Como el puesto había que cubrirlo de inmediato, debido a las circunstancias sociales por las que atravesaban ciertos entornos aledaños a la capital, y siendo éste muy apetecible, Frasco, no podía dejar escapar tal oportunidad.                                                  Pronto se adaptó al cargo de guardés que le ofrecieron y tuvo muy presente todas las órdenes que le indicaron la familia de dueños, quienes fueron mostrándole sus exigencias y cometidos con toda educación y seriedad. 

La familia estaba formada por varios miembros; pero al que siempre tenía como cabeza principal, era al más viejo y a la señora, porque luego estaba la media docena de hijos –tres por cada sexo- que lo ponían todo patas arriba, cuando entraban a la finca, pero que la mayoría del tiempo estaban ausentes y se olvidaban de que aquel sitio existía. Pronto llegaron sus primeras tres hijas, que cayeron como agua de mayo, para todo el mundo en la hacienda y para todas las gentes conocidas; siempre que llegaban los señoritos, se preocupaban de preguntarle por ellas y si necesitaban alguna cosa especial –no debería tener nunca reparos en comunicárselo-, se lo repetían con bastante frecuencia, pues el comportamiento de Frasco era exquisito, de total satisfacción, dedicación y estaba muy bien considerado. Le encargaban continuamente, que: si llegaban a necesitar algo, o algún miembro de su familia caía enfermo –fuese la hora que fuese-: no dudes –Frasco- de advertírnoslo, para hacer -lo que haya que hacer- de inmediato, le decían continuamente. Cuando llegó el –tan deseado varón- cuarto de sus hijos, el patrón hasta les organizó una fiesta de verdiales para el bautizo, que fue celebrado en la propia casa señorial de la hacienda y oficiado por el capellán confesor de la familia; a la que asistieron todo el personal de la finca, acompañados de sus familiares y muchos vecinos de otras haciendas, estuvieron presente, festejando el acontecimiento hasta bien entrada la madrugada.
En estas circunstancias el guarda Frasco, estaba sumamente agradecido a sus patronos y se esmeraba continuamente en no caer en ninguna falta, ni cometer errores, que pudieran perjudicarle ante sus patronos.
Así permanecieron bastantes años en aquella finca a pocos kilómetros de la capital, por su parte este, muy cerca de las primeras viviendas del antiguo barrio del Palo. Aún no existían muy buenas carreteras por la zona, pero a la casa principal de la finca, llegaba un hermoso carril, siempre muy bien cuidado y ocupaba una zona emblemático del partido de Jarazmín. No estaba nunca parado Frasco, pues siempre tenía falta de tiempo, para vigilar todo el entorno de la hacienda, que por estar muy cerca de la ciudad y estando los tiempos tan malos y complicados, sobre todo para conseguir alimentos; no faltaba nunca, quienes adelantaban la recogida de frutales, salpicados por todo el entorno; las mazorcas de maíz, las legumbres y hortalizas, desaparecían durante la noche.
Muchos fueron los tropiezos que tuvo que sortear el guarda, con asiduos amigos de lo ajeno, pero nunca fueron graves, porque siempre que cogía a alguien con las manos en la maza, Frasco procuraba salir airoso de toda discordia; e incluso dejaba a los más menesterosos o padres de familia, que realmente necesitaban volver a sus casas, con algo en las manos, llevarse algo o trataba de hacer la vista gorda, pero no daba mucha ocasión a la rapiña y era un guarda eficiente. Era un hombre, hasta bien considerado por estos amigos de lo ajeno, que por necesidad, emprendían pequeños hurtos, a sabiendas de que Frasco no llegaría nunca a denunciarles. De esta forma transcurrían los días, meses y algunos años; hasta que se acercó la inestabilidad total; algunos miembros de aquella poderosa familia fue detenida, muchos de sus bienes embargados o confiscados y el temor corrió como la pólvora por todas partes, entre los poderosos y los menesterosos. Ya hacía meses que las niñas dejaron de ir al colegio de monjas de Pedregalejos, donde habían sido de las más sobresalientes en los casi cuatro años que permanecieron –asistiendo todos los días lectivos- y sin haber producido faltas de asistencia, pues la madre las llevaba todas las semanas, al rayar el día con el mulo y permanecían internas hasta el viernes por la tarde, que iba a recogerlas, para llevarlas a casa el fin de semana, montadas en el mismo animal. Habían entrado, claro está por recomendación de la patrona, -con poca gestión que tuvo que hacer su marido- pues el colegio era de bastante categoría social y difícilmente hubieran podido asistir las niñas a sus clases de no haber intervenido ellos y mucho menos costear las estancias del internado.
