Aunque habíamos egresado del mismo plantel educacional formador de “Maestros” de distintas pléyades, le conocí muy de cerca al frente de las actividades gremiales.
Demostraba a primera vista, por su físico y voz recia que era de un carácter muy difícil e introvertido. Su presencia imponía respeto y poca confianza, pero era la antítesis y la excepción que confirma la regla.
Combinaba su docencia con lo gremial y lo deportivo, dejando algún espacio libre para la sana y entretenida convivencia con sus amigos más cercanos.
En la escuela, donde me tocó compartir con él largas y agotadoras jornadas de docencia, era ejemplo de responsabilidad y corrección. Firme en sus decisiones y con una asombrosa adaptabilidad a cada una de las circunstancias que le ofrecía la vida. Su nivel de entendimiento y comprensión le ubicaban correctamente en debates de alto vuelo, como en aquellos que, a diario, debía tener con sus alumnos y apoderados.
De ideales claros a afianzados que jamás vendió. Aunque fluyera la discusión irreverente, siempre tenía la exégesis para salir del paso.
Entre sus compañeros de trabajo, siempre era el que lanzaba la primera broma. Paradojalmente, su víctima más inmediata era su mejor amigo, con el cual se conocían desde la infancia.
En los recreos nos separábamos del resto de nuestras compañeras y la tertulia de risas y palabras se desencadenaba como cascada sobre un profundo remanso.
Nuestras compañeras, a la distancia, nos miraban con extrañeza. Estaban creídas que nuestras risas estaban dirigidas a ella como un comentario entre varones. Seguramente, para cerciorarse de esto, en una oportunidad, se acercó a nuestro grupo una emisaria. Al poco rato reía a la par con nosotros de las bromas, a la vez que exclamaba ¡Qué bruto oye! ¡ Qué salvaje!. Desde día aquel, comprendieron que esas carcajadas de risas nada tenían que ver con sus personas.
Como ser de grandes horizontes, amaba la cordillera. Todos los años, en los meses de verano, subía con un grupo de sus amigos, a las termas del Cajón de Ibañez. Llegar allí era una odisea porque el camino cordillerano terminaba transformándose en un pequeño sendero rocoso donde sólo el pié humano o los cascos de los caballos adiestrados podían remontarlo. Volvía a casa feliz y rejuvenecido. El resto de sus vacaciones las pasaba en el balneario “Los Tilos” que no era otro que los asientos de la plaza de armas, sombreada por esos árboles centenarios.
Comenzaba un nuevo año escolar y le vimos muy decaído. Su jovialidad no era la misma y nos contaba que sentía mareos y que le costaba conciliar el sueño.
Por indicación de los médicos locales fue a realizarse especializados exámenes a la capital y… de vuelta ya no pudo volver a clases. El diagnóstico era inclemente: “Quistes alojados en su cerebro”, provenientes de una enfermedad anterior que le afectó sus pulmones, le irían lentamente quitando la vida. Sus postreros días fueron un verdadero camino al calvario. Su jovialidad, su risa, sus manos de maestro fueron un icono para su escuela que hoy lleva su nombre.
Me tocó despedirlo en nombre de mis compañeros en el acto fúnebre realizado en la Catedral. Mis palabras nacieron del rincón más preciado del alma y creo que jamás otras rebosarán tanto cariño y hermandad como aquellas.
Una lápida de mármol colocada donde descansa eternamente dice “De las cenizas blancas de tus manos, brotarán las semillas a la vida”
Cuando me toque emprender el camino sin regreso sé que me estará esperando para recibirme con un fuerte abrazo y su cara llena de risa.-
ALFONSO ESTEBAN JEREZ JEREZ
Profesor Normalista
Comentario
Oye hermano ALFONZO, que maravillosa historia reflexiva. Yo también soy educador y su historia me toco el alma.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡FELICITACIONES!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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