UN SUEÑO DE NAVIDAD
Edgardo Palacios
Soy un niño con apenas diez años. Amo la vida, y puede que sea un poco más que lo normal para otros niños de mi edad. Nací y vivo en la Argentina. Tal vez, el sol brillante, el cielo casi siempre azul y sus hermosos paisajes, me hacen amar la vida.
Hoy hace frío, aunque no tan crudo como en la casa de Papá Noel, en el país de las sombras largas y la nieve, en aquella casa donde, todos los años, llegan millones de cartas pidiendo regalos, que él se encarga de repartir a los niños del mundo en el día de Navidad.
- Este año, yo mismo llevaré mi carta con un pedido especial- pensé. Cuando se desea algo con fuerza, nuestra ilusión tiene alas y logramos aquello que ansiamos. Sólo pido llegar al cielo, decirle a mi hermano que lo quiero y lo extraño tanto como mi papá.
Así fue que partí en alas de mi fantasía. Luego de tres días de viaje, a través de blancos campos que se extienden en el horizonte, llego a la casita. Pinos estáticos por el hielo, me dan la bienvenida. Hay tanta claridad que me hace respirar hondo. Nunca había visto esos hilos de hielo, como telarañas que bajan de los árboles. Sólo se escucha el silbido del viento. Imaginaba una casa grandiosa. Apenas es una casa sencilla, colorida, como de cuentos, los renos pastando en el jardín en las escasas hierbas que asoman, y un trineo grande semi hundido en la nieve. Mucho humo escapa de la chimenea e invita a entrar a una cálida habitación.
En la entrada un enorme buzón repleto de cartas de todos tamaños y colores.
Limpio el vidrio con la manga y espío hacia el interior. Una chimenea con cálidas lenguas de fuego, invita a entrar. Varios sacos con cartas se amontonan en el piso de la habitación. En puntillas, me estiro para ver mejor: veo unas botas enormes como de gigante, y un hombre grande acostado en una cama que resulta pequeña.
Desde que era muy niño – bueno, más chiquito que ahora- mi papá me enseñó que Papá Noel es de todos los niños. De manera que, aún siendo un enorme señor, no me inspira temor. Al entreabrir la puerta, la madera crujió. El gigante de larga barba blanca, lento, se incorporó en la cama. Mi alegría por estar allí no tenía límites. Hacía tiempo que no sentía mi pecho
como lleno de globos de colores. Con un gesto, el anciano me indicó que me sentara a su lado. Esto era un sueño.
- Papá Noel, algo pasa, te noto triste – dije mirando sus ojos brillantes- soñé tanto con este momento…y ahora…
- Sólo debías dejar tu carta en el buzón de Navidad como todos los niños – dijo al tiempo que se limpiaba la nariz con el puño de su manga.
- No es posible – interrumpí –mi hermano vive en el cielo, junto a Dios.
Aunque no quería, la pena me hizo bajar la cabeza y mi cuerpo se hizo un ovillo.
Papá Noel con sus manos enormes rodeó mis hombros. Parecía increíble que un hombre tan grande fuera tan tierno. Me sentí protegido como cuando mis padres me abrazan. –Cuéntame, hijo- dijo con su vozarrón.
- Mi hermano partió al cielo. Era mi compañero de juegos y en la vida. Papá ha llorado tanto que sus ojos están secos, como una hoja de otoño. Mamá pone todos los días su puesto en la mesa, pero queda vacío. Es el vacío que más lugar ocupa. Por eso vengo a pedirte que me lleves con tus renos al cielo. Seré tu ayudante en el reparto de juguetes.
-¿Sabes niño? Me has sorprendido – dijo Papá Noel. Todos los niños piden juguetes costosos o humildes, pero siempre son objetos materiales. Nadie, hasta hoy, me ha hecho un pedido semejante.
- Es que no quiero ver llorar a papá en Navidad.
- Con tu insistencia- dijo Papá Noel- me has dado una lección. Creí que había aprendido casi todo. Tienes razón, los niños deben pedir juguetes y ser felices, así que –me dijiste que te llamas Edgardo- pide un juguete para ti y otro para tu hermano…
- Es que solo quiero ver a mi hermano, que me diga que está bien junto a Dios, así mi papá puede aceptar su ausencia y dejar de llorar.
- Mira Edgardo, escucha bien esto – dijo con dulce voz- tienes que saber que quienes parten al cielo sólo se nos adelantan para esperarnos y no se van, porque quedan adentro de todos los que los amamos. Vendrás en el trineo conmigo, averiguarás lo que quieres y volverás a tu casa con la buena nueva.
- ¡Gracias Papá Noel!- dije abrazando su cuello. ¡Feliz Navidad para todos los niños del mundo! ¡A preparar el trineo!
EDGARDO PALACIOS
EL ÚLTIMO ROMANTICO
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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