En mitad de una semana cualquiera, las clases se suspendieron y el centro religioso se clausuró, como consecuencia de las revueltas sociales que empezaron a producirse y, consecuencia de ello, creció el temor: dejando todo el alumnado de asistir a las clases; posteriormente creo que fue quemado con todas sus pertenencias dentro y sus monjas obligadas a convertirse en seglares. Frasco poco podía saber de aquellos acontecimientos tan raros, pues como siempre estaba dando vueltas por el campo, tratando de controlar a todas aquellas personas que se acercaban por sus inmediaciones; el no asistía a reuniones de monjas del colegio, ni a comités políticos, ni se desplazaba para hablar con otros vecinos limítrofes, solamente podía hacer sus conjeturas personales, sacadas de los comentarios que oía en muy contadas y precarias condiciones, cuando su patrón o alguno de sus hijos: hacía algún comentario al respecto y eso no le aclaraba nada, pues él no entendía de comités, ni de sindicatos, ni tan siguiera de lo que pudieran representar una República o una Monarquía, etc.; aunque se olía cada vez más, y con más insistencia, que los derroteros que llevaba la sociedad, no iban por buen camino y que de seguir así: pronto se liaría una gorda.
Este y otros aspectos, como la clausura del colegio de las niñas, por ser de monjas –según le dijo una tarde su mujer- el día que él preguntó: del: ¿por qué no había llevado las niñas al colegio…? y ella, le contestó que lo habían cerrado los políticos: anarquistas, socialistas o comunistas; ¿quién iba a saber…
El pobre hombre se sorprendió mucho y procuró enterarse bien de todo aquello que ocurría a su alrededor y, de entender bien o informarse de: quienes eran aquellos llamados políticos tan absurdos y cómo, tenían tanta influencia, como la deberían tener: para cerrar aquel colegio; seguro que no serían amigos de su patrón u otras personas parecidas. Cuando entendió bien el panorama que se avecinaba y las consecuencias tan nefastas que su permanencia en la finca podrían acarrearle a él y a su pequeña familia, no pegaba ojo en cada noche y con cualquier ruido que escuchaba se le ponían los pelos de punta. Durante el día, estuvo mucho más precavido de lo que lo venía haciendo hasta entonces, ya no se hacía tan presente, cuando observaba que algún extraño merodeaba por los campos. Así anduvo dubitativo hasta bien entrada la primavera y aunque, en varias ocasiones, le había manifestado a su patrón, sus deseos de volverse para sus tierras y asentarse en la finquita de su familia; no tomó la última determinación, hasta que su patrón le autorizó ha hacer aquello que mejor le aconsejase su conciencia y para conseguir lo mejor para sus familia, pues las cosas se estaban poniendo excesivamente difíciles. A la vista de tales acontecimientos, una mañana muy temprano, cargó en una carreta, todos los enseres personales de su familia y, como ya había comunicado a su patrón los pensamientos que tenía de volver a sus tierras altas para no tener remordimientos, -si abandonaba su puesto-; en aquella ocasión, su señorito: aprovechó la ocasión para recomendarle que, lo expuesto, era lo mejor que podía hacer, pues dadas las circunstancias nadie estaba seguro, permaneciendo tan cerca de la ciudad.
Allí mismo le hizo una liquidación bastante favorable por los trabajos prestados y le dio unas inmejorables referencias, por si le pudieran beneficiar en el futuro. Aquella mañana para la que había previsto salir de viaje, lo organizó todo muy bien en combinación con su mujer.
Recogieron todas aquellas cosas de sus pertenencias, las fueron empaquetando lo mejor posible y colocándolas detrás de la puerta; sólo dejaron para el último momento la recogida de algún colchó y algunos útiles de la cocina.
Cuando hubieron cargado la carreta, que al efecto tenía preparada y el tiro para el mulo de su propiedad: partieron en dirección hacia Málaga para coger los caminos que suben hacia los Montes.
Era una larga cuesta – la denominada, como de La Fuente de la Reina- de casi veinte kilómetros, pero la subirían con calma, haciendo las paradas que fuesen necesarias, para no cansar, ni al mulo, ni a los pequeños. Además, debía tener muy en cuenta, que su mujer llevaría un bebé de corta edad, que aún no sabía andar y tendría que prestarle toda la atención posible.
Aunque las niñas ya se valían por sí sólas, ellos tendrían que tener con ellos mucha atención, en lo que representaba un viaje demasiado largo.
