Y QUE LA EQUIDAD VIVA SIEMPRE...

[ALBERTO O. CABREDO ECHEVERRIA]

LA PLUMA Y EL PRODIGIO

Ya al final de su vida, el abuelo lo llamó para revelarle su mayor secreto. Lo miró muy serio y dijo: «Como dice la Biblia, todo tiene su tiempo, y ahora te toca a ti. Lo que voy a entregarte es un objeto que debes respetar, pues con él puedes hacer mucho bien o mucho daño. Quiero que lo utilices siempre poniendo tu completa buena bondad en su uso».

Luego de aquel preámbulo, buscó en la mesita de noche y le entregó un estuche. Le pidió que lo abriera, y frente a su nieto apareció una pluma. No era una pluma vistosa, ni revelaba ninguna exquisitez. El beneficiario la tomó en sus manos y preguntó por qué daba tanta importancia a aquel bolígrafo. El anciano contestó:

—Esa pluma es capaz de elevarte a las más grandes alturas o hundirte en los más lóbregos hoyos de la tierra. Dependerá de ti el uso que le brindes, y tu alma estará en juego. No la pierdas, y mucho menos abuses de ella jamás.

Esa misma noche le tocaba presentar un ejercicio en la universidad. Llegó a la hora estipulada, tomó asiento y maquinalmente empuñó la pluma obsequiada para contestar el examen. Para su sorpresa, la pluma se hizo de su mano y respondió el cuestionario entero. Quedó sorprendido, ahora comprendía el gran poder que le había confiado su abuelo, y sus grandes posibilidades. No hay que referirles que fue la mayor nota obtenida en aquel salón de clases. Era tanto su entusiasmo al entregarle el profesor el examen que dejó la pluma sobre el escritorio del catedrático y, terminada la clase, el educador se percato del bolígrafo y viendo que no aparentaba mayor valor se lo echó al bolsillo y se dirigió a su despacho.

Ya en su oficina, lo llamó el Decano de la Facultad y le pidió que escribiese el discurso de aniversario de la misma, pues era uno de los profesores más antiguos. Al iniciar la tarea usó la pluma que había tomado del escritorio del aula de clases. Inmediatamente, el bolígrafo tomó vida y el pedagogo, como un poseso, escribió el más sabio y hermoso discurso que en dicha universidad hubiesen leído ante el pleno del Consejo Académico, los invitados y estudiantes. Al terminar la presentación se hizo un silencio muy largo y luego, se escuchó la más estruendosa ovación que él hubiese recibido. Bien sabía que no la merecía, pero estaba deslumbrado.

Luego de aquello, logró una fama exorbitante, alcanzó el grado de Rector de la universidad y era considerado una lumbrera con la posibilidad incluso de dirigir los destinos del país (lo que resultaba cosa peligrosa, tomando en cuenta que el dirigente de turno tenía por dicho: «conmigo o contra mí»). Eso sí, precavido e inteligente, nunca daba disertaciones, sus discursos siempre eran remitidos por escrito. Más toda prevención tiene su traspié, y un día accedió a dar una entrevista a un diario local. Mala idea: estuvo disperso, errático, nervioso, tanto, que ofuscado, se levantó del escritorio y dio por terminada la entrevista, olvidando el bolígrafo en el sitio.

Confundido, el periodista se llevó la milagrosa pluma al recoger sus bártulos, y ya en la redacción de diario, le fue ordenado escribir un reportaje sobre la educación como base del futuro del país. Siempre acostumbraba a bosquejar unas ideas antes de arremeter contra el teclado, así que cogió el bolígrafo para esquematizar algunas ideas y de inmediato dio comienzo el prodigio. El artículo resultó tan excelso que la dirección del diario decidió publicar el mismo en primera plana. La población estaba asombrada, consideraba que las ideas vertidas en aquella noticia y las sugerencias insertadas eran lo más ventajoso para acabar con la crisis educacional. Pronto, aquel reportero logró una gran fama y sus ensayos (que ya no artículos), ocupaban siempre la primera plana del diario. Aquello obligó a los demás periódicos a cambiar su política editorial y elevar el nivel de sus publicaciones (el país empezó a respirar mejor, ya que no era víctima de aquellas asfixias que los periódicos estaban acostumbrados a causarle a propios y extraños con titulares escandalosos y estresantes). Pero la fama mal manejada puede causar estragos y una noche de juerga, el ahora afamado periodista dejó la pluma olvidada sobre el mostrador de un bar. Aquello fue realmente desafortunado, y es que en el mismo sitio se encontraba libando licor un miembro de la escolta del tirano del país, aquel que acostumbraba decir que él estaba en la silla de gobierno por obra y gracia del Todopoderoso, y que aquel pueblo lo que necesitaba era una férrea disciplina, agregando que  quien no entendiera aquello, estaba condenado al exilio, al calabozo o la tumba.

Al día siguiente, el esbirro fue a buscar al mandamás para llevarlo a palacio. El tirano estaba de un humor terrible, gritaba que todos eran unos traidores y que haría una lista de sus detractores y luego, en un discurso, explicaría al pueblo por qué había tomado la decisión de mandarlos al exilio e imponer un estado de sitio indefinido que le permitiría decidir con más presteza lo que se le ocurriese, incluso decidió “retocar” la Constitución, el Código Penal, el Código Judicial y la ley electoral, para ajustar las normas a su forma de ver lo que llamo: “la gran transformación nacional”. Como no cargaba un bolígrafo, su secuaz le entregó la pluma. Inmediatamente trató de enumerar aquellos que a su juicio debían ser “escarmentados”, pero el bolígrafo no escribía. Lo intentó en varias ocasiones, pero la pluma se negaba a escribir y así, en medio de un arrebato sin freno, la arrojó por la ventana del auto. La pluma rebotó una, dos, tres veces y luego de varias piruetas, aquel prodigio capaz de causar los más grandes bienestares fue a parar, por obra y gracia del autócrata, en una alcantarilla.