VIVIR BAJO EL DOLOR
A mi astillada espalda
le debo las derrotas,
las fatigas, la soledad,
el abandono, el desamor,
…y los dolores.
Mi vida es el dolor
atenazándome las venas,
es la impotencia
de no poder vivir
y tener que seguir
para no parecer cobarde.
Vivir para luchar
con las piernas
en el fango hendidas,
vivir para no defraudar.
Vivir para escuchar las dudas,
los prejuicios, los reproches;
vivir para ver cómo
se desvanece la existencia
cual castillo de naipes
sobre cada día que acontece.
Mi espalda es mi cruz,
descompensada
sobre tres cuartos de mi cuerpo:
mi maldición constante,
mi agorafobia, mi autismo
...y los dolores.
Dolor perenne
que acompasa los relojes
y se ríe de morfinas y opioides,
que resbalan
por el hígado y los riñones
y en el estómago se mecen
nauseabundos.
El dolor es mi única propiedad,
personal e intransferible.
Suena a corriente alterna
y a lamentos sordos
que no llegan a ninguna parte.
Sabe el dolor a nervios desbocados
y a músculos que parecen desbocarse;
y huele a tabaco y a botica.
Se ve en el delirio
de las cosas que no ocurren
y diríase reales,
en el vacío,
en el silencio cotidiano.
Ya no existe apenas nada
-cual desierto-
más allá del soniquete
de que debo vencerle,
como si gustase de la derrota.
El dolor es una marabunta
que nunca me abandona,
ciega para el otro
y cínica entre la mente.
Es tan pegajoso como la resina
de los pinos en verano…
Al dolor le debo mi obituario en vida:
estar de más y vivir entre las ruinas.
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