El primogénito de una mujer ternura
cuando recibió su alma aún por descubrir
alojó poemas, afiló expresiones

Y declaró la guerra…
al desamor.

Se hizo poeta, constructor onírico,
fabricante alucinado en simbiosis de arte
de soles nocturnos, de chapuzones de luna,
de aquellos volcanes que optaron por flores
en lugar de lava.

Llenó el botellón de su alma
de dulces locuras, de idealismo, de destristeza…
Pragmático planificador esbozó en servilletas,
jirafas aladas incapaces de mirar
por sobre el hombro, portando altivas
millones de bufandas de anudadas luciérnagas,
mensajeras mortecinas.

El primogénito de la mujer ternura
salió a la vida, rompió estructuras,
se duchó en la fuente de una plaza rígida,
se secó la frente con la falda
de aquella mujer taciturna que juntaba monedas
limosna del hombre con traje de oficina
e intenciones furtivas.

Encontró el amor en un rostro de tierra
que ofrecía periódicos con fecha de ayer,
en manitos curtidas y narices sucias,
en un niño vasija color terracota
que peleaba al hambre pateando miserias
con zapatillas rotas

Llenó su alma de intenciones,
el hambre no es poesía, es realidad que golpea,
es oportunidad de amar, es ocasión de entrega.
Fue así… el primogénito se hizo hombre,
idealista poeta del dolor, denunció al político,
increpó al poderoso, interpeló al juez
Y de la mano del niño terracota
de la mujer nocturna,
de la mirada del hambre
alojó poemas, afiló expresiones
por todos… por siempre.

Y declaró la guerra
al desamor…