Ya le había advertido su patrón, que si tomaba la determinación de no aguantar en la finca de Jarazmín; pusiese los pies en polvorosa –lo antes posible- y, se llevase toda su familia, sin despedirse de nadie, lo más alejada posible de la civilización, sin mirar atrás; porque los tiempos que se avecinaban eran del todo punto catastróficos, para todo el mundo. Aquella mañana, muy temprano, ya había cruzado por la parte noroeste de la hacienda -sin grandes contratiempos- toda la finca del Candado y el cruce de la carretera de Olías -con su arroyo del mismo nombre, que traía un buen hilo de agua-; al llegar a este enclave estuvo tentado de tomar la dirección norte hacia Olías y Comares, pero recordó que las cuestas eran mucho más pronunciadas, el camino era peor -por estar menos transitado- y seguramente también se le haría más largo en la distancia; por lo que decidió continuar, buscando el paso del Arroyo Jaboneros en los bajos del Cerro San Antón para enfilar por las playas del Carmen y la parte sur del Cerrado de Calderón.
Al pasar por las calles de la ciudad, aún la población apenas si se había puesto en movimiento: apreció: como otras muchas familias estaban liando sus bártulos y –al igual que lo hacían ellos- estaban abandonando la ciudad.
No quiso pararse con nadie, para recabar mayor información, sobre lo que estaba sucediendo, pues como dice el refrán, con muy buen criterio: “a buen observador, con pocas palabras bastan…” Ya llevaban más de una hora tras la carreta –su mujer y él-, afortunadamente los niños iban dentro bien acoplados, en pequeños huecos que ellos mismos se había proporcionado entre los enseres; por estos terrenos, aun llanos y o semiplanos, el mulo no tenía que hacer mucho más esfuerzo por llevarlos dentro, su peso era liviano y llevaban un buen paso –que sin ser lento, tampoco requería mucho esfuerzo del animal-. Estaban a punto de entrar en el camino de la Caleta y el Limonar, por la parte sureste para dirigiéndose al norte, y así, llegar a salir a los aledaños de la Fuente de Olletas, dejando a la margen izquierda todos los campos de Gibralfaro.
Cuando estaban casi a las afueras de la capital y empezaban las primeras cuestas de la Fuente de Olletas, dio de beber al mulo y llenó todas la vasijas que su mujer, le fue proporcionando, para hacer acopio del líquido elemento, para el camino, pues bien sabía que hasta llegar por lo menos a la Venta del Boticario, no podrían reponer más agua, pues los manantiales existentes por el camino, se encontraban distantes de la carretera -que pensaban llevar-, eran de tierra, en los profundos cañadones y, en muchos tramos habría que bajar por caminos de cabras. Se les fue casi todo el día en subir media cuesta de la Reina, pues el mulo que tiraba del carro, aunque era muy fuerte, en varios tramos de la cuesta hubo de ayudarle para que el animal, no llegase a perder el paso o tuviese que detenerse; si lo hacía, seguro que luego le sería casi imposible arrancar de nuevo, con todo el peso de la carreta. Afortunadamente el animal aguantó con entereza y en los sitios más llanos del camino, Frasco lo desataba del tiro y le dejaba pastar un rato en las cunetas de mayor pasto –el pasto verde de aquella jubilosa primavera- , al tiempo que le hacía descansar, para que recuperase fuerzas. Carretera y carriles de los Montes. No tenía prisas en llegar a su destino y tampoco quería forzar la marcha; hay quién muchas veces le dijo: “vísteme despacio que tengo mucha prisa…”; él ya se sentía a salvo de todos los inconvenientes que se podían avecinar en breve, con tanta multitud de gentes, que en su inmensa mayoría empezaba a no tener lo necesario para subsistir. En varias ocasiones pensó hacer un alto definitivo de aquél día, pero no encontraba el lugar propicio y pensó llegar lo más alto posible para al día siguiente enfocar el resto de la cuesta casi de madrugada, pues pasando el Puerto de León, todo el camino era mucho más llevadero. Fue avanzando poco a poco, hasta llegar a la parte más entre llana, donde hoy se alza la Venta del Detalle; allí tenía un medio pariente, que aunque hacía muchos años que no habían estado en contacto, los acogió con mucha presteza y cariño.
