Levántate hombre,
cálzate la dimensión de siempre,
las astucias, los imanes, los candelabros,
con la luz que tú inventaste.
Levántate desde el último
rescoldo de tu huella,
desde lo alto de tu sangre,
crece nuevamente,
en nombre de las casas derruidas,
de los manzanos tristes
y de las estrellas que se agobian en la noche.
Levántate hombre,
desde tu edad lograda,
hay tantas muertes que nublan el paisaje,
asesinatos en masa,
que hacen llorar la hierba,
porque la sangre congeniaba con la aurora,
con las espigas altas
y las constelaciones íntimas.
¡Levántate!,
es la hora de las definiciones,
ya se fueron las estrellas fugaces,
es la luz total, total el ojo, total el pie,
total el sendero que dibujó el viento.
Levanta tus argumentos,
el fuego purificador de tu mirada,
cálzate tus palas y azadones,
vamos a soliviantar las sementeras,
es la hora de las definiciones,
de pintar los sueños
que se quedaron truncos,
como los niños muertos por el hambre.
Es la hora de abrazarse mutuamente,
de salpicarse el rostro de alegría.
¡Levántate!,
llegó la hora de acabar
con los infames días,
con las lenguas mordaces que hablan de nosotros,
de nuestros raídos trajes,
de nuestro semblante triste.
Levántate con la cólera del trueno,
con el mismo estruendo de los trigos,
es la hora de expresar nuestros deseos,
de cobrar lo que nos deben,
nos corresponde la pelea juntos,
porque estamos hechos del mismo zumo,
de la misma sangre, el mismo latido
y la misma respiración rebelde.
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