Niño de mi tierra que duerme en el pesebre, tostadito y desnudito, abre sus brazos con devoción. Está frente a su madre, que recién lo baña con la leche de su pecho en la intimidad que lo abrigó, desgarrada en sus entrañas le entregó desde ese día su vida con adoración.
El niño sigue acostadito, sobre la cuna de su amor. Él no siente miedo al dolor de la muerte que a cada instante se roba un suspiro del señor, porque en sus pupilas se refleja el mundo con la luz de la esperanza de un ángel de Dios.
El niño ahora solo extiende sus manitas, buscando las caricias que le den calor. Ellas están estampadas de los colores de cada niño, que llora por la paz perdida en los tiempos de hoy, pero sus dedos rozan cada alma esperando despertar un poco de amor.
Pero hay sigue mi niño, anhelando la redención, entrelazado por las bondades dormidas, que a gritos claman por la resurrección, de cada sentimiento noble, que logre limpiar los pecados del hombre en su desunión.
Es un pesebre de familia, pesebre de resurrección, que sólo necesita del perdón del niño interno, que olvidó la cuna donde nació. Despertando ante la vida, con la crueldad que lo arropó, se silenció su ingenuo llanto, desdeñando la esencia que lo parió.
Niño del pesebre, con su rostro fino y blanquito, te pinto negrito o mulato, con el color del dolor, para sentir la noche despertando la mañana, bebiendo de la leche pura del seno de su amor, envuelta en la paz anhelada por el mundo de hoy.
Sin embargo, sin importar su color, cada año lo coloco entre María y José, para impregnarnos de su ternura, buscando la pureza del alma disipada del corazón. Porque al verlo acostadito en su cuna, recordamos lo que fuimos en cada niño que vive esperanzado en la fe de su creador.
Así es mi niño, con su carita de ángel, con el rostro de las madres alimentando a su retoño, pero también la del anciano perdido en su memoria. En él, veo al niño arropado por una noche de luceros, así como el que ríe con el calor de sus afectos. Pero también veo al que llora por una ausencia tatuada en sentimientos, así como la carita de mi niña abrazada a mis anhelos.
Eva C. Franco
Isla de Margarita - Venezuela
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Cada año es una nueva oportunidad para abrazarnos y regalarnos hermosos deseos. Hoy más que nunca, en un mundo tan dividido, donde los valores se han quebrado, la familia debe ser el inicio de la hermandad tan necesaria, para desdibujar las fronteras que nos separan, las diferencias que nos marcan y los rencores que dañan el corazón. Sólo así, abonaremos el camino para el mundo que se nos dio, para vivir en paz y profundo amor...
¡Feliz Navidad a mis amigos y hermanos de las letras!
Gracias María Elena, el placer es mío.
Un fuerte abrazo y mis mejores deseos en Navidad y Año Nuevo.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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