Casi toda la familia tuvo que dormir en el salón, casi apelmazados, pero como hacía buen tiempo, el sitio era amplio y colocaron las sillas –macizas de madera de olivo y asientos trenzados de anea- a forma de parrilla y extendieron encima dos de los colchones que llevaban en la carreta, de tal forma, que hicieron rápidamente un buen camastro, donde cupieron todos. Al ser de día emprendieron nuevamente la marcha y, a eso de las once de la mañana, ya estaba llenando las vasijas del agua fresca en la Fuente de la Reina y dando de beber al mulo, que casi dejó el pilón temblando.
No quisieron parar allí por mucho más tiempo, pues con el gran esfuerzo que había hecho el mulo, para terminar de subir la cuesta, y la cantidad de agua que todos habían bebido, era muy posible coger un enfriamiento rápidamente, si no se ponían en marcha de inmediato, por ello, pensó Frasco que lo mejor era seguir andando para que el cuerpo no se llegase a enfriar y el sudor pudiese sacar parte de la pesadez que les entró al coger a mano, tan fresco manantial. A partir de ahora, María, las niñas y el bebé, podrían ir subidos en la carreta, pues el terreno se hizo completamente llano en más de un kilómetro y después se iba recostando en pequeñas pendientes de bajadas y subidas cortas, casi por las cumbres de aquellos montes, totalmente poblados de viñedos. Poco antes de llegar a la Venta Garvey –podríamos decir: en la misma esquina del sur-; partía un carril sinuoso y con bastantes pendientes en sus comienzos, que daba acceso a la localidad de Comares –reducto antiguo de los árabes- encrespado en lo alto de las rocas ciclópeas de la alta zona de Maz Mullar; lógicamente era el camino más cómodo de todo aquél Término Municipal, si se quería viajar en ruedas y así lo hubieran tomado, si sus destinos hubiera sido la finca de la familia de María –su mujer-, pero no era buen acceso para enfocar las partes altas de Solano, al tener que cruzar el arroyo de lo Gallego y posteriormente, no había trazado de camino para vehículos de ruedas; sólo las bestias de cuatro patas y los caminantes, podrían haber ahorrado camino, si lo hubiesen tomado, hacia el destino que llevaban. En la intersección de ambos caminos, hoy existe una buena indicación que da a conocer los lugares y las distancias a las que nos encontramos –falta el indicativo de: a Comares- que tendría que salir en perpendicular hacia el horizonte.
Las crestas de los montes, se aprecian desde aquellas alturas en todo su esplendor –hoy grandes extensiones de pinos pueblan sus cúspides y laderas- lo que antes fuera una gran extensión de vides, matrices de renombre para los vinos moscateles o de Málaga: mundialmente reconocidos y apreciados, por su variedad moscatel, dando lugar a una de las industrias primordiales en exportaciones de Andalucía.
La filoxera acabó con la mayor parte de los viñedos de la Axarquía, que venían produciendo vinos de las mejores calidades, desde tiempos anteriores a los romanos –era tanta la producción de vino, que en muchos lagares, cuando había que hacer obras de construcción, se utilizaba el vino de las tinajas de años anteriores, para hacer las mezclas de arcilla o de cal, pues resultaban más baratos que traer el agua de las cañadas o de los arroyos y, al mismo tiempo desocupaban la vasijas para volver a llenarlas en la próxima cosecha-; los Málaga Virgen, los Quitapenas, los Pedro Ximen y algunos otros vinos dieron gran prestigio a la zona; así como sus pasas moscateles, de las que aún hoy viven muchos lugareños de la comarca. Hicieron parada en la Venta Garvey, donde el propietario era amigo o pariente lejano del padre de Frasco, desde hacía muchísimo años y, afianzaron su larga amistad, porque les tocó servir en el mismo Regimiento de Infantería, al tener los mismos apellidos y ser del mismo reemplazo. Cuando los llevaron a la Guerra de Cuba, salieron con vida por poco, pero a la vuelta, los dos llegaron malheridos, faltos de ilusión y aunque trataron de rehacer sus respectivas vidas, ninguno consiguió sobrevivir muchos años más.
Efectivamente –su tocayo-: Frasquito el de la Venta Garvey y los suyos, recibieron a la familia con alegría y mucho esmero, prepararon una buena comida para el almuerzo y querían a toda costa que se quedase aquella noche a dormir, pero Frasco y María se excusaron y lo agradecieron grandemente, pero tenía previsto llegar a la casa de su cuñado Pepe, que vivía en Las Encinillas -al estar muy poblado de ese árbol y muchos alcornoques- denominado también del Meléndez, por ser su apellido, y no estaba lejos de allí –lagar que ellos conocían, por estar unos cuatro o cinco kilómetros más hacia Colmenar y colindante con la margen derecha de la calzada: algo más allá de la casilla del Lince y el terreno era casi todo cuesta abajo, sólo tenía una corta cuesta al final del trayecto.
