Mañanita, mañanita,
mañanita de cartón,
eres fresca y olorosa,
eres pura y sonrosada
cual la fuente clara.
Ayer al campo salí
a jugar de madrugada
y eras tierna y amorosa
como ninguna mañana.
Que hasta el mismo corazón
a jugar se penetrara.
Ay corazón acaramelado
que de amor se derramara.
¡Oh, qué gusto sería
dialogar cada mañana!
Dime, la mañana tierna,
dime, la tierna mañana,
a qué sabe la ilusión
de una tranquila niña,
de una niña buena.
Idioma puro su sonrisa,
espejo sus pupilas claras,
cielo su dulce mirada,
brisa otoñal su aliento
y su amor fresca mañana.
Dos níveos conejillos
en su corazón
o allí donde es su alma,
con el hociquillo limpio
dulce amor se prestaban.
Por aquél sendero angosto
va la siempre condolida,
va la niña buena:
cascada de oro su cabello,
su plateada frente levantada,
y en sus bailarines ojos
todo su amor su contento.
Al ver llegara a la bella,
arriba en el cielo,
celebran ángeles tranquilos.
Embriagados por el contento
latidos el corazón le daba.
¡Oh, qué bueno sería
disfrutar de la dulce mañana!
¡Que otra alegría no habrá
tener siempre en el alma
de una niña buena el ejemplo!
Al oír este decir
voló el ave a otra rama,
y el habla de la fuente
siempre clara y transparente,
murmuró de esta manera:
¡Ay de aquél que no oyera!
¡Ay de aquél que burlara¡
Del Poemario POESÍA INQUIETA 1990
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