En la penumbra intento acomodar filamentos del pasado, en las últimas horas de su vida y antes que se quebrara el cauce de su mente, mamá me señaló: -Ves la mujer de la foto, la que tiene el trigal dormido en sus trenzas, es mi madre, eres la impronta de su talle, de su rostro, de su sonrisa, ella no se ha ido, se ha mudado a tu vida; el día en que se puso la luz sobre los hombros y descargó todo su bagaje, le prometí que unidas en el amor estaríamos eternamente; sé que fue un sí la lágrima que se desmoronó en su sien y sin que me diera cuenta, se fugó al cenit bajo una lluvia de glicinas..
-Hija. ¿podremos nosotras prometernos lo mismo, preguntó dirigiéndose a mí y apretándome la mano.
Me liberé rápidamente de ella y nada respondí, deshabitada como un espantajo dejé el borde de su lecho y me dirigí a cerrar las cortinas...Tres días después se dejó ir hacia el frío de su ocaso.
Me parece oírla andar por las habitaciones, llorar o arrastrar sus pasos, cerrar alguna puerta, dejar caer algo...Por veinte largos y solitarios años fui su lazarillo, por ella abandoné mis anhelos y dejé pronunciar el nombre amado, que se fue quedó dormido en mi boca.
Tantas veces escuché de los labios de él: “te vas a quedar para vestir santos si no piensas en vos”. Esta noche te espero en la estación del tren y luego nos casamos en La Rinconada, no te quedes aquí, me rogaba abrazándome.
Aquel día estaba decidida, preparé lo que creí me pertenecía en una maleta y luego la coloqué debajo de la cama para que mamá no me descubriera, pero al verla agarrándose de las paredes, en un vano intento por llegar a la cocina por un vaso de agua, no pude hacerlo.
A media noche oí el silbato del tren hasta que se hizo estallido de llanto en mis ojos, con él se fue parte de mi. Al día siguiente los llamados nerviosos de mi madre me sobresaltaron, me dolía el pecho por haber dormido con la foto de él incrustada en el pecho en desesperado abrazo.
Para poder sobrevivir, después de aquella noche, subo a remover escombros de vidas en el enorme baúl que mi madre conserva como preciado tesoro en el altillo. Aquí hilvano historias de las mujeres que por varias generaciones han caminado entre estos muros; siempre encuentro el mismo hilo conductor.
Cuando el silencio borra toda claridad en mi mente y las sombras hacen guardia en los rincones, deposito mi batallado cuerpo en la mecedora; dejo que la mirada se pierda en el aleteo de una cansada candela, por el reflejo en la pared de mi cabeza se asemeja a una quilla. Entonces es cuando me arrojo, sin salvavidas en el corazón, a bogar este mar de recuerdos.
Levanto la pesada tapa de una de los baúles. Desde esa huesa, silenciosas mujeres me miran intrigadas, todas tienen un quedo de nostalgia en sus miradas… los cabellos recogidos, de oscuros atuendos; en el reverso de los cuadros están sus nombres escritos en delicada caligrafía, nombres jamás oídos por mí: Lucidia, Teresin, Catherine, Pierina, Guillerma…y como impronta que indica pertenencia, en las fotografías tienen en su garganta un camafeo nigromante, el que me confirma (como un sello) ser el amo de esta progenie.
Pasajera del asombro soy en estos momentos, buscándome en un naufragio de retratos que abren puertas a mi vida. Tiembla mi alma, porque a través de rostros sepia revive el extraño sortilegio de sentirse multiplicada en ellos y ser ignota huella en su sangre.
De una caja forrada en felpilla azul he sacado numerosas cartas, todas dirigidas a mí, están atadas con la cinta de terciopelo con el camafeo. Durante estos años mamá las escondió...fue tal mi ira que grité: “Miserable mujer, cómo pudiste...”.
Ahora en pago a tanto desamor, voy a restaurar la casona, ensanchar el parque que la rodea, voy a iluminar todos los rincones, cambiaré los muebles, renovaré las cortinas...te borraré de mi sangre, voy a quemar todos esos malditos retratos, no habrá nombres: “no habrá rastro alguno de ti.” Apretando las cartas sobre mi pecho, bajé corriendo hasta la puerta central, seguía mi instinto de ir hasta su tumba a gritarle mi dolor, pero al salir alguien me detuvo…
-Recibí hace días una carta de tu madre, dijo. Me pidió que si fuera posible, si aún te amaba, podía venir a buscarte. Por esta carta supe la causa por la que no pudiste tomar aquel tren hace años…Vivo en La Rinconada, solo... quien dice que a los cuarenta años no podemos recomenzar nuestro amor.
Desde ese día comencé a derribar el andarivel que había de mí hacia mi madre y de ella a la suya.
Un mes después del nacimiento de mí Mariana, como primera medida arrojé al fuego el camafeo vidente. Jamás sujetará las gargantas de las mujeres que viven en la casa, ya bastante daño ha hecho en las que, junto a mi madre, comparten el desván.
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Bello relato un abrazo
Excelente relato cuyos pasajes atrapan, una historia bien narrada de entrega, renuncia y amor..todo a la vez. Por fortuna con un final feliz. Lo he disfrutado, gracias.
Precioso relato mi Apreciada Beatriz Teresa, mil gracias por desnudar tus hermosos sentimientos y compartirlos, un Abrazo, Dios te bendiga en unión de tus seres queridos.
Venancio Castillo
Cantante-Escritor
INTERESANTE RELATO, CON UN TOQUE DE REALISMO MÁGICO.
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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