Las hijas y la mujer de Frasquito, prepararon un buen arroz con pollo, que a todos les supo a gloria, también prepararon una buena ensalada, típica de la zona (picadillo de tomate, cebolla, pimiento, pepino, zanahoria, lechuga y todo muy bien condimentado con aceite de oliva, vinagre y sal).
Los hombres mientras tanto, estuvieron hablando de sus cosas, y de entre ellas, de la situación de anarquía que se estaba avecinando.
Frasco no entendía nada, ni siquiera sabía del significado de esas raras palabras, por lo que hubo de preguntar, para que le explicara el amigo de su padre, todo aquello que él desconocía. “Parece mentira Frasco, que tú habiendo estado bastantes años pegando a Málaga, no te hayas dado cuenta de todo el terrible asunto, que se nos viene encima; estos políticos de hoy en día no se ponen de acuerdo y sólo intentan mantenerse en el poder, caiga quien caiga; sin importarles nada del daño, como están haciendo al país y a tantas gentes, especialmente trabajadora y pobre, que pronto no tendrán medios para subsistir. Al poco de tomar el café, que llegó acompañado de unos roscos de vino –hechos por las hijas de Frasquito- y que les supieron a gloria; llegados, como si fuese el plato final de los postres: Frasco y su familia se pusieron en camino de nuevo, reemprendiendo la marcha. Mientras tanto el mulo había estado también bien atendido atado en una rama de un olivo, desde donde daba buena cuenta de un pienso, que le habían servido en una espuerta de esparto y al que alcanzaba con toda facilidad.
Una vez que lo tuvo aderezado en el tiro del carro, le acercó un cubo de agua fresca, del que dio un buen tiento, dejando por la mitad.
Aquella despedida, fue temporal, pues ambas familias quedaron en visitarse con más asiduidad de lo que lo hicieron hasta entonces; ahora les sería más cómodo, al estar más cercanos y al tiempo se ofrecieron para cualquier cosa que necesitasen…
Al poco rato de salir Frasco con su familia de la Venta Garvey, pasaron una media docena de coches cargados de gentes, que se dirigían de Colmenar hacia Málaga, casi produjeron un accidente con la carreta, pues era tal el jolgorio que traían organizado, que venían adelantándose unos a otros, sin control, y a grito vivo y con los brazos en alto: gritaban desesperados ¡Viva la República!; y se desgañitaban. Frasco pensó entonces que aquella gente se había vuelto loca, iban sin control y seguro que no llegaban a su destino, ni la mitad de los que allí se agolpaban dentro de los vehículos.
Ahora parecía ser cierto, lo que, sin darle muchas explicaciones, le había anticipado su patrón, pocos días antes de salir de la finca y también se confirmaba: lo aclarado con más detalles, en las exposiciones que le había dado el amigo de sus padres y que le habrían definitivamente los ojos. La Segunda República había triunfado y las gentes saltaba de alegría; pero se les veía –si los mirabas fijamente a los rostros- que aquellos que tanto alboroto formaban, no eran gentes firmemente trabajadora y mucho menos de los que tenían las manos encallecidas por el trabajo manual; más bien parecían presos evadidos de las cárceles, aunque él no había visto nunca ninguno de esos tipos.
Lo cierto es que había mucho desorden y falta de respeto, pues algunos de los encaramados en las bacas de los coches, hasta se atrevieron a insultarle, yendo con su mujer y sus niños pequeños.
Pensó: -la gente es cruel por naturaleza, pero cuando se juntas los malos, son peores y cometen todas las crueldades, como si fuesen a una competición-.
Cuando consiguió llegar a la Venta de La Nada, parecía que todo aquel tropel, se había esfumado y reinaba la tranquilidad.
Este propietario, bastante serio y honorable, como la mayoría de los de la comarca; también era antiguo conocido de su padre y él mismo conocía a algunos de sus hijos, de haberlos saludados en alguna fiesta de verdiales o en las maragatas, que se organizaban por aquellos pechos, cuando andaban todos moceando. Se paró, como una media hora, mientras los pequeños merendaban sobre el mismo carro; las mujeres rápidamente se amigaron y empezaron a charlar sobre la misma preocupación que les embargaba a todos.

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Comentario de MARIA IRACI LEAL el marzo 20, 2014 a las 11:39pm


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Comentario de Norma Cecilia Acosta Manzanares el marzo 20, 2014 a las 9:59pm

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