NARRATIVA Nº 3. SEDUCCIÓN
AUTOR: ALEJO URDANETA
Cada tarde la ven llegar a la casa señorial, vestida con la sencillez del dependiente pero mostrando en sus oscuros ojos la pasión y el dominio. Trae las macetas de flores con las que adornará la sala recogida en el claroscuro del crepúsculo. Parece que las flores supieran del cansancio de la mujer cuando sube los escalones de la casa. Deja la maceta y pasa luego al desván para cambiarse de ropa y dar inicio a un ritual que cumple a diario, desde que llegó a la casa como asistente en labores domésticas. En el descanso del último peldaño ha visto encendido el fanal que ilumina la entrada principal de la casa y es el anuncio de que el amo y señor la espera.
Se quita el traje raído y cubre su desnudez solamente con una blusa ligera y falda lisa, blanca, que dibuja las caderas firmes y la estrecha cintura. Lleva recogido el cabello en un moño y su rostro se ve apenas entre las sombras. Sólo los ojos brillan en ámbar negro y brillante y se destacan en la tenue penumbra. Ya está preparada y se dirige al jardín del fondo de la casa donde los árboles frutales propagan su aroma por el verde cuadro. Cada día permanece absorta entre la vegetación, aspirando el aroma y tocando con suavidad las frutas que cuelgan de las ramas: naranjas, limones, mangos. Los colores, a esta hora, han disminuido, pero aun así llenan su mirada y los ojos se hacen más brillantes. Su rostro no es dulce, y en la boca se muestra un rictus de poderío.
Recoge algunas naranjas, las más hermosas, y las coloca en un cesto.
En la mujer titila sin cesar una luz interior. Tiene un caleidoscopio de perfume y música en el que estallan los colores de todos los jardines, peces tornasol de ríos exóticos, las estrellas que sólo se ven desde el fondo de un pozo. No se siente ofendida por aparecer subyugada ante los caprichos del señor de la casa. ¿Será que quienes se presentan ásperos y expresan dominio, lo hacen porque no pueden tolerar la idea de pedir, rogar por algo que les puede ser negado? Quizás el amo quiera provocar en la mujer el acto de despojarse de la servidumbre, y si así fuese la recibiría con otro talante que pudiera ser de amor. Ella lo sabe, ya otras mujeres han padecido el falso poderío. Todos los que se inclinaban ante los caprichos del señor sentían que él estaba pidiéndoles una afirmación de su propio dominio. ¿Quién era la víctima?
Sube los tres peldaños que la conducirán a la habitación del dueño de la casa. Lleva la cesta con las naranjas, apretada a su cuerpo, y el rostro se dulcifica un poco cuando se acerca a la puerta. Arregla el moño y la falda. Se detiene y ve a su alrededor: sólo ella está en la estancia. Hace un movimiento del cuerpo y se despoja de la blusa. Senos firmes, redondos como las frutas del jardín. Saca del cesto las naranjas y se expande un suave perfume maduro. Con el hombro empuja la puerta y entra a la habitación dominada por la oscuridad. En el fondo del cuarto está la cama, y hacia allá se dirige con las frutas sostenidas con las dos manos. Se escucha el ronroneo del señor en su profundo sueño, y ella se queda de pie ante la cama, en silencio. En ese estado pasan algunos minutos: ella escucha el gruñido del señor, esperando que despierte.
Repentinamente, la mujer arroja las naranjas sobre la cama, al lado de su señor, y lo toca suavemente en el brazo. El hombre se mueve tratando de incorporarse. Cuando se sienta al borde de la cama, ve entre sombras a la mujer semidesnuda. Tiende las manos para atraerla hacia el lecho, pero la mujer rehúye el gesto. Si el hombre pudiera ver su rostro en este momento, advertiría el mismo rictus de dominio que ha visto en ella otras veces.
Como si la mujer pronunciara alguna palabra, el hombre echado en la cama siente el rechazo. Se levanta tras ella hasta la puerta, pero ya ha salido y baja las escaleras y llega al umbral de la casa. Abre el portón con violencia y sale a la noche.
Desde la ventana, el hombre la ve salir de la casa de piedra gris, la observa cuando desciende los escalones y llega a la calle.
El fanal de la entrada está ahora apagado.