibre, un pobre me solicita limosna, un conductor con un bocinazo desesperado, de aquellos que dan la sensación de que el mundo se acabará con una demora para ese hombre. Finalmente mis sentidos recepcionan, como un “hola” lánguido y frío el impuro aire de la capital. El smog entra en mis vías respiratorias y debí toser como tuberculosa para quitarlo de mis pulmones. El viento refresca mi rostro como el agua de un manantial, en una sensación eternamente pacífica.
En lo que iba a ser el edificio “Gabriela Mistral” desde este año, funcionaba, en muestra del orden y opresión el Congreso. En antaño estuvo también allí. Cuando en la Dictadura el general Pinochet, lo hizo funcionar bajo el nombre de edificio “Diego Portales”. Las remodelaciones ejercidas en el lugar, lo admito, dieron un gran, bello e inesperado resultado.
-¿Qué necesitan?-aulló un guardia como generoso saludo matinal.
-Deseamos hablar con el Gobernador don Andrés de Casanueva, es importante-imploró con una mirada llena de fiereza Manuel en los inquirentes, firmes, pero bellos ojos pardo del sargento Valderrama.
-Ya veo… pero, ¿son tantos?, deben ingresar un máximo de tres, ojalá el dirigente, nadie más-contestó a la mirada de Manuel, con otra, llena de sarcasmo, al igual que su nada de dulce y aterrante habla, capaz, digo yo de provocar un terremoto.
-Bien, Karina, Sofía, andando… gracias por su amabilidad, Sr. Valderrama-respondió con un tono bastante irrespetuoso Manuel, un timbre burlón. Inquietó tanto al soldado, que éste estuvo a un milímetro de sacar su sable brillante como el oro, pero metálico e hiriente como la plata. El pobre regordete, pegado al piso, de cabellera castaña, viéndose prácticamente solo, disparo groserías a todo el mundo.
El pasillo era de mármol, bello a decir verdad. En una sala lustrosa en igual medida, se encontraba el Gobernador, don Andrés de Casanueva. Era un hombre gordo, regular estatura, miedoso a morir, tez morena, rasgos finos y con una espesa cabellera castaña. Su voz al recibirnos, fue sarcástica pero a su vez denotaba un terror que cualquiera hubiese rogado saber ocultar.
-¡Tan súbditos del rey de España os creéis!, tanto que vinisteis a visitar a su representante en vuestra sucia tierra. Tanto que usáis estos viejos harapos. ¿Qué deseáis, estúpidos: piedad o vida?-exclamó con visible miedo.
-Nada de eso, menester. Si pudiese llamarle así a tan sucia persona… Somos del comando patriota. Para hacerlo breve, deseamos que desalojen cuanto antes la nación independiente de Chile. Lo mejor para España y todo aquel que sea chileno, es que solucionemos este conflicto bélico con la razón, no con la fuerza. Como muestra de hermandad, venimos a charlar-dije con mi mejor ánimo, acento y vocabulario.
-¡Jamás!, nos quitaron lo nuestro-aulló, mientras Manuel contemplaba la escena con la paciencia haciendo un colapso del tipo mortal en él.
-¿Lo suyo?, Chile nunca les ha pertenecido, mejor váyase por el buen camino-grito de un modo estridente Karina.
-Callaros, ilusa. Los españoles los mandamos, y no hay nada que podáis hacer-rió Casanueva.
-No trates así a las muchachas, ni a ningún patriota. Usted, no quiere presenciar lo que le sucederá si les pone un dedo encima. Las consecuencias le serán desastrosas-dijo Manuel, apuntándole y al cuello al gobernador, quien por ende no profirió ni media letra.
-Usted no merece ver la luz del sol, por jamás-suspiró Karina.
-No toque a ningún patriota viviente, para pasarlo a la historia. Sobre mi cadáver cogerá un chileno, un patriota, un gramo de polvo perteneciente a mi tierra, para que pertenezca a la suya-dije, y le colmé la paciencia.
-Callaros, callaros de una buena vez-chilló.
-Si le molesta que le digan lo que es usted, lo que debe hacer con lo que ha cogido, y no le pertenece, no venga a Chile, tierra de honestos-intimidó Manuel-por lo demás, ¡siéntese en esa silla!
Para no aburrir a nadie narraré en poco lo que sucedió: lo atamos, robamos las llaves del gabinete de las armas, que se encuentran en la misma oficina y las hurtamos para llamar nuestro actuar de un modo. A Manuel se le fue al piso el autocontrol, cuando vió cuan mal nos trató a Karina y a mí. Por último, proferimos un disparo cerca de su cabeza, y pasos antes de abandonar el sitial, escuchamos unos gritos desgarradores del español hacia sus guardias. Aludían a que no nos dejaran huir, y que siguieran a nuestro batallón para formar, de súbito una batalla. Pero todo guerrillero tiene una suerte bárbara, conseguimos escapar y subir a los caballos, antes de que llegaran los soldados. En un rápido común acuerdo, llegamos a la conclusión de ir al cerro Santa Lucía. Todo el camino los insultamos, con unos gritos destemplados y unas groserías de un calibre insoportable. Era tan gracioso ver como se desvivían por seguirnos, a nosotras, unas simples y dulces señoritas. El más experimentado, conocía un atajo en el cerro, por ende fue más fácil entrar, para prepararnos con un poco, siquiera un poco más de tiempo